Las tensiones que se viven en Asia-Pacífico reflejan sin duda la existencia de contenciosos pendientes con un inmenso potencial desestabilizador. Su virulenta eclosión es expresión, entre otros, de factores como la falta de cicatrización de las viejas heridas derivadas de dolorosos conflictos armados, la insuficiencia de los vigentes marcos de diálogo en materia de seguridad, la pervivencia de numerosas disputas territoriales pendientes, las desconfianzas respecto a los efectos de la emergencia china o la enorme capacidad de potencias como EEUU para terciar en sus diferendos.
Tal estado de cosas, con la crisis económica instalada mayormente en Occidente y los vaticinios de un traslado del epicentro económico global hacia Oriente, sugiere para Asia dos caminos a elegir. A pesar de sus déficits en muchos terrenos, la transformación económica y social que vive la región en las últimas décadas le ofrece la oportunidad de ganar peso e influencia en la arquitectura global en todos los órdenes. Pero la única posibilidad efectiva de lograr traducir esa realidad emergente en poder efectivo radica en la potenciación del diálogo interno, en el avance de la integración económica y social, en el diseño de espacios de encuentro ajustados a sus especificidades en el fondo y en la forma, rechazando la vía de la confrontación que daría al traste con sus expectativas.
En ese camino, con visibilización de ambas tendencias, se vienen librando pulsos importantes. Las propuestas de abrir una nueva etapa en el triángulo China-Japón-Corea del Sur, clave pero delicado, han avanzado en lo económico, incluso con acuerdos como el de diciembre último para orillar el uso del dólar en los intercambios comerciales. También en relación a los países de la ASEAN, especialmente por parte de China. Y el diálogo con India figura en la agenda. Todo ello muestra una vía constructiva de una enorme potencialidad para consolidar las posibilidades de la región y su papel en las instituciones y relaciones internacionales.
La mayor parte de los países de la zona no quieren tener que elegir entre China y EEUU. Lo cierto es que a China se le prefiere como socio económico pero se le teme como potencia a pesar de compartir históricamente un legado más víctima que agresor. Los reinos tributarios, en la memoria de todos, son cosa del pasado, pero China debe comprender la necesidad de ofrecer garantías de un liderazgo, inevitable por sus dimensiones, diferente en sus conductas si quiere reducir las opciones de interferencia de EEUU en la región. Washington parece haber encontrado aquí un verdadero filón para su boyante comercio de armas. En 2010, los países asiáticos se gastaron más de 300.000 millones de euros en este cometido y encabezan ya (44%) la lista de las transacciones mundiales, según el SIPRI. A escenarios tradicionales como India, por su contencioso con Pakistán o la península coreana, pueden sumarse otros con la mirada puesta en las tensiones desatadas en los mares de China.
La extrema sensibilidad de China en materia territorial es conocida. Su historia reciente está plagada de humillaciones a manos de los países desarrollados de Occidente y Japón. Ahora que su poder nacional ha mejorado sensiblemente se comprende su empeño en lograr la reunificación del país y reparar cuanto pueda de los daños derivados de siglos de decadencia. Pero si bien es inevitable una mirada al pasado es igualmente vital partir de las realidades actuales para que el pasado no se transforme en una losa que lastre su emergencia dificultando el establecimiento de relaciones normalizadas con sus vecinos.
Para asegurar su proceso y someter las interferencias desestabilizadoras de terceros con el propósito de preservar las actuales hegemonías, Asia necesita formalizar una abierta introspección que refleje ese código de principios comunes que le permita ser ella misma en el siglo XXI. En ese marco, la exclusión del recurso al uso de la fuerza para resolver las discrepancias y la apuesta por fórmulas estables, cooperativas, plurales, inclusivas y duraderas de seguridad constituyen imperativos ineludibles. Otros modos, en suma. De lo contrario, la senda de la confrontación podría acabar por imponerse disolviendo como un azucarillo tantas expectativas acumuladas.