Las tensiones han regresado al mar de China meridional. Tras el intento de Hanoi de impedir que una plataforma petrolera china, protegida por navíos militares, desplegara su equipo de perforación en una zona en disputa en el entorno de las islas Xisha, China ha acusado a Vietnam de obstaculizar las actividades normales de sus compañías violando sus derechos soberanos y los consensos establecidos por ambas partes.
Las islas, conocidas igualmente como Paracel, reivindicadas también por Taiwan, son famosas por sus recursos de diverso tipo, petróleo incluido, y están situadas en una de las rutas marítimas más frecuentadas del mundo. El conflicto resucita viejos rencores entre ambas partes que se deben contextualizar en el marco de las renovadas tensiones con Japón o Filipinas, quien recientemente ha detenido varios pescadores chinos que faenaban en el banco de la Media Luna de las islas Nansha, y con EEUU, inmerso en su política de regreso a la región reforzando alianzas con todos aquellos países que desconfían del “desarrollo pacífico” del gigante asiático. La ASEAN emitió una declaración expresando su “seria preocupación” por la escalada en la zona.
El incidente, por otra parte, ha provocado las mayores manifestaciones contra China en los últimos diez años. Miles de personas, con una intensidad sin precedentes, se han movilizado en las provincias de Binh Duong, Ha Ting y Dong Nai. La ira de los manifestantes se cebó con empresas y personas de apariencia china, victimizando en primer lugar y por error a las empresas taiwanesas, incendiando varias de ellas –en torno a la docena- y provocando destrozos serios en muchas más –más de un centenar fueron asaltadas-, afectando en total a más de mil fábricas solo en Binh Duong. La ola destructora derivó en saqueos provocando que cientos de personas tuvieran que refugiarse en hoteles o en estaciones de policía. Oficialmente, se reconoce la muerte de al menos dos personas, cifra que otras fuentes elevan a más de veinte. Tras detener a unos 600 individuos acusados de participar en los disturbios, el portavoz del MINREX vietnamita calificó las manifestaciones como muestras de “patriotismo” y de acciones “legítimas y naturales”.
¿Ha abandonado China su tradicional prudencia? ¿Se ha embarcado en una estrategia expansionista para saciar su apetito energético? Beijing tiene el control efectivo de estas islas desde hace casi cuarenta años, cuando una fuerza mixta de unidades militares y buques pesqueros derrotó a una flotilla vietnamita a finales de los años setenta. En base a ello, rechaza cualquier pretensión ajena que cuestione su soberanía, argumentando además que los preparativos para poner en marcha la explotación petrolífera datan de una década atrás.
El incidente es probablemente el más serio de los últimos años. Los medios desplegados por China reflejan su firme voluntad de consolidar el pleno control de la zona, por otra parte disputada. El gobierno vietnamita ha reclamado la retirada de la plataforma amenazando con tomar las medidas necesarias para proteger sus intereses. En un primer momento, desplegó varias decenas de navíos, tanto civiles como militares, y podría seguir el ejemplo de Manila de acudir al tribunal de La Haya para ventilar la disputa, añadiendo más leña al fuego. En los medios chinos, que han aireado muy poco la crisis, no falta quien invite a “dar una lección”, para dejar bien sentado que China es un “país grande” y los demás son pequeños… Todo ello rivaliza con el espíritu de la visita que el premier Li Keqiang realizó a Vietnam en octubre último, con resultados en el avance de la cooperación en materia marítima que hoy están en entredicho.
Argumentos de un signo u otro aparte, el momento elegido parece totalmente inoportuno. A las puertas del inicio de la Conferencia sobre Interacción y Construcción de Medidas de Confianza en Asia, que tendrá lugar en Shanghai, el ambiente de crispación en la región no ayudará a mejorar la percepción de los países vecinos respecto al proceder de Beijing, facilitando los ascensos nacionalistas y avocando a las capitales a coordinar esfuerzos con EEUU para calmar las inseguridades.
Sabido es que no solo importa tener la razón sino sobre todo que te la den. La impaciencia es mala consejera. Tradicionalmente, China ha apostado por dejar a un lado las disputas promoviendo fórmulas de explotación conjunta de los recursos de estas áreas. No parece que haya llegado el tiempo de anunciar la caducidad de dicha política, aunque quizás algunos sectores, internamente, acaricien esa opción. Al contrario, se exigiría un mayor compromiso con la elaboración de códigos de conducta que no dilaten ad eternum las soluciones técnicas apropiadas mientras por la vía de hecho se consolidan beneficios excluyentes. El problema de China con estas acciones es que son difícilmente conciliables con sus otros propósitos de suavizar las relaciones con sus vecinos o hacer realidad ambiciosos proyectos como la Ruta Marítima de la Seda. Por ello, ese petróleo, a la larga, puede acabar saliéndole muy caro.