Mike Pompeo, ex secretario de Estado de EEUU y ex director de la CIA, tiene la virtud de hablar bastante claro, sobre todo ahora que se conduce por el mundo sin las ataduras oficiales. Ha visitado Taiwán por segunda vez este año y en Kaohsiung ha dicho que hay que dejarse de monsergas para evitar como sea el “siglo chino”, desacoplarlo todo, reconocer a Taiwán y que pase lo que tenga que pasar. Contrastan sus invectivas con las declaraciones de un Premio Tang de este año, el también estadounidense Jeffrey Sachs, quien ha instado al diálogo a propósito de Taiwán para encontrar una solución pacífica, dejando a un lado las acciones provocadoras y apostando por multiplicar las conexiones, no reducirlas, en un marco que permita incrementar esa confianza que ahora está bajo mínimos.
Las de Pompeo no son unas declaraciones excepcionales. Ese tono es la “nueva normalidad” en la política exterior de EEUU en este asunto, y en su visión de la seguridad y la defensa para la región. Si días atrás el propio presidente Biden dejaba entrever que EEUU defendería a Taiwán incluso con fuerzas militares, el almirante estadounidense Karl Thomas aseguraba que la comunidad internacional podría intervenir en caso de que China continental organizara un bloqueo militar de la isla. Poco después, el comandante de las Fuerzas de EE.UU. en Corea, Paul LaCamera, afirmaba que Washington está considerando planes para apoyar la defensa de Taiwán en caso de una supuesta invasión del ejército continental. Y recordemos también que el almirante de la Marina estadounidense Philip Davidson afirmó que China podría invadir Taiwán en los próximos seis años, con la mirada puesta en el centenario del EPL (2027).
Sin embargo, el fundador del Instituto de Investigación de Taiwán, Liu Tai-ying, cercano ayudante del ex presidente Lee Teng-hui, declaró recientemente que el EPL no estaría en condiciones de lanzar una invasión de Taiwán hasta dentro de al menos 10 años. Y enfatizó expresamente que dados los riesgos de una operación de este tipo, la estrategia de China hacia Taiwán sigue siendo principalmente de naturaleza política. El PCCh, apostilla, es consciente de lo que está en juego en una guerra. También el general Kenneth Wilsbach, comandante en el Pacífico, ha puesto claramente en duda la capacidad del EPL para invadir Taiwán en 2027. Desde luego, no parece la mejor forma de celebrar un centenario.
EEUU repite –y sus aliados se suman al coro- que China actúa de forma cada vez más agresiva contra Taiwán. Más allá de la reacción a la visita de Nancy Pelosi, se basa, sobre todo, en el incremento de misiones aéreas y navales del EPL y en la exhibición de músculo militar. Esa “intimidación” es, no obstante, la pataleta de Beijing ante una desagradable evolución en la que cada día constata como EEUU se desentiende de su política de una sola China. La última perla fue la declaración de Ned Price, portavoz del departamento de Estado, quien señaló sin rubor dos cosas: primero, que Estados Unidos «no adopta una posición sobre la soberanía» entre Taiwán y China; segundo, que la política de una sola China de Washington no ha cambiado. Biden también dijo días atrás que «Taiwán toma sus propias decisiones sobre su independencia. No estamos alentando su independencia. Esa es su decisión». Sus críticos dijeron que China podría percibir los comentarios como un apoyo tácito a una declaración de independencia. Justamente la más roja de las líneas rojas de Beijing.
A más abundamiento, la vicepresidenta Kamala Harris dijo encaramada en la cubierta de un buque de guerra estadounidense en Tokio que “China está socavando elementos clave del orden internacional basado en reglas’, cuando cualquier observador reconoce que una regla básica es precisamente el principio de una sola China, se esté o no de acuerdo con él. Tan así es que el ex secretario de prensa del Pentágono, John Kirby, dedicó toda una conferencia de prensa (el 12 de octubre de 2021) a explicar lo difícilmente explicable: la diferencia entre la “política de una sola China” de Estados Unidos y el «principio de una sola China» de Beijing. Estados Unidos reconoció en los tres comunicados conjuntos sino-estadounidenses que solo hay una China y que Taiwán es parte de ella, y reconoció al Gobierno de la República Popular China como el único Gobierno legal de China, aseguran en Beijing.
Es, por tanto, evidente que la Administración Biden está más cerca de Pompeo que de Sachs. Es lo que en el Capitolio llaman “consenso bipartidista” en esta cuestión. De los pocos que hay.
Aunque Jeffrey Sachs, como otros, apela a desescalar, lo cierto es que EEUU está inmerso en un incontenible arrebato verbal que tiene su correspondencia con las políticas adoptadas en otros frentes. China reacciona. De esta forma, la imagen que se traslada a todo el mundo es que en el Estrecho hay un “problema de seguridad” que a EEUU les obliga a intervenir “para preservar la paz”. Y la libertad, naturalmente. Esto recuerda un poco al comportamiento de los gánsteres en los años 30: primero te rompían el escaparate y después te ofrecían protección para evitar males mayores. Esa turbia y recalentada atmosfera facilita la “comprensión” de sus iniciativas más agresivas (el QUAD, AUKUS, etc.) y también que los gobiernos de la región tiren al alza los presupuestos de defensa, comprando más armas: ¿A quién? Se lo pueden imaginar.
Internamente, en la isla, todo este clima de ansiedad y crispación puede favorecer electoralmente a los verdes. La contrapartida es que el gobernante Minjindang –como Taiwán- depende cada vez más de EE.UU.
EEUU puede verlo de dos formas. Primera, China ya ha decidido hacerse con el control de Taiwán por la fuerza y hay que frenarla porque si eso ocurre provocaría el colapso de la estrategia para el Indo-Pacífico y su liderazgo regional y global se precipitaría inexorablemente. Segunda, la única esperanza de impedir el “siglo chino” es provocar su propio colapso a través del azuzamiento de una contienda desestabilizadora. Taiwán es el Talón de Aquiles del “sueño chino”.
¿Cuál de las dos hipótesis refleja mejor la realidad? Lo más prudente para China es hacer gala de su infinita paciencia civilizatoria, confiando en que el tiempo ponga las cosas en su lugar. Cualquier precipitación sería un trágico error. Una declaración en tal sentido en el inminente XX Congreso del PCCh sería de gran valor si incorpora un énfasis mayor en la apuesta pacífica.
Y mientras tanto, ¿con quién se alinea la UE? ¿Estamos con Sachs o con Pompeo? ¿Nos basta con no pensar por nosotros mismos y dejarnos llevar a ciegas por lo que instruyan desde EEUU? Quienes llevan la iniciativa son los sectores conservadores más beligerantes. Más cerca de Pompeo que de Sachs. ¿Podemos ensayar una moderación constructiva o no disponemos de autonomía suficiente para ello?