El anuncio por parte de China el pasado 23 de noviembre de creación de una zona de identificación y defensa aérea (ZIDA) de unos 1.000 km de largo y otros 600 km de ancho en el entorno del Mar de China oriental, incluyendo el pequeño y disputado archipiélago de las Diaoyu/Senkaku, de gran valor estratégico por su ubicación y por los recursos energéticos que se atribuyen a su subsuelo, ha venido a agravar las tensiones conocidas entre China y Japón. Recuérdese que en septiembre de 2012, el primer ministro Yoshihiko Noda anunciaba la “compra” de varios islotes con el propósito principal de desactivar el ascenso electoral del derechista y profundamente anti-chino ex gobernador de Tokio, Sintharo Ishihara. En esa espiral ascendente de desencuentros, el triunfo electoral de Shinzo Abe parece confirmar que la paz en la política nipona tiene un precio: el agravamiento de las diferencias con China.
El anuncio por parte de Beijing debe enmarcarse en tal contexto, pero igualmente como reacción de China ante la evidencia de un fortalecimiento de la alianza militar nipo-estadounidense, con el propósito de controlar y legitimar posibles respuestas ante las hipotéticas intromisiones por parte de Washington, cuyos B-52 fueron rápidamente desplegados ignorando la normativa china. El Pentágono, a quien no parece preocuparle en absoluto el abandono del pacifismo constitucional nipón, recordó la vigencia del tratado de defensa que le une a Tokio.
Cabe señalar también que, en la misma zona, Japón dispone de una ZIDA (diez veces más grande que la china y extendida en varias ocasiones), al igual que Corea del Sur y Taiwan (o la República de China). Ma Ying-jeou, quien hizo saber a las autoridades continentales que su decisión no ayudaba a mejorar las relaciones a través del Estrecho de Taiwan, recordaba recientemente en una entrevista que la ZIDA de Japón se superpone en unas 60 millas a la taiwanesa, al igual que ahora, la china se superpone a la taiwanesa en unos 23.000 kms, si bien no incluye la zona mediana del Estrecho de Taiwán. Taipei reveló que entre 2009 y 2012, a pesar de entregar los correspondientes planes de vuelo a las autoridades de Japón, aviones militares nipones interceptaron aviones civiles en al menos 41 ocasiones.
La primera reacción de los países más directamente afectados fue de sorpresa. Washington, que guardó silencio cuando Japón decidió la nacionalización parcial de las islas Diaoyu/Senkaku en 2012, acusó a China de querer alterar el statu quo y de atizar las tensiones en la zona. Corea del Sur, Filipinas, y Australia también protestaron. En Taiwán, la reacción más furibunda fue de la oposición, el PDP, quien pidió incluso la expulsión fulminante de la isla de Chen Deming, presidente de la continental ARATS, de visita oficial en Taiwán. El KMT reaccionó de forma comedida si bien auspiciando consultas con Japón y EEUU a propósito de este asunto. En cuanto a las compañías aéreas afectadas, tanto las de Taiwán como Corea del Sur, Singapur, o Filipinas se plegaron. EEUU aconsejó lo mismo a sus empresas. Las niponas debieron dar marcha atrás tras una petición en tal sentido del gobierno.
Los peligros de una escalada militar son remotos. Al contrario, la nueva ZIDA podría aumentar la seguridad de todas las partes. Cabe señalar que la ZIDA no es una zona de exclusión ni un espacio aéreo territorial y se traduce en una identificación de los aparatos que se dirigen hacia el espacio aéreo del país al que pertenece. Es decir, quienes lo atraviesan en otra dirección no tienen siquiera obligación de identificarse. En torno a unos 20 países en el mundo disponen de ZIDA (en Asia, también Vietnam). Los riesgos que incorpora, por lo tanto, no se derivan de su propia naturaleza sino del contexto, polémico y tenso, de las relaciones que enfrentan a varios países vecinos y sobre todo a China y Japón. En tal sentido, sí podemos hablar de una escalada y de riesgos añadidos.
En el reverso de la decisión china se advierte igualmente una clara voluntad de afirmación de la soberanía hacia el exterior y de congraciarse internamente con una población que vive los conflictos con terceros a propósito de las disputas territoriales con indisimulada pasión, tanta que la dirigencia se ve abocada a hacer pedagogía de la moderación ante la recurrente tentación de la agresividad, mal camino a seguir y nefasto empeño para su imagen de potencia global. China sigue necesitando un entorno pacífico.