El discurso que la presidenta Tsai Ing-wen pronunció en la ceremonia de toma de posesión de su segundo mandato ofreció pocas novedades confirmando, en todo caso, una firme voluntad de perseverar en la política trazada en 2016.
Indudablemente, el aspecto de mayor interés se refiere a la visión de las relaciones a través del Estrecho. En este sentido, debe significarse que ignoró por completo cualquier alusión al “Consenso de 1992” que Beijing considera la base de cualquier diálogo. Asimismo, el rechazo al principio de “un país, dos sistemas” fue contundente. Para Tsai, las relaciones entre los dos lados del Estrecho han alcanzado un punto de no retorno y Beijing debe asumir la coexistencia de ambas realidades. En este contexto, las invitaciones a retomar los contactos no pueden representar más que un brindis al sol. Como era de esperar, estas aseveraciones fueron rechazadas por China continental advirtiendo que dicho camino “no conduce a ninguna parte” y que “nunca tolerará” una separación de Taiwán del territorio chino…
Aun así, Tsai dijo seguir apostando por la defensa del statu quo, renunciando a dar pasos que lo puedan poner en peligro si bien abogando con rotundidad por alejar a la isla de la esfera de influencia del continente y alentando también el desacoplamiento en lo económico.
El asunto más delicado es el anuncio de una nueva reforma constitucional, que será la octava. Indudablemente, si esta tiene por objeto reducir la edad de sufragio (de 20 a 18 años) u otros detalles como el sistema institucional de gobierno o un mayor énfasis en los derechos humanos, la sangre no llegará al río. Si fuera para cambiar el nombre oficial, el territorio, etc., podría tener consecuencias mayores. La presión para una mayor ambición en la reforma constitucional no será menor y podría encontrar en el vicepresidente Lai Ching-te una mayor empatía. Seguir asegurando que la República de China, como dice su Constitución, representa el gobierno de la población y territorios de China, incluido el continente, está lejos de reflejar la realidad. Ese argumento tiene su lógica pero el contexto también impone la suya. Por otra parte, la Constitución actual, de 1947, exige una eventual unificación con el continente pero en torno a la mitad de los taiwaneses se decanta por el ambiguo statu quo y una tercera parte prefiere la independencia de jure.
Aunque le restan cuatro años por delante en condiciones de cierta confortabilidad al haber logrado mantener la mayoría absoluta en el Parlamento, Tsai piensa ya en su legado. Las reformas proseguirán y se espera una segunda oleada que podría afectar en especial a la seguridad nacional y la justicia. Pero deberá prestar atención también a las cuestiones más inmediatas y prosaicas que preocupan a la gente: los bajos salarios, el alto precio de la vivienda o la baja tasa de natalidad.
Tsai apeló a la unidad de los taiwaneses, exhibiendo el orgullo por la gestión de la pandemia y el fuerte apoyo y reconocimiento internacional logrado, aspectos que le han granjeado una importante visibilidad a nivel mundial sorteando el ostracismo diplomático y evidenciando la relativa importancia de perder o no aliados.
Inicia segundo mandato con un alto nivel de popularidad, superior al 70 por ciento según algunas encuestas. Similares niveles refleja la creciente conciencia taiwanesa que si bien reconoce su matriz cultural china marca distancias en lo político. Dichos porcentajes indican también el nivel de apoyo cívico con que cuenta la búsqueda de cierta normalidad existencial como país. La conciencia taiwanesa que promueve el PDP y el movimiento soberanista en su conjunto se erige como un dique frente al nacionalismo chino que Beijing intenta proyectar en la isla sin mucho éxito a juzgar por los resultados. Flota en el aire una peligrosa sensación de que el problema se le está yendo de las manos.
Con el principal partido de la oposición, el KMT, redefiniendo su estrategia y en vísperas de recibir, quizá, un serio varapalo el próximo 6 de junio si triunfa la consulta revocatoria del alcalde de Kaohsiung y ex candidato presidencial, Han Kuo-yu, Tsai gozará de un margen amplio para desarrollar su programa, aunque no faltarán contratiempos y sobresaltos. Deberá hilar fino. La guerra comercial sino-estadounidense, que hasta ahora le ha beneficiado, puede afectar a sus empresas tecnológicas más relevantes.
EEUU, al igual pero más que Japón, ha alzado la voz en defensa de Taiwán. En la larga precampaña de cara a los comicios de noviembre ni republicanos ni demócratas renunciarán a elevar la visibilidad de Taiwán situándole como paradigma de democracia contra China. No obstante, esa devoción no disipará la sombra de la instrumentalización. En su felicitación, Pompeo calificó a Tsai de “presidenta de Taiwán”, un anatema para Beijing. Y, en el fondo, de eso se trata.