BEIJING, 1 jun (Xinhua) — Con la excusa de que México no detiene el flujo de inmigrantes indocumentados hacia Estados Unidos, el presidente estadounidense, Donald Trump, decidió aumentar unilateralmente los aranceles en un 5 por ciento a todos los productos del país vecino a partir del 10 de junio.
No es la primera vez que Estados Unidos blande el gran garrote de los aranceles punitivos contra otro país para sacar provecho en las negociaciones, pero esta vez ha ido más lejos, vinculando la cuestión arancelaria con el problema migratorio.
¿Hasta qué punto estas alocadas y caprichosas medidas obedecen al problema migratorio?
El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, respondió en una carta dirigida a Trump que «los problemas sociales no se resuelven con impuestos o medidas coercitivas».
El abuso de aranceles forma parte de una cambiante e irresponsable política exterior estadounidense, que se aleja del diálogo y de las soluciones pacíficas en pos de sostener una agresiva y ciega postura proteccionista.
Aunque muchos empresarios, analistas y laboratorios de ideas de EEUU han alertado sobre los nefastos resultados de la aplicación indiscriminada de aranceles, el Gobierno cree que sus políticas resolverán los problemas internos y externos de su país.
La realidad es que los agravan y suscitan enemistad con sus socios principales.
Tras aumentar los gravámenes a la importación de productos chinos, fueron las empresas estadounidenses y sus consumidores quienes acabaron pagando aquellas excedencias, además de que las bolsas de EEUU fluctuaron bruscamente por temor al endurecimiento de una guerra comercial.
Además, con las amenazas de aumentar los aranceles sobre los productos de acero y aluminio de Canadá y México, o sobre los automóviles de Europa y Japón, Estados Unidos está provocando irracionales disputas comerciales en todas partes, añadiendo incertidumbre a la economía global.
En la retórica de Trump estas medidas conducirían a un «comercio justo», que propone una apertura recíproca y donde se aplican idénticos niveles de aranceles e idénticos accesos al mercado.
Pero en realidad, lo que dibuja es un panorama de «EEUU primero», un panorama lleno de amenazas y medidas arbitrarias, un panorama en el que se construyen muros sin tender puentes, un panorama en el que el unilateralismo y el proteccionismo devastan las partes más productivas de cualquier economía, propia y ajena.
No cabe duda de que así no es el «comercio justo» que necesita la comunidad internacional, y tampoco lo permite.