El Partido Comunista de China (PCCh) abrirá su XX Congreso el próximo 16 de Octubre. El contexto respecto al conclave anterior (2017) es bien diferente. La culminación del primer mandato del presidente Xi Jinping ofrecía como balance un nuevo y fuerte impulso al proceso de reforma iniciado 40 años atrás con ecos, tanto internos como internacionales, de gran significación. Sin embargo, hoy la realidad circundante es más compleja. De una parte, las tensiones geopolíticas son evidentes y la vertebración de diversos frentes de contención, en lo económico (IPEF), tecnológico (Chips4), militar (AUKUS), etc. va tomando cuerpo uno tras otro, aunque su recorrido es incierto. De otra, la persistencia de la pandemia de Covid-19 y sus efectos económicos y sociales lastran el vigor de la economía china, complicando severamente la consecución de los objetivos fijados.
Todo ello converge en un momento de la reforma cuya característica fundamental sigue siendo el cambio en el modelo de desarrollo, una tarea tan integral como ingente y difícil que debe ser implementada sin perder de vista la preservación de la estabilidad. Impulsos como la doble circulación o el énfasis en la independencia tecnológica y la autosuficiencia, la estabilidad de las cadenas industriales y de suministros como también la mejora general de la gobernanza con atención a los aspectos sociales, ambientales y democráticos deben ser tenidos especialmente en cuenta para acompañar esa nueva realidad.
El PCCh acostumbra a abordar estos retos con una doble visión, táctica y estratégica. No acostumbra a fallar en el diagnóstico aunque cada vez más elementos influyentes escapan a su control directo. Esto dificulta la gobernanza. El nivel de interdependencia exterior de la economía china y el enrarecimiento de la atmosfera política con algunos de sus principales socios comerciales añaden tensiones a las naturales derivadas de la inflexión actual.
Sobre la mesa hay dos decisiones estratégicas importantes que no puede rehuir este congreso. La primera tiene que ver con la perseverancia en su propio modelo. No falta quien achaque las dificultades actuales, más allá del afán “insostenible” de reducir a cero el Covid-19, a decisiones equivocadas que se relacionan con el rechazo de las recetas liberales occidentales. Por una parte, se dice categóricamente que es “catastrófica” la gestión del Covid en China (controvertida como en todas partes) aunque las cifras oficiales hablan de 5.226 muertos cuando en EEUU ya superaron el millón de víctimas. Sin duda, la elección china tiene costes importantes, pero no en vidas, el bien más preciado a proteger. Su reto es lograr un mayor equilibrio entre la seguridad de las personas y la normalización de la producción. Las voces apocalípticas advierten sobre el atosigamiento de la propiedad privada, el despropósito de la “prosperidad común”, el riesgo del aislamiento tecnológico, etc. Frente a este discurso, el PCCh debe decidir si atiende o no y en qué medida las recetas liberales o si, por el contrario, persiste invariablemente en su modelo.
La segunda cuestión tiene que ver con la soberanía, es decir, con la insistencia en el pensamiento de las “características chinas” como elemento alternativo y sustancial de la respuesta a una situación internacional cada vez más complicada y con mayores tensiones geopolíticas cuyo catalizador determinante podría ser Taiwán en los años venideros. Sin bajar la cerviz. El énfasis en las soluciones nacionales es el reverso del rechazo a la búsqueda de hegemonía y del mesianismo en cualquier formato.
Cuando hoy se asegura que el denguismo era sinónimo de liberalización, se olvida que la reforma y apertura se ideó como respuesta al errático desempeño económico del maoísmo; no obstante, Deng, en ningún momento abdicó de los “cuatro principios irrenunciables”, es decir, del propósito de impulsar la modernización sin poner en cuestión el modelo político basado en la hegemonía del PCCh. Por ello, más que contradicción entre el denguismo y el xiísmo, con diferencias reconocibles en virtud del contexto al que ambas políticas deben dar respuesta, sigue habiendo continuidad en lo fundamental.
Es de esperar que el XX Congreso certifique el apego al xiísmo, que ha trazado los ejes esenciales de esta nueva etapa que el PCCh encara con un importante esfuerzo de rearme ideológico reafirmando la vigencia del ideario marxista original adaptado. Tras el centenario del PCCh (2021) y la consecución de esa “sociedad modestamente acomodada” que había concretado esta etapa del “sueño chino”, se definen nuevos objetivos cuya realización se aventura nada fácil. Nos lo recuerda un refrán: “si uno recorre 90 pasos de un camino de 100, le falta la mitad del camino”. Ese es el momento exacto que atraviesa actualmente la reforma china.
El segundo centenario (2049) es el punto de llegada de esta etapa. Para entonces, un desarrollo de alta calidad con atención a la justicia social y a la civilización ecológica debe significar a China en el concierto mundial. En los próximos años, de aquí al XXI Congreso, el seguimiento de la experiencia de Zhejiang como provincia piloto servirá de guía y balance a la vez del afán en la reducción de los desequilibrios y desigualdades que aun caracterizan el modelo chino, un propósito reparador que ciertamente no forma parte de la agenda del liberalismo en parte alguna.