El año 2011 ha discurrido en China en tres dimensiones. En el ámbito oficial, ha crecido la preocupación por las dificultades económicas y sus repercusiones sociales y políticas. El crecimiento se situó en el 9,2%, con una inflación del 5,4%, superior al objetivo del 4%, constatando la complejidad de las estrategias de control. Por otra parte, la sociedad china ha iniciado un despertar propio en el que convergen la insatisfacción por los efectos nocivos de la reforma y la conciencia acerca de sus crecientes posibilidades de incidir en el poder, especialmente ejerciendo la presión a través de la Red (Weibo). Por último, la persistencia de la crisis en el mundo desarrollado ha alentado los temores a una China cuyos déficits y ambigüedades despiertan recelos profundos tanto en lo estratégico como en otros ámbitos. China tiene serias dificultades para hacerse aceptar y la promoción de un hipotético poder blando sin reforma política sugiere efectos benignos muy limitados.