Un mundo multipolar era, hace algo más de 40 años, apenas un vaticinio. Es hoy una realidad incipiente.
Se trata de un conjunto de polos, diferentes cada uno de los demás. En aras de la coexistencia en él, hace falta un nuevo orden y una confianza mutua. China, país indefectible en consultas internacionales y futura superpotencia mundial, tiene en él un peso especial.
El actual desnivel de desarrollo entre China y Occidente no da la razón a mantener desenfoques en la percepción. De veras existe una barrera visible e invisible. La nación china aún no puede disfrutar de todas las informaciones, y el Estado de China aún está privado de accesos a altos knowhow tecnológicos o productos sofisticados de uso militar que le interesan. China y Occidente hacen interpretaciones diferentes de la historia y dan respuestas diferentes a las actualidades. En Occidente, normalmente no se acepta como causa y efecto la represión sangrienta de las masas populares y el boyante despegue económico, ni se da el visto bueno al uso de pedidos chinos de compra como medio incentivo o punitivo para que otros gobiernos hagan algo o no lo hagan.
Los políticos occidentales, sensibles ante el veloz incremento económico y de las fuerzas armadas y el elevado centralismo del poder y de la riqueza, a la par ante una injusticia social casi ubicua y un descuido asombroso de la voluntad del pueblo, ven incertidumbres en la perspectiva política de China a través del procedimiento, ejercicio del poder y pretensiones de su gobierno. Les preocupa ese poder en incesante aumento. La preocupación es aún mayor cuando se detectan sombras chinas en espionajes tecnológicos, en contrabandos de sofisticados dispositivos militares, en intrusiones de hackers en redes informáticas confidenciales.
El gobierno chino ha repetido más de una vez su compromiso en cuanto al respeto de los derechos humanos, pronunciándose en favor de la Carta de las Naciones Unidas, suscribiendo las dos Declaraciones de los Derechos Humanos y promocionando con mucha iniciativa el lema One World and One Dream. Su enorme impulso destaca en favor del mercado. Comienza su inquietud en favor de la justicia social. La democracia, considerada como “cosa buena”, queda admitida en el programa del desarrollo. Todo ello se comprende en un derrotero concebido en serio, pese a que aún no es una realidad consumada.
“Las relaciones de socios estratégicos”, que el gobierno procura activamente con las potencias occidentales, tienen su base en una coexistencia pacífica de nivel regular. Es decir, compartir lo que es beneficioso y defenderse con nerviosismo de todo posible intento subversivo. Lo que hacen otros gobiernos incluso según el sentido común, si no le gusta al chino, sería un “acto indiscreto”, “ofensa a la sensibilidad de mi pueblo”, y hasta “injerencia en mis asuntos internos” o “evolución pacífica”. Abundan en enunciados y alegatos oficiales chinos, términos como “fuerzas antichinas del exterior”, “fuerzas hostiles”, “intentos enemigos”, “elementos contrarios al régimen chino”, “enemistad”. Las amistades basadas en el interés tienen las piernas cortas. Difícilmente el gobierno chino puede encontrar entre los gobiernos relacionados ni un solo amigo que lo defienda de corazón. “No merece confianza quien no comparte el mismo valor”, o en el sentido viceversa de esta sentencia confuciona, son amigos quienes están unidos en el mismo valor. Lo cual siempre es una ley de oro para analizar.
Es inevitable una redefinición de lo que es válido para dar curso al desarrollo y dar cara al mundo. El Partido Comunista de China ha cambiado, una y otra vez, de canal de navegación durante los 60 años de gobierno, y no parece haber esclarecido de manera sistemática y elocuente ni el camino ni la meta que sostiene. En la herencia político-cultural china y extranjera, abundan señales indicativas que, en caso de no suponer un camino bien señalizado, ayudan en la creación de experiencias Made in China jamás conocidas en la historia universal. Podría valer lo que el gobierno chino expone al creer no reunidas las circunstancias para elecciones directas. Pero el que tenga al pueblo tanto tiempo plantado fuera de las decisiones nacionales, no puede menos que dejar al mundo atónito.
Una discusión exhaustiva, sobre cómo aplicar las libertades democráticas y los derechos humanos, hasta sobre la necesidad de la aplicación, incidirá positivamente en la reflexión sobre el futuro en China. Las épocas se diferencian por pensamientos teóricos y su instrumentación. Ningún país se ve obligado a emprender un camino con la cruz a cuestas para el cambio económico o para la creación teórica. Pero en la cultura política china, Deng Xiaoping tuvo que hacerlo blindando a Mao Zedong, Jiang Zemin blindando a Mao y Deng, Hu Jintao a Mao, Deng y Jiang. Y en adelante, ¿qué?
Lo del desarrollo científico y la sociedad armoniosa puede ser un buen diseño, que a lo mejor comprende compromisos revolucionarios del pasado y escarmientos de los traumas sociales producidos en las recientes décadas. Diseño que se traduce en una nueva marcha que los chinos han emprendido con valor y energía hacia un futuro lejano y hermoso: la sociedad armoniosa. ¿Cómo marchar? Según explica el gobierno, eso implica modernizar las fuerzas productivas, intensificar el poder del Estado y elevar el nivel de vida del pueblo. Semejantes explicaciones parecen ser una intención de ocultar el hecho fundamental de que el pueblo sea la única fuente del poder. Lo cual es justamente la médula del republicanismo y el ideal común de todos los progresistas. Quien cuenta con el pueblo es su representante, y no lo es el que dice serlo. Hay tabúes en China para que no digan o hagan algo. El clamar lo que no hacen, o hacer lo que no dicen, podría ser una solución hábil a las dificultades, o un puro espectáculo. ¿El desarrollo científico no llegará a ser algo mágico, como lo ha sido la “fase primaria del socialismo”, donde puede meterse cualquier cosa, o no caber nada?
Gracias a su fuerza y aporte, China está entrando en el club mundial de los gigantes. Con respecto a los desafíos internos o disputas con el exterior, resultará más laborioso y delicado asumir los compromisos en favor de la felicidad de los pueblos, de la protección medioambiental y de la salvaguardia de una paz duradera. En la época multipolar, los gobiernos hacen contribuciones al mundo, confundidas ya en la agenda del día de sus quehaceres domésticos. China, consciente de que está recorriendo el mismo camino que las demás potencias, sabrá salir triunfante en su rol. Los países de distinto régimen social, tajantes en la separación, van concediendo la misma importancia al ser humano y coincidiendo cada vez más en los valores, ¿podrían acaso llegar a tener una normativa internacional para gobernar? Lo cual, más que una fantasía, tendría que ser una ilusión.
-Texto presentado en el International Symposium (Frankfurt 09/12-13/2009), China and the World: Perceptions and realities-.