El líder chino Xi Jinping ha apilado una nueva pieza de grueso porte en el peculiar lego de la reunificación con Taiwán, un empeño mayor en el proceso de modernización del país. El diálogo político iniciado recientemente entre representantes gubernamentales de ambas partes tras sesenta y cinco años de negación del mutuo reconocimiento oficial supone un salto cualitativo en las relaciones bilaterales y sienta un precedente importante de cara a futuros encuentros al máximo nivel.
Hasta ahora, el diálogo se gestionaba en exclusiva a través de entidades paraoficiales, quedando los asuntos netamente políticos deliberadamente al margen. El Kuomintang, gobernante en Taiwan, y el PCCh, gobernante en el continente, decidieron en 2005 conjurar el riesgo del auge independentista, dando paso a una normalización de los intercambios que en menos de una década ha recorrido ya un largo trecho, especialmente desde 2008, cuando el KMT recuperó el poder en la isla. No obstante, el diálogo político se resistía. La propuesta del líder taiwanés Ma Ying-jeou para suscribir un acuerdo de paz, en sintonía con la iniciativa del entonces presidente chino Hu Jintao, pronto debió archivarse ante la evidencia de lo inmaduro de la situación.
Xi Jinping volvió a la carga en noviembre pasado, sugiriendo que el asunto no debe aplazarse de generación en generación. Y en pocos meses, la celebración de esta primera reunión formal advierte del nuevo contexto permitiendo establecer una línea de comunicación directa y oficial que abre camino a un diálogo más fluido que repercutirá en el logro de avances concretos en los dosieres pendientes.
Lien Chan, presidente honorario del KMT y artífice del entendimiento alcanzado en 2005 entre los dos grandes enemigos de la contienda civil china, alertaba sin embargo en Beijing contra las prisas, reivindicando igualdad de trato y respeto mutuo como bases de la recuperación de la confianza. Accediendo a ello, Xi Jinping ofreció un borrón y cuenta nueva para sumar voluntades al “sueño chino”.
Paso a paso, la estrategia de apilamiento basada en la suma perseverante de acuerdos y avances de diverso signo multiplica los vínculos institucionales y refuerza la dependencia entre ambos lados del Estrecho, muy visible ya en lo económico. Esta política ha servido para ablandar la reivindicación soberanista de la oposición taiwanesa, cuya demanda de independencia recorre sendas de creciente moderación y ambigüedad de resultado incierto. En esa adaptación pesa lo suyo una percepción ciudadana que combina el hastío de una gestión a la baja del KMT y el temor a que un regreso de la oposición al gobierno derive en una espiral de confrontación con Beijing. Esa reserva le impide al PDP capitalizar del todo el descontento.
En los próximos dos años podemos esperar movimientos tácticos de cierto alcance a ambos lados para blindar lo logrado, e incluso, muy probablemente, una cumbre entre los líderes respectivos. Ma Ying-jeou, tras fracasar en su empeño para celebrar este encuentro en el marco de la APEC o del Foro Boao, no desecha otra fórmula que China sugiera al margen de foros internacionales.
Beijing parece más que dispuesto a aflojar cuerda, especialmente en lo que atañe a facilitar la participación de Taiwán en la integración económica regional, siempre y cuando pueda obtener retornos en forma de garantía sobre la irreversibilidad del actual proceso.
Los gestos de flexibilidad y la fuerza de atracción del continente plantean a la oposición un serio dilema. Ni siquiera en los tiempos de mayor confrontación entre Beijing y Taipei se logró conjurar un acercamiento a cuyo favor militan importantes sectores fácticos de la isla, los mismos que en las elecciones presidenciales de 2012 impidieron el triunfo de su candidata, Tsai Ing-wen, a pesar del severo desgaste del líder del KMT. En el tránsito de la certeza a la ambigüedad residen ahora sus posibilidades de victoria en 2016, un escenario que preocupa en Beijing por sus posibles efectos ante la negativa opositora a secundar el principio básico de la aproximación: la existencia de una sola China en el mundo, que contrarresta con la fórmula de “China más uno”.
Lograr encauzar pacíficamente el problema de Taiwán supone para Beijing un activo mayor, especialmente cuando tantas tensiones territoriales afloran en su entorno inmediato. Los avances que puedan darse en este ámbito ameritarían la validez de un discurso de buena voluntad que los países vecinos ponen en entredicho ante la alarma que sugiere lo extenso de sus reivindicaciones y el vigor de su modernización militar. Y reduciría el riesgo de una crisis a gran escala que involucraría a terceras potencias como Japón y EEUU, actualmente inmersas en una estrategia de abierta contención del gigante asiático.
Tras la normalización operada en la década pasada, Xi Jinping ambiciona sentar en la presente las bases de un acuerdo inevitable, duradero y aceptable que tanto preserve en sentido amplio el modus vivendi de la isla como asegure la sanación de una de las heridas más dolorosas de la historia china reciente. Libre de presiones, el nivel superior de negociación que ahora se inicia puede dar resultados beneficiosos para ambas partes.