No fueron tantas las novedades introducidas por Xi Jinping en su discurso conmemorativo del “Mensaje a los compatriotas de Taiwán”. Y la menor de todas fue la alusión al recurso al uso de la fuerza para lograr la reunificación. En realidad, esta invocación es una constante de larga data en la política del PCCh hacia Taiwán. Y, paradójicamente, aquel discurso de 1979 que ahora se rememora en realidad supuso todo lo contrario: el otorgamiento de la primacía a la reunificación pacífica señalando el uso de la fuerza como último recurso. Xi no ha cambiado ese principio.
Taiwán es un interés central en la política china. La asociación entre la revitalización nacional y la reunificación de aquellos territorios cuya pérdida de soberanía se relaciona con la decadencia y humillación del país forma parte de su imaginario y en el caso de Taiwán habría que remontarlo no al fin de la guerra civil, en 1949, sino a 1895, al Tratado de Shimonoseki, cuando debió ceder la isla a Japón.
Los cinco puntos de Xi (promoción conjunta del renacimiento chino con el propósito de lograr la reunificación; estudio de un modelo de unificación próspero con dos sistemas; persistencia en el principio de una sola China y la unificación pacífica; profundización del proceso de integración de ambas partes sobre la base de la paz; realización de la comunión espiritual de todos los compatriotas en el reconocimiento de la unidad) vienen a sustituir los ocho puntos proclamados por Jiang Zemin en enero de 1995.
Quizá la principal novedad introducida por Xi en su alocución sea el peso atribuido al Consenso de 1992, que en los últimos años se sumó por la vía de hecho al principio de Una Sola China y de “un país, dos sistemas”, como nervios estructurales de la política continental en relación a Taiwán. El Consenso de 1992, cuyo reconocimiento divide a la sociedad taiwanesa, resultó de los encuentros llevados a cabo por las entidades instituidas por ambas partes para implementar aquel cambio de política establecido en 1979, la continental ARATS (Asociación para las Relaciones a través del Estrecho de Taiwán) y la taiwanesa SEF (Fundación para los Intercambios en el Estrecho). El actual gobierno taiwanés reconoce el “hecho histórico” de esos encuentros pero niega que se estableciera consenso alguno. El KMT (Kuomintang) lo acepta, aunque su percepción no coincide con la versión del PCCh.
Sea como fuere, el Consenso de 1992 vino a simbolizar la conformidad con la existencia de una sola China y sirvió de base para impulsar el acercamiento a través del Estrecho. Para el KMT, el principio significa aceptar la existencia de “una China, dos interpretaciones”, mientras que para el PCCh significa “una China, una interpretación”. En su discurso, Xi incorporó la unificación como parte de la definición del consenso y lo redefinió negando cualquier posibilidad de sostener dos interpretaciones. También incluyó el principio de “un país dos sistemas” (respondido en su día por el ex presidente Chiang Ching-kuo diciendo que “un país necesita solo un buen sistema”) dentro del consenso. Las palabras de Xi impedirían al KMT interpretar aquella una sola China como la República de China asentada en la isla a partir de 1949. Algunos sectores de la formación nacionalista, liderados por Hung Hsiu-chu, aceptan la versión continental.
Como cabía esperar, la presidenta taiwanesa Tsai Ing-wen reaccionó rechazando de plano el planteamiento de Xi Jinping. En un tono áspero y contundente, Tsai reiteró la negativa de su gobierno y su formación, el soberanista PDP (Partido Democrático Progresista), a aceptar el Consenso de 1992 como base para cualquier diálogo a través del Estrecho. Según Tsai, Beijing debe reconocer sin más la existencia de la República de China, respetar su sistema de gobierno democrático, resolver las diferencias de forma pacífica y equitativa y desarrollar negociaciones con el gobierno de Taiwán (y no con entidades taiwanesas afines). Las posiciones, por tanto, se han alejado más.
Carrera electoral
El discurso de Xi cabe referirlo igualmente al pistoletazo de salida de la larga carrera electoral hacia las presidenciales y legislativas que probablemente tengan lugar de forma simultánea en enero de 2020. El PCCh solo puede valorar en positivo los resultados de los comicios locales del 24 de noviembre último, resumidos en una apabullante derrota del PDP y una no menos sorprendente recuperación del KMT. ¿La política de aislamiento y hostigamiento de Beijing respecto a los independentistas ha dado resultado? Ese factor probablemente ha influido, aunque no es el único a tener en cuenta en tal fiasco. En cualquier caso, es de imaginar que Beijing acentuará su presión contra el gobierno del PDP (militar, económica, estratégica, internacional) mientras tenderá aún más la mano hacia aquellos partidos y actores que suscriben el Consenso de 1992 con el apoyo ahora de un poder local ampliamente favorable a sus tesis.
Xi Jinping ya dijo en 2013 que el asunto de Taiwán no puede ser dejado de generación en generación. Su discurso vino a reafirmar no solo la tónica general de la posición china en este asunto sino también su prisa por habilitar un diálogo bilateral que proyecte una solución a corto plazo. Una hipotética victoria del KMT en 2020 abriría paso a una nueva fase de la tercera cooperación iniciada en 2005 con el PCCh si bien tendría que salvar las reticencias de una buena parte de la sociedad taiwanesa que duda de la sinceridad de las propuestas que llegan del continente, especialmente a la vista del deterioro de la salud democrática en Hong Kong. Pero con el KMT en el gobierno de Taipéi si serían posibles las consultas democráticas y el acuerdo institucional reclamado por Xi, aun a pesar de que la formación azul quiso guardar distancias sobre su discurso.
Mientras, EEUU, tercer vértice del triángulo y también destinatario del envite, toma nota del mensaje. El mandato de Donald Trump ha supuesto una inyección de vitalidad en los vínculos con Taiwán. No solo se han mantenido las ventas de armas sino que los contactos oficiales y los vínculos militares se han intensificado. Esto supone un claro aliento para las posiciones soberanistas aunque muchos dudan de un involucramiento efectivo de EEUU en caso de conflicto. Trump, advierten muchos, solo usa a Taiwán como una pieza más de su presión estratégica sobre China.
La agregación de nuevos conceptos al Consenso de 1992 representa una nueva vuelta de tuerca que aventura más conflictos este año en las relaciones a través del Estrecho propiciando una realidad a cada paso más dual: palo para los independentistas, zanahoria para los nacionalistas. Y con un agravante adicional: un deterioro de la situación interna en el continente y/o de las relaciones con EEUU podría pasar a primer plano el contencioso taiwanés convertido en chivo expiatorio y providencial distracción respecto de otras tensiones que hierven a fuego lento en el escenario continental.