China se prepara para su año nuevo del dragón. De los doce animales del zodíaco chino, el dragón es el único mítico, lo que le confiere un lugar particular en la cultura tradicional. También podríamos considerarlo un elocuente paradigma de las dificultades de comprensión entre Oriente y Occidente. Se desautoriza a menudo esa idea de que la singularidad cultural oriental exige un mayor esfuerzo de conocimiento y comprensión, descalificando cualquier pretensión de argumentar en ello una narrativa ideológica o institucional al margen de la que nosotros apostillamos como universal. Y sin embargo, en la evocación del dragón tenemos un ejemplo plausible de lo contrario.
La adoración al dragón ha estado presente en la cultura china durante miles de años, convirtiéndose en un emblema del nacimiento de su civilización. Los chinos adoran este tótem de 10.000 años de antigüedad y desde hace tiempo se autodenominan con orgullo «descendientes del dragón». Muchos historiadores creen que su surgimiento, en su forma inicial, estuvo estrechamente relacionado con el culto a seres celestiales y la supervivencia en sociedades agrícolas. El dragón podía traer la lluvia, nutrir la tierra y asegurar abundante cosecha. Podía elevarse a través de las nubes y transitaba con total fluidez entre el cielo y la tierra. Su poder y majestuosidad alude, además, al mantenimiento del orden en el reino humano y, con el tiempo, ha pasado de ser un antiguo símbolo tribal a uno del poder nacional y político.
Hoy, la evocación, muy asociada con la buena suerte, la podemos apreciar en la literatura, la arquitectura, el arte e incluso en los nombres. Por ejemplo, es notable su extensa presencia en la Ciudad Prohibida, con datos asombrosos como las casi quince mil representaciones dentro y fuera del Salón de la Armonía Suprema. En la vida cotidiana, el apellido Long (dragón) también es muy común, clasificándose en el puesto 85 de la larga lista de más de diez mil en el censo poblacional de China en 2016, con más de 2,8 millones de personas.
Sin embargo, fuera del contexto asiático, el dragón dista de ser positivo o benevolente, como bien sabemos. En Occidente lo asociamos con la malignidad, muy diferente de la imagen atractiva y poderosa ligada al dragón en la antigua cultura china. Así, siendo fundamental en su mitología, divinidad del agua y de la lluvia, bestia compuesta de maravillas como dijo el profesor Elliot Smith, puede transformarlo el imaginario occidental en monstruo equivalente de destrucción y muerte. El dragón, como recordaba Donald A. Mackenzie, aparece en mil y una historias chinas y es referencia de mil brebajes de propiedades curativas; el chino que ve un dragón resultará agraciado por la buena fortuna. Los propios emperadores, como los faraones egipcios, tenían barcas con forma de dragón que utilizaban en las ceremonias para rogar por la lluvia. Nuestro monstruo medieval es algo así como la mascota preferida de los chinos. Y estas diferentes percepciones pueden derivar en barreras culturales que abran paso a la confrontación en lugar del entendimiento.
El sinólogo francés Rémi Mathieu sostiene con acierto y fundamento que el dragón chino y el europeo no tienen nada en común. El primero representa el poder y suele presentarse como una criatura de fuerza formidable. Posee atributos positivos y destierra el mal. Posee cualidades casi simpáticas, dice. Por el contrario, el dragón occidental raya con el mal absoluto. Desde el nacimiento del Cristianismo, ha reflejado la malevolencia, llegando a relacionarse con el diablo. En la iconografía cristiana, a menudo aparece abatido y muerto por héroes cristianos, como San Jorge o San Miguel, normalmente con una lanza o flechas. Y no puede faltar en ningún cuento que se precie como el último tributo del valiente caballero a su amada en peligro.
Hace tiempo que en China se discute sobre esta diferencia tan contrastada acerca del disímil significado en una y otra cultura. Algunos claman incluso por traducirlo de otra manera, es decir, de una tal que evitara esa negatividad con la que se asocia en Occidente y que podría reforzar en nuestro imaginario esa idea de la China amenazante. Otros, sin embargo, consideran ese hipotético intento de limpiar su nombre un verdadero desatino y que se solventa una vez explicado pues es fácil de comprender y representa un pedagógico ejemplo de la importancia y necesidad del diálogo intercultural para superar equívocos que no se reducen a lo estrictamente cultural sino que exigen su amplia comprensión para no descarrilar en lo estratégico.
No es un tópico afirmar que China es otro planeta en muchos aspectos. Ello refuerza internamente la lógica que apunta a la construcción de una singularidad que tanto adapte las tendencias e ideas foráneas como actualice las propias evitando la autodestrucción. Cuanto de ello es admisible, lógico o, por el contrario, mero subterfugio, en ámbitos como la organización del poder político o la diligencia respecto a los derechos individuales es motivo de polémica y lo será por mucho tiempo.
Sea como fuere, China tiene fundados motivos, al menos culturales, para confiar en que la fortuna le sonría en este año del dragón.
(Para Diario El Correo)