Las celebraciones organizadas para conmemorar el setenta aniversario del final de la Larga Marcha han servido para que el PCCh formule una nueva revalidación ante la ciudadanía de su plena legitimidad para dirigir los destinos del país.
En efecto, un triple mensaje cabe advertir en los múltiples eventos. En primer lugar, que la bonanza de hoy es consecuencia de un gran esfuerzo, resultado del heroísmo, del sacrificio, protagonizado por el PCCh y el Ejército Popular de Liberación (EPL); segundo, que es preciso mantener la confianza en el PCCh porque si ha sabido alcanzar la victoria en medio de grandes dificultades, tampoco fallará ahora; tercero, siempre hay que estar preparados para enfrentar tiempos difíciles.
Primero por separado, Jiang Zemin y Hu Jintao han rendido honores a los veteranos de la Larga Marcha. El primero, en el Museo Militar, al visitar en compañía de Zhu Rongji, Li Peng, y demás dirigentes de la anterior cúpula comunista, la exposición conmemorativa; el segundo, en el Gran Palacio del Pueblo, contemplando un espectáculo desarrollado con toda la estética y la coreografía más tradicional. Pero lo más sorprendente ha sido el acto político del día 22, cuando Hu Jintao y Jiang Zemin comparecían juntos en la tribuna, un acto muy inusual y que es reflejo de las profundas tensiones existentes en la cúpula china después del cese del secretario del PC en Shanghai y de las sucesivas operaciones de limpieza puestas en marcha por Hu a fin de eliminar las bases de apoyo a Jiang. La aparición en la tribuna es una “compensación” a Jiang Zemin, dicen algunos, quien ha tenido que escuchar los envites de Hu a eliminar las desigualdades y la corrupción para recuperar la reputación del Partido, debilitada en muchos lugares por la actuación de funcionarios corruptos.
La importancia que el PCCh está concediendo a esta conmemoración –y que contrasta con el lógico silencio de los aniversarios de la Revolución Cultural o de la muerte de Mao- no es un hecho casual y tiene otro significado añadido. En una conferencia celebrada a primeros de octubre en Beijing, Li Changchun, miembro del Comité Permanente del Buró Político, hacía un llamamiento a reforzar la educación ideológica y ética, especialmente entre los jóvenes. Visitando la exposición en el Museo Militar se han podido ver a destacamentos de estudiantes universitarios cantando, con el puño en alto, viejas canciones revolucionarias; y en la televisión central, los encuentros entre protagonistas de la Larga Marcha y jóvenes de diferentes edades, se esfuerzan por transmitir la idea de continuidad de un proceso, cuando muchos de los jóvenes actuales parecen más interesados por Internet, en unos casos, y en otros, por una sociedad civil emergente, que crece con rapidez, y aunque solo puede hacerlo en aquellos ámbitos que el gobierno tolera, corre el riesgo de afianzarse, en buena medida, de espaldas al PCCh.
El recuerdo de las gestas de la época revolucionaria y la invocación a lugares comunes de dicho período se acredita como una de las características del mandato de Hu Jintao. No hay borrón y cuenta, ni mucho menos. Más allá de la necesidad de brindar una satisfacción a los veteranos, muchos de ellos descontentos con el rumbo de la reforma y del Partido en tiempos de Jiang, o de cortejar al EPL en vísperas de anunciadas renovaciones, e incluso del oportunismo necesario para ganar tiempo y reclamar confianza de una ciudadanía escéptica respecto a la capacidad del PCCh para manejar las dificultades del proceso de reforma, Hu, sin dejar a un lado el nacionalismo, parece reafirmarse en el giro social y ético de la reforma.
Reforzando el entroncamiento del período actual con las primeras y convulsas décadas del período revolucionario, Hu insiste también en la necesidad de encontrar una vía propia y alternativa a la economía de mercado neoliberal, en sintonía con las preocupaciones expresadas por algunos intelectuales de izquierda y críticos del régimen vinculados a la revista Dushu, encontrando un camino propio hacia la modernización y al renacimiento de China que afiance y no desmantele el papel del Estado como garante y valedor de la economía nacional. Se trata de una valiosa experiencia y una oportunidad histórica única para construir una sociedad mejor, más justa que la existente en el oeste, como enfatizaba el profesor Cui Zhiyuan a The New York Times el pasado 15 de octubre.
Hu parece haber sintonizado con aquellos sectores sociales del país que, a pesar de la bonanza actual, echan en falta tanto las prestaciones básicas, aún siendo rudimentarias, que el maoísmo había garantizado en condiciones mucho más difíciles que las actuales; como incluso la autoridad de un poder central que sea capaz de imponerse a los jefes locales y evitar sus abusos de poder. El proceso en curso, de ajuste necesario de las desigualdades, constituye una oportunidad elemental para evitar que esa demanda social se traduzca en otra que derive en el ejercicio de un gobierno no más democrático sino más autoritario.
El rearme ideológico incluye no solo la campaña anticorrupción y la exigencia de una nueva ética, sino sobre todo un replanteamiento del rumbo de la reforma, acentuando la importancia de un contenido más social y más respetuoso con el medio ambiente e incluso en la política exterior, primando atenciones que vayan más allá de la sacrosanta mirada a EEUU, tan propia del tiempo de Jiang Zemin, para fijarse en otras latitudes más cercanas, de su propio entorno regional (como India o Japón), eludiendo convertirse en simples imitadores de América. Modernización y occidentalización parecen alejarse en este tiempo de Hu.