La reciente conversación telefónica entre la presidenta taiwanesa Tsai Ing-wen y el presidente electo de la República Checa, Petr Pavel, en un contexto de persistencia de la tensión en el Estrecho de Taiwán, evoca la llevada a cabo en 2016 entre la líder taiwanesa y Donald Trump, que marcó un cambio de sentido en la política estadounidense en este delicado asunto. En otro signo de emulación a propósito de Nancy Pelosi, en Praga se ha anunciado la visita en marzo de la presidenta de la Cámara de Diputados, Markéta P. Adamová. Ni aquella conversación con Trump ni esta con Pavel ha sido fruto de la casualidad sino un gesto trabajado a conciencia y durante largo tiempo.
Entre Chequia y la República de China, nombre de jure de Taiwán, no hay vínculos diplomáticos. Quienes reconocen a Beijing evitan tener contactos oficiales directos, más de alto nivel, sin menoscabo de desarrollar relaciones de otro tipo, especialmente en el orden económico y comercial. Es parte de la esencia del principio de una sola China, cuya admisión se antepone al reconocimiento diplomático. Así ha sido en los últimos cincuenta años, también para España cuando en 1973 estableció relaciones oficiales con China.
La llamada Tsai-Pavel es un éxito importante para Taiwán. Especialmente cuando se ciernen sobre su diplomacia nuevos e intensos rumores sobre las rupturas de países como Honduras o Paraguay, que podrían consumarse en los próximos meses. Los vínculos formales importan cada vez menos frente a la coordinación política que muestra el acercamiento in crescendo de la relación de Taipéi con terceros países a modo de red de apoyos frente a un Beijing que no renuncia al uso de la fuerza para hacerse con la última ficha, tras Hong Kong y Macao, que dé carpetazo a su histórica desmembración territorial.
Chequia, como Lituania, dos países años atrás en la órbita del socialismo real, refuerzan el destacamento de vanguardia en la UE que aboga por una revisión de las relaciones con Beijing y Taipéi con el argumento de hacer frente a una nueva realidad geopolítica marcada por la división ideológica entre democracias y autocracias. Praga, manifiestamente alineada con la posición de Washington, soslaya los matices de la política tradicional de Bruselas en este campo y envía a China el mensaje de que prefiere la cercanía con Taiwán aunque ello suponga un replanteamiento de los lazos bilaterales.
La UE se ha apresurado a matizar el alcance del gesto, reafirmando la continuidad de su enfoque del problema de Taiwán. Lo cierto es que, en la práctica, ya sea por algunos de los estados que la componen o de sus instituciones más emblemáticas, se va erosionando cada día un poco más, asumiendo la estrategia del Indo-Pacífico que llega del otro lado del Atlántico y que tiene a Taiwán como su corazón.
Esa doble tendencia, la que apunta a una reducción del espacio internacional formal de Taiwán que compensa con una elevación de los vínculos de todo tipo, incluso militar, con los países liberales más desarrollados, supone un desafío para la ambición unificadora de China. Días atrás, el general estadounidense Mike Minihan adelantaba dos años, a 2025, la previsión de estallido de un conflicto en el Estrecho que el ex máximo responsable de la Comandancia del Pacífico, Philip Davidson, señalaba para 2027. Pero seguimos instalados en esa escalada basándonos en que la crispación es la mejor forma de disuasión. ¿Funcionará? La dinámica militarista tiene claros beneficiarios directos pero cruzar el rubicón significará ondas de destrucción y muerte desoladoras que convendría evitar a toda costa.
Sea como fuere, China tiene que mover ficha. Y todo apunta a que puede haber cambios en su enfoque en los próximos meses. Este año es de gran importancia de cara a las elecciones presidenciales de enero de 2024. La continuidad del soberanismo en Taipéi puede suponer un revés muy serio para sus ambiciones. Hoy, los nacionalistas están en buena posición y su mayor preocupación es preservar la unidad interna y evitar también que las acciones desde el continente pongan en cuestión su estrategia electoral. Hay un hilo muy fino del que pende la reacción de la sociedad taiwanesa, alejada más y más de China, especialmente tras la crisis ocurrida con Hong Kong.
Digan lo que digan, en su política de contención de China, a EEUU no le conviene el cambio. No se trata solo de preservar la democracia taiwanesa en Taiwán o el statu quo sino de contar con garantías precisas de que no se va avanzar hacia una unificación que de llevarse a cabo haría más fuerte a China.
Como acontece a menudo, Bruselas se deja llevar. Es posible que países como Chequia esperen obtener ventajas en materia industrial de sus gestos hacia Taiwán como acontece con las inversiones del gigante taiwanés TSMC en EEUU. Pero con cada paso que damos en cierta dirección estamos poniendo más énfasis en el conflicto que en la diplomacia. ¿Alguien se acuerda de la prevención? Con la guerra de Ucrania a nuestras puertas, quizá fuera más sensato tener el manual a mano.
(Para Diario El Correo)