China continental y Taiwan han visto progresar sus relaciones a niveles impensables hace solo una década. Tras la consagración de la “tercera cooperación” entre el PCCh y el KMT (2005) y el inicio de la presidencia guomindanista de Ma Ying-jeou (2008) hemos asistido a un proceso de acercamiento paulatino y constante que ha tenido en el Acuerdo Marco de Cooperación Económica (ECFA, siglas en inglés), rubricado en 2010, uno de sus referentes inexcusables. Los intercambios económicos y comerciales así como las inversiones mutuas se han consolidado desde entonces, sumando a ello la normalización del turismo (casi tres millones en 2013) y otras áreas, facilitándose enormemente l contacto entre ambas comunidades.
En el orden político, en este 2014 se produjo un salto cualitativo de gran trascendencia. El primer encuentro entre los máximos responsables con rango ministerial de las relaciones a través del Estrecho de ambas partes, Zhang Zijun y Wang Yu-chi, evidenció un nuevo paso, largamente acariciado por Beijing que ansía abrir el diálogo a temas de mayor calado. Su reunión en febrero en Nanjing, antigua capital de la China de Chang Kai-shek, simbolizó, con el reconocimiento de ambos gobiernos, la apertura de la fase política en las relaciones bilaterales, hecho que, no obstante, Taipei niega taxativa y reiteradamente. Tras otro encuentro en Taiwan en junio, ambas partes parecen hacer convenido hacer un alto en el camino para orientar mejor su rumbo, a la vista de que la fluidez en la cumbre no es suficientemente comprendida ni acompañada por el entusiasmo en la base.
Por otra parte, cabe reseñar que subsisten las reservas en materia de seguridad y defensa, que Taiwan reconduce a la vitalidad de su alianza con un Washington inmerso en su estrategia de Pivot to Asia en gran medida para contener la emergencia continental, mientras secunda a distancia, pero cuidando de mantener un perfil propio, las reivindicaciones chinas en los mares territoriales próximos. La hora de la firma de la paz, ya evocada en su día por el ex presidente Hu Jintao (2002-2012), parece no hacer llegado aún, por más que Ma Ying-jeou reclame a Xi Jinping una cumbre que simbolice el fin de esta paz tibia, asignándole un lugar de honra en la milenaria historia de la nación china.
La estrategia continental sigue basada en la promoción de la ruta económica para favorecer la aproximación, primero, y la unificación, después. El sostén conceptual de esta política radica en el “Consenso de 1992” y el escrupuloso respeto al principio de “Una sola China”, axiomas cuya asunción por las partes debe garantizar el apaciguamiento y la ausencia de tensiones en el estrecho de Taiwan.
Y en efecto, el proceso, que hasta ahora ha discurrido con gran celeridad y fluidez, parece haber cosechado numerosos aplausos aunque no unanimidades.
Cabe hacer mención de dos discordancias principales. Primera, de una parte significativa de la sociedad taiwanesa que está inquieta y desconfía de las iniciativas que llegan del continente en las que adivina intenciones claras (un rodeo por la dependencia económica para llegar a la laminación de la soberanía) que no son de su agrado. Fue en virtud de este sentimiento que se originó el Movimiento Girasol en la primavera de este año para evitar la ratificación por parte del Yuan legislativo del Acuerdo sobre el comercio de servicios firmado en junio de 2013 y que aun no ha entrado en vigor. Indudablemente, ese malestar va más allá de la relación bilateral y cabe relacionarlo con la disconformidad provocada por las iniciativas liberalizadoras que impulsa el KMT, en consonancia con las tendencias globales, para facilitar la participación en el proceso de integración económica regional, ya se llame TPP (Trans-Pacific Partnership, liderado por EEUU) o RCEP (Regional Comprehensive Economic Partnership, liderado por China). Ese doble temor, a la pérdida del bienestar y de la soberanía efectiva, da cuenta de la existencia de una profunda brecha que no se ha mitigado en modo alguno a la misma velocidad que otras áreas de la relación bilateral.
Segunda, de una parte significativa de la elite política de la isla (nucleada esencialmente en torno al Minjindang o PDP) que ha sido capaz de obstaculizar la mayoría absoluta del KMT para condicionar su acción en relación al continente. Así, tanto el ejecutivo como la propia presidencia se han visto intensamente mediatizados por los parlamentarios opositores (en cierta medida con el apoyo de la calculada tibieza del presidente de la Cámara, Wang Jin-pyng, enfrentado a Ma) que ejercen un estricto control sobre la acción gubernamental, disponiendo hábilmente toda una serie de cortafuegos capaces de poner contra las cuerdas a la mayoría.
Beijing, que ha venido celebrando el buen ritmo y contenido del entendimiento con Taipei, trata ahora de calmar los ánimos, multiplicando los mensajes a favor de la comprensión mutua. Aun así, los tics inoportunos, como la declaración respecto a que el futuro político de la isla debe ser decidido por el conjunto del pueblo chino, recuerdan a todos que el tono conciliador del continente tiene sus límites.
Horizonte 2016
Desde las próximas elecciones municipales, las “nueve en uno” previstas para noviembre, hasta las presidenciales de 2016, se abre un tiempo político en Taiwan que pondrá a prueba la capacidad de ambas partes para sostener y alargar los consensos logrados.
China sopesa la posibilidad de que su principal aliado en la isla, el KMT, pueda perder las elecciones presidenciales de 2016. Los resultados de noviembre darán el tono de la contienda. El PDP parece haber aprendido las lecciones de las presidenciales de 2014 y se apresta a mantener un perfil bajo en las cuestiones relacionadas con la independencia de la isla para preservar sus posibilidades de victoria. Se da la curiosa paradoja de que mientras el KMT se ve abocado a tomar distancias del continente para ganar crédito electoral, el PDP, con idéntico objetivo, ansía mostrarse más moderado para evitar que las elites económicas y empresariales se afanen por erosionar sus expectativas, tal como ocurrió en 2014.
China considera que el tiempo juega a su favor y puede que no le falte razón, aunque si requerirá paciencia. La estrategia seguida en 1995-96, cuando intentó frenar la trayectoria democratizadora del ex presidente Lee Teng-hui, no hizo otra cosa que acelerar el relevo a favor del temido PDP. Ahora procura tender puentes con la sociedad taiwanesa en sentido amplio y promueve diálogos incluso con el entorno del independentismo para ablandar rigideces y evitar que una alternancia en Taipei dé al traste con los éxitos del actual periodo. El PDP, por su parte, coquetea con la reconsideración de sus preceptos fundacionales para encontrar un modus vivendi aceptable con el continente sin perder la cara.
Se quiera o no, el futuro de Taiwan pasa por el buen entendimiento con el continente. Beijing ejerce un irresistible poder económico de atracción y su plácet es indispensable para que la isla no quede aislada en un Asia a cada paso más integrada y en la que Taipei pugna por encontrar su lugar, so pena de ver su economía asfixiada. China continental puede acceder a un mayor protagonismo internacional de Taiwan, tolerar acuerdos como el de pesca suscrito con Japón o la firma de TLCs con Singapur o Nueva Zelanda, pero a condición de que le acerquen más y que no alejen el objetivo de la reunificación. En su mano tiene, hoy más que nunca, la llave de la subsistencia de Taiwan. La fuerza de su economía y su creciente protagonismo en la gobernanza global refuerzan la convicción de que más tarde o más temprano, Taipei tendrá que negociar su futuro político.
Pero aun teniendo tanto de su lado, no será coser y contar. El continente necesita mostrarse más condescendiente y comprensivo para ganarse el favor que aun no tiene, el de la ciudadanía. Nadie puede pasar por alto que en torno al 90% de los taiwaneses sigue siendo partidario del statu quo y solo un 7% está a favor de la unificación. Esa realidad aconseja altas dosis de moderación, humildad y pedagogía.