Las imágenes de los diputados mexicanos enzarzados a golpes en la tribuna legislativa en las horas previas a la toma de posesión del discutido presidente Calderón, o la controversia permanente en que se ha convertido el Yuan legislativo taiwanés debido a las fuertes fricciones que se registran entre “azules” y “verdes” a raíz, sobre todo, de las denuncias de corrupción del entorno presidencial, evocan en China los riesgos de la democracia.
“Y nosotros, ¿estaremos preparados para hacerlo mejor?”, se preguntan no pocos chinos ante el temor a la inestabilidad. “Necesitamos mejorar el bienestar general y la educación, antes de pensar en una democracia pluralista”, dicen algunos. Pero lo relevante es que los protagonistas de las trifulcas citadas, ya sean los diputados mexicanos o taiwaneses, no son ni pobres ni incultos, y su práctica totalidad disfruta de una posición personal acomodada y de buena formación. “¿Y si eso pasa con la gente de mayor nivel, que podría pasar con la gente común?”, me replican.
A veces uno puede llegar a tener la sensación de que muchos en China, incluso militantes de base del PCCh, les gustaría disponer de un sistema político más pluralista, donde no fuera un problema que la gente pudiera decir lo que realmente piensa y obrar en consecuencia. No pueden por el momento, dicen: mucha población y poca preparación. Pero ¿se orienta la actual política de reforma a hacerla posible en el futuro? Se diga lo que se diga, las reservas son inmensas.
Como en la década de los noventa, cuando el desplome del socialismo real conducía a graves crisis económicas, retroceso en el nivel de vida, pérdida de soberanía, conflictos políticos intensos, incluso armados, hoy día, en la política informativa del gobierno chino no pasa desapercibida la necesidad de alertar sobre los riesgos que para la estabilidad supone una democracia ejercida sin llevar aparejada un alto nivel de responsabilidad.
Hace unas semanas hemos podido ver a los dirigentes votando en China. Pero no hubo fiesta, ni tampoco se han podido ver colas en los colegios electorales. Fue como uno de esos simulacros que se hacen en las empresas para calibrar el adecuado nivel de reacción ante una emergencia. Con el añadido de que aquí nadie sabe si la prueba ha salido bien o mal. Solo algunos lo saben, pero no es del conocimiento general. Esa información parece reservada a aquellos entendidos que tienen en sus manos el manejo de los asuntos públicos, algo que no puede ser cosa de todos.
En este caso, China, como en muchos otros, imita para no asumir. Todo va cambiando pero nada se transforma. Se opta por una asunción cosmética de la liturgia democrática (listas, papeletas, urnas, cobertura mediática relativa, etc.), sin profundizar en sus implicaciones (participación ciudadana, programas, debates, etc.).
¿Puede una democracia pluralista desestabilizar la economía del país? Incluso en México y Taiwán, con graves conflictos políticos en este momento, la economía no se ha resentido en absoluto y sigue su curso sin mayores problemas. El miedo a la inestabilidad se argumenta para desechar un avance hacia el pluralismo o para tolerar una más libre expresión de las ideas y opiniones. Pero también la falta de cauces democráticos puede derivar en graves crisis internas ante la inexistencia de espacios de diálogo y de participación para la resolución de los problemas. La democracia no solo tiene una función legitimadora del poder sino que también, entre otros, es un instrumento para resolver los conflictos.
¿Democracia y soberanía son antitéticas? ¿Puede la democracia entregar el país a poderes extranjeros? Los riesgos que pudieran influir en una fibra tan sensible en el pensamiento político chino proceden hoy más del ámbito económico que del político. No obstante, las autoridades chinas animan a los inversores extranjeros a participar en el desarrollo económico y empresarial, especialmente en ciertas áreas. La existencia de una clase empresarial asociada a los poderes locales favorece todo tipo de corrupción y de abuso de poder que tendría menores oportunidades con la implantación de mecanismos de participación y control más democráticos que la simple vigilancia de las comisiones de disciplina del partido, siempre bajo la sospecha de que su actuación no es imparcial sino instrumental.
Es cierto que en China todo será siempre a su manera. La intensidad de su cultura es un tamiz que impone sus filtros. En el democrático Taiwán de hoy mismo existen cinco poderes y no tres, y nadie se rasga las vestiduras por ello. La participación de la sociedad en los asuntos públicos ha oscilado en China entre la selección de los mejores a través de los exámenes imperiales para dirigir la cosa pública y el envolvimiento forzoso en las campañas de ajuste de cuentas del maoísmo. Con independencia de la fórmula finalmente elegida en función de sus singularidades y de los propios ritmos del proceso, las autoridades chinas, que hacen bien en significar la importancia de los derechos económicos, sociales y culturales para no participar de una democracia igualmente sesgada, debieran preocuparse de fomentar la participación social efectiva en la política. Mantenerla al margen o simplemente menospreciarla es un boomerang que puede acabar desembocando en la tan temida inestabilidad.