Xulio Ríos es Director del Observatorio de la Política China. Asesor de Casa Asia y coordinador de la Red Iberoamericana de Sinología, colabora con diferentes medios de comunicación y revistas especializadas. Forma parte de consejos científicos y comités de redacción de diversas publicaciones sinológicas. Profesor y consultor de varias instituciones universitarias de España, China y América Latina, es autor de más de una docena de libros sobre China. Entre los que pueden destacarse: China, ¿superpotencia del siglo XXI? (1997), China: de la A a la Z (2008), o China moderna (2016), premio Cátedra China 2018. En esta conversación nos centramos en su último libro, La China de Xi Jinping, publicado por la Editorial Popular en 2018.
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Enhorabuena por su nuevo libro. Resumo el índice para nuestros lectores. Presentación. Introducción. 1. Ideología. 2. Política. 3. Taiwán y las crisis territoriales chinas. 4. Economía y sociedad. 5. Seguridad y defensa. 6. Relaciones exteriores. Bibliografía. Todo en casi 300 páginas.
Otro aviso a nuestros lectores: me voy a dejar muchas preguntas en el tintero.
Empiezo por el título, La China de Xi Jinping. ¿No hay en ese título un fuerte protagonismo del presidente de la República Popular? China no es suya. Recuerda aquellos títulos o afirmaciones sobre “La China de Mao” o “La URSS de Stalin” por ejemplo.
Se trata no tanto de enfatizar la “propiedad” como de aludir al momento histórico que vive el país, en este caso bajo la presidencia de Xi Jinping, a quien todos reconocen, por otra parte, como un líder “fuerte”, de alto perfil. En suma, es la China en tiempos de Xi, procurando contextualizarla y definiendo sus trazos esenciales en los órdenes básicos, cuáles son sus retos y desafíos, cuánto hay de continuidad y de cambio a partir del análisis de su primer mandato, iniciado en 2012 al frente del Partido Comunista y del país a partir de 2013. Y con un reconocimiento implícito y con cierta retranca de que Xi puede estar al frente de los destinos de China más del tiempo del inicialmente previsto, es decir, dos mandatos, una década.
¿Hay culto a la personalidad, siguiendo tradiciones que parecían superadas, en el caso de Xi Jinping? ¿Se ve Xi Jinping como un Mao del siglo XXI?
Hay una cierta merma del liderazgo colectivo y un encumbramiento, muy apreciable en los medios chinos, del liderazgo central que representa Xi. El liderazgo colectivo fue una propuesta de Deng Xiaoping precisamente para evitar los males derivados del “gobierno de un solo hombre” que tantas desgracias acarreó en la política china durante el maoísmo. La percepción de que China vive ahora un momento crucial de su proceso de modernización sirve de argumento para recuperar la idea de un líder fuerte, no un primus inter pares sino un primus supra pares. De ahí tantos esfuerzos por presentar tempranamente a Xi como “núcleo” de la quinta generación de dirigentes y enfatizar la lealtad como principio básico para ahuyentar las críticas que pudieran debilitarlo y abrir fisuras que debiliten la capacidad del PCCh para liderar el país. Por otra parte, Xi sabe que no puede superar a Mao pero no le importaría quedar por delante de Deng Xiaoping en el escalafón histórico-político de la Nueva China.
Más allá del resurgir de cierto culto a la personalidad, lo que más preocupa es el cuestionamiento de otras reglas internas diseñadas por Deng Xiaoping para establecer una institucionalidad respetada para resolver los problemas asociados al proceso sucesorio en la cúpula del Partido, la preservación de los consensos, etc. Hoy quizá predomine la idea de que aquel consenso adormecía la dirigencia y no permitía tomar decisiones arriesgadas en el momento preciso. El riesgo es que esta especie de dinastía orgánica que representa el PCCh pueda adentrarse en una fase de inestabilidad y turbulencias como la vivida durante el maoísmo.
El subtítulo del libro: “De la amarga decadencia a la modernización soñada”. ¿A qué amarga decadencia hace referencia?
Siempre digo que sin un mínimo conocimiento de la China moderna no es posible entender la China contemporánea. Ahí tenemos que mirar primero, como mínimo, para aprehender las claves mínima elementales de la China actual. Desde el siglo XVIII, en tiempos del emperador Qianlong, la China centro del mundo, la primera potencia durante siglos, inició una franca decadencia cuando la revolución industrial asomaba en Occidente. Las Guerras del Opio y con Japón en el siglo XIX consumaron la humillación del país, un hecho que está muy presente en el imaginario chino y que fundamenta la necesidad de poner fin a ese ciclo histórico en el que China dejó de brillar.
También del subtítulo: ¿qué tipo de modernización es esa modernización soñada?
Es la otra cara de la moneda. Es el afán por la recuperación de la grandeza perdida. Un sueño que los primeros movimientos modernizadores del siglo XIX asociaban con la imitación del modelo occidental e intensamente orientado contra la propia cultura, a quien se culpaba en último término de los males del país, razón del atraso. Hoy no es así. La modernización que pretende culminar el PCCh no significa solo la construcción de un país grande, fuerte y poderoso, instalado en el epicentro del sistema global, sino también un país que transita por una vía singular, propia, y reconciliada con aquella cultura clásica que el maoísmo tanto denostó y que sin embargo hoy día representa una parte importante de esas “singularidades” que ayudan a blindar el experimento chino frente a la presión occidental.
Una duda de muchas personas interesadas. En su opinión, ¿qué sistema económico-social es el que rige actualmente en China? ¿Socialismo, socialismo de mercado, capitalismo de Estado, un capitalismo salvaje controlado parcialmente por el Partido Comunista Chino?
Creo que estamos demasiado acostumbrados a ver las cosas con altas dosis de simpleza, en blanco y negro, noche y día, pecado y virtud, vida y muerte, capitalismo y socialismo, situando estas realidades como antagónicas cuando en verdad todo es más complejo. El pensamiento chino apunta a la coexistencia simultánea, a la armonía, a la “unidad de los contrarios” de la que nos hablaba Mao en su tesis sobre la contradicción. Yo califico el sistema chino como un sistema híbrido y en transición donde podemos encontrar formas asociables al capitalismo o al socialismo y en el que no encajan las categorías políticas al uso. Podemos decir socialismo de mercado o capitalismo de Estado, definiciones que para nosotros son más próximas, pero no alcanzan a reflejar con exactitud la dimensión singularizadora del modelo chino, en el cual los factores culturales e históricos tienen una gran importancia.
El presidente chino ha asistido a actos en recuerdo de Marx, en este año del bicentenario de su nacimiento. ¿Sigue habiendo inspiración marxista en las reflexiones de la dirigencia china?
Sin duda está presente, se sigue reivindicando y forma parte de los procesos formativos tanto en las universidades como en las escuelas del Partido. El PCCh no ha dejado de ser marxista ni leninista por haber incorporado el pensamiento de Mao, de Deng Xiaoping o las aportaciones de Jiang Zemin, Hu Jintao, o ahora, el xiísmo que promueve el presidente Xi. Incluso ha incorporado elementos del confucianismo y del legismo, dos corrientes del pensamiento clásico contrapuestas a lo largo de la historia china. La sociedad armoniosa de Hu Jintao coincidió con un repunte de la aceptación de algunos aspectos del confucianismo. El Estado de Derecho de Xi Jinping es una manifestación no del estado de derecho liberal sino del repunte del neolegismo en la China contemporánea. El eclecticismo ideológico es una característica destacada del ideario del PCCh que ratifica la necesidad de evolucionar con los tiempos sin por ello renunciar al bagaje histórico e ideológico que da sentido a su existencia como tal. Xi definió a Marx como “el más grande pensador de los tiempos modernos”. Dicho lo cual eso no evita que puedan existir contradicciones que debemos analizarlas como prueba de una evolución cuyo resultado final es aún incierto.
Apenas hay en su libro referencias a lo que en su momento se llamó grupo o banda de los cuatro (incluida la viuda de Mao). ¿Queda algo de las posiciones defendidas por aquel grupo que algunos llamaron ultraizquierdista?
En 2018 se celebran los 40 años del inicio de la política de reforma y apertura que Deng Xiaoping auspició a partir de 1978. Se ha prestado mucha atención a la vertiente económica de aquel cambio pero supuso también una intensa rectificación de la línea ideológica, iniciada precisamente con la liquidación de la Banda de los Cuatro, llamada entonces a asegurar la continuidad del maoísmo sin Mao, aunque este se desmarcó de los posicionamientos de Jiang Qing en los últimos años de su vida. Mao sigue siendo un líder providencial para buena parte de la sociedad china y objeto de culto en el sentido más extenso. Y el maoísmo tiene también seguidores en la China actual. Es difícil de precisar su dimensión real, que algunos cifran en el 25 por ciento de la base social, en buena medida alimentada por las sombras del proceso de reforma en China, en especial por el aumento de las desigualdades y la quiebra o abandono de ciertos valores. Esa pervivencia obliga al PCCh a mantener cierto discurso de connivencia con el maoísmo a fin de no dejar ese espacio para que otros lo ocupen. Aunque en realidad, en muchos aspectos, el maoísmo contradice el rumbo de la China actual.
El primer capítulo de su libro lleva por título “Ideología”. Varias dudas de golpe: ¿cuál es la ideología del Partido Comunista chino? ¿Es realmente un partido comunista? ¿Mantienen relaciones con otros partidos comunistas del mundo?
Su ideología de base no ha cambiado, aunque en su desarrollo histórico, como he dicho, ha procurado incorporar otros elementos que, sin embargo, no niegan su fundamento principal. Hay que tener en cuenta que su proyecto es estratégico, de largo plazo. La revolución china siempre manifestó muchas especificidades y desde la caída de los “28 bolcheviques” liderados por Wang Ming en los años 30 del siglo pasado, incorporó una componente nacionalista que ha ido ganando significación con el paso del tiempo. Cuando Mao proclamó la Nueva China en 1949 era un país inmensamente rural, pobre y con una población analfabeta que había padecido 33 años de guerra… ¿Cómo decretar el socialismo realmente existente en ese contexto? Por otra parte, el funcionamiento del PCCh obedece al canon de las formaciones de este tipo, es decir, su cultura política y organizativa apunta en esa dirección, centralismo democrático incluido. Y sí, mantiene relaciones con otros partidos comunistas de todo el mundo, aunque también con otros partidos, incluso de signo ideológico antagónico.
Habla usted en este apartado de “la ideología del sueño chino”. ¿Qué sueño es ese, qué ideología es esa?
El “sueño chino” es una de las marcas más representativas del mandato de Xi Jinping. Refleja en gran medida esas aspiraciones de varias generaciones a un futuro mejor después de décadas de sufrimiento de tantas penalidades. Apunto varias ideas que lo singularizan. En primer lugar, la de progreso con identidad, es decir, la necesidad de recuperar un equilibrio entre la modernización y la tradición, guardando distancias con una occidentalización sin matices pero también con el ensalzamiento acrítico del ideario tradicional. En segundo lugar, la exigencia de una vía propia, adaptada a sus especificidades y que no resulte una copia mimética de los modelos occidentales. El sueño que plantea el PCCh pretende dejar atrás el pesimismo que ha impregnado los anhelos de anteriores generaciones y poner fin a la humillación y la decadencia. El sueño de Xi completa el anuncio de Mao de que China se puso de pie y la vocación de Deng por desarrollar el país. Es el sueño colectivo del renacimiento de China.
Habla usted también del neo-tradicionalismo en el pensamiento y discurso de Xi Jinping. ¿Cómo hay que entender ese neo-tradicionalismo? ¿Una vuelta a Confucio leído con gafas marxistas?
El pensamiento tradicional es objeto desde hace años de una importante relectura. En buena medida, esto responde a la necesidad de ocupar cierto vacío ideológico y espiritual provocado por décadas de reforma y apertura que no solo han derivado en confusión en Occidente sino también en la propia China. Para muchos resulta extraño ver al PCCh reivindicando ahora el pensamiento clásico tras múltiples campañas contra las “viejas ideas” pero lo cierto es que no debemos entenderlo como un fenómeno aislado sino como parte de un rearme ideológico que pone también el acento, por ejemplo, en la divulgación paralela del marxismo o en la reafirmación de lo que llaman los “valores socialistas centrales”. Se trata con ello no solo de reconciliarse con la cultura tradicional, base igualmente importante de su estrategia de poder blando a nivel global, sino de renovarse ideológicamente con activos nacionales que pueden contribuir a contrarrestar la hipotética seducción que pueda operar la occidentalización y quebrar su hegemonía cultural.
¿Se puede hablar propiamente de xiísmo? Si fuera así, ¿qué características tendría el xiísmo, un neomaoísmo del siglo XXI a la altura de las nuevas circunstancias?
Oficialmente se denomina el “pensamiento de Xi Jinping sobre el socialismo con peculiaridades chinas de la nueva era” y ha sido inscrito en la propia Constitución como guía de la actual etapa. Hay una voluntad explícita de que el xiísmo complemente el maoísmo y el denguismo a modo de una tercera fase en el desarrollo político de la Nueva China. Se justifica en la identificación de una nueva contradicción principal, que ya no radicaría en la confrontación de la demanda social y la escasez de recursos, propia de las dos etapas anteriores, sino que contrapone la demanda social a un desarrollo desequilibrado y no sostenible. Xi plantea culminar el último tramo de la modernización en dos grandes zancadas, hasta 2030 primero y 2050 después, otros 40 años de desarrollo que deben transformar la faz de China en todos los sentidos. Estamos hablando de un siglo si partimos de 1949, lo cual da idea de la significación de la orientación estratégica en todo este proceso. La cuestión clave radica no solo en la plasmación de un nuevo modelo socioeconómico sino en la conformación de un nuevo sistema político que siente las bases de una nueva legitimidad del PCCh, no ya basada en el hecho revolucionario (y lejano) o en el crecimiento (ya menguante) de las décadas precedentes sino en la observación de una norma legal que debe asegurar la perennidad de su hegemonía convertida en pilar estructural de una mejor gobernanza, adaptada a la sociedad y el mundo del siglo XXI.
Cuando habla usted, en el capítulo II, de China y el retorno a lo grande, ¿qué debemos entender aquí por grande? ¿China desea ser una superpotencia como EEUU? ¿Aspira a superarles? ¿Desea acaso que el siglo XXI se pinte de amarillo?
Desde el punto de vista histórico, la apertura de China al exterior tiene más trascendencia que la propia reforma económica. China volverá a ser grande en lo económico. Es ya la segunda economía del mundo y pronto será la primera si las cosas no se tuercen. Según el FMI ya lo es desde 2014 en términos de paridad de poder de compra. Pero ya fue la primera potencia durante varios siglos. La diferencia ahora radica en que la apertura pone fin a su autarquía tradicional. El emperador Qianlong rechazó la petición del enviado del rey Jorge de Inglaterra cuando le solicitaba la apertura de sus mercados, asegurando que ellos tenían de todo y que no necesitaban nada de nadie. La kaifang o apertura, en los años ochenta, puso fin a un desarrollo histórico de más de veinte siglos instituyendo la interdependencia con el exterior como clave permanente. Por eso China no podrá nunca cerrar sus puertas al mundo, entre otras cosas porque ha interiorizado que esa fue la principal causa de su decadencia.
Por sus dimensiones físicas, demográficas, etc., es lógico pensar que China, si la historia sigue su curso, devenga la primera potencia del mundo en muchos planos. Ahora bien, las diferencias culturales con Occidente son aun significativas, no se van a evaporar con la proliferación de McDonalds en las ciudades chinas, y la coexistencia en la pluralidad y la diversidad, desde el respeto mutuo, deben marcar el futuro. Xi habla de comunidad de destino compartido, que puede interpretarse como que el destino de toda la humanidad no puede ser gestionado solo por Occidente. En el PCCh actual no se advierte vocación mesiánica de otros tiempos. No hay expansionismo en el modelo chino pero China está llamada a desempeñar un papel destacado en el sistema global. Occidente tiene que aceptarlo sin que ello signifique que deba renunciar cada cual a sus identidades civilizatorias.
Habla usted en este apartado del reformismo económico. ¿Qué finalidades tiene ese reformismo?
La clave consiste en instituir y reconocer una lógica de reforma permanente para desarrollar la economía del país basándose en el gradualismo y la experimentación en el contexto de una visión de largo alcance. El PCCh no rechazó el mercado pero tampoco se desdijo de la planificación. El plan quinquenal sigue siendo el referente principal de la política económica en China, aunque el mercado disponga de espacios que se han ido ensanchando en los últimos años buscando la eficiencia económica. Por otra parte, la economía privada se ha desarrollado mucho. En 1978, la economía pública respondía del 79 por ciento del PIB mientras que en 2017, la economía privada respondía del 69 por ciento del PIB. Pero los sectores estratégicos (desde la comunicación a los transportes, la energía, la banca, etc.) siguen en manos públicas. Esas palancas permiten que el control del proceso de reforma descanse en el PCCh evitando que se imponga la lógica del mercado frente a un Estado débil. No es el caso de China. En la práctica, se demuestra que esto le brinda unas fortalezas adicionales para impulsar las reformas necesarias en condiciones superiores a las economías de mercado de signo liberal. Tiene otros problemas, pero la combinación equilibrada de estos factores es lo que ha permitido el enorme salto que ha experimentado la economía china en estos años, con trazos que cambian y trazos que no deben cambiar por más que Occidente presione para que se “homologue”.
¿Se respetan los derechos sindicales en China? Elaine Hiu y Eli Friedman explicaban en un artículo de título sorprendente -“El Partido Comunista Chino contra las leyes laborales chinas” (https://www.jacobinmag.com/2018/10/china-communist-party-labor-law-jasic– que “en mayo de 2018, un grupo de trabajadores de Shenzhen Jasic Technology Co (Jasic) comenzó a responder a los diversos esfuerzos de la compañía para engañarlos sobre su debida compensación, mediante el establecimiento de un sindicato de empresa, un derecho que garantiza la ley china. Pero en lugar de recibir apoyo del Gobierno, los trabajadores y sus aliados se han encontrado con el desprecio oficial, despidos, represión violenta, detenciones policiales y cargos legales espurios”. ¿Exageran Hiu y Friedman?
Los sindicatos oficiales, la Federación Nacional de Sindicatos, actúan en el marco del sistema político chino como una entidad prestadora de servicios. Su papel en los conflictos laborales es muy limitado y acostumbra a posicionarse buscando alternativas que no siempre satisfacen los intereses de los trabajadores. Durante muchos años, la consigna oficial en China fue “primero eficacia, después justicia”. Esto derivó en que la justicia social, los derechos laborales, etc., pasaran a un segundo plano en nombre de la maximización de los objetivos económicos, la gran prioridad. Aun ahora, por primera vez en muchos años, en el XIII Plan Quinquenal se plantea como objetivo no solo duplicar el PIB en 2020 con respecto a 2010 sino también duplicar el ingreso per cápita de la población. Esta evolución explica que en situación de conflicto, los trabajadores busquen alternativas fuera del marco oficial, intentando crear sindicatos autónomos, buscando el apoyo de ONGs especializadas o incluso más recientemente de estudiantes comprometidos con su causa. Como cabe imaginar, el PCCh intenta controlar al máximo cualquier expresión de autonomía en un esfuerzo por multiplicar su presencia y ocupación de todos los espacios en los que pueda detectarse cierto dinamismo cívico con potencial para cuestionar su política o magisterio. La represión es parte de la respuesta cuando otros mecanismos no funcionan.
Le cito (de un artículo suyo reciente): “En los últimos meses, en el marco de los debates en torno al cuadragésimo aniversario de la adopción de la política de reforma y apertura en China (1978), se ha reactivado el debate acerca del papel del sector privado en la economía china. Su alcance ha sido tal que los máximos dirigentes del país se han visto obligados a realizar precisiones contundentes”. ¿Qué papel juega, qué papel desean que juegue el sector privado en la economía china?
Como he señalado anteriormente, en términos de porcentaje, la economía privada es muy importante; responde, por ejemplo, del 90 por ciento del empleo urbano en una China que desde 2012 es también, por primera vez en su historia, más urbana que rural. En 2017, se contaban 27 millones de empresas privadas, la mayoría pymes. Pero el debate actual está muy relacionado con la guerra comercial con EEUU y la capacidad empresarial para encararla. En el ámbito académico y político, en China algunos piensan que el sector público está en mejores condiciones de afrontar este reto y por eso sugieren redimensionar el papel de la economía privada fortaleciendo los vínculos con el conjunto del sector público, propiciando una especie de gestión conjunta que algunos sugieren incluso llevar más allá, planteando abiertamente que las empresas estatales tomen el control de las empresas privadas en algunos sectores. No creo que se llegue a eso pero simplemente el hecho de que se abra un debate de estas características es bien indicativo del nivel de singularidad de la economía (y la política) china.
Se critica en ocasiones al gobierno y al partido chino por sus políticas respecto a las nacionalidades minoritarias. Tíbet y Xinjiang serían los ejemplos más citados. ¿Observa usted cambios en esa política?
La verdad es que no, al menos para mejor. Y en el caso de Xinjiang, la situación ha ido a peor notoriamente. En general, la autonomía proclamada como alternativa para afrontar este problema es muy frágil, básicamente por inexistente. Las provincias de mayoría Han gozan de mayor autonomía efectiva en muchos casos que cualquiera de las cinco regiones autónomas de China donde el secretario del PCCh, de nacionalidad Han, es quien tiene siempre la última palabra. El autogobierno efectivo, el co-gobierno en determinadas áreas, tienen escaso recorrido. La lógica desarrollista se impone aquí a la lógica política. Es el desarrollo lo que diluirá el sentimiento identitario, dicen. Las inversiones se multiplican, la pobreza se reduce; en consecuencia, una vida mejor llevará a las nacionalidades minoritarias a identificarse más con el sueño chino. No creo que funcione de manera tan simple.
Habla usted de la Quinta Internacional. ¿Qué Internacional es esa? ¿Quiénes la formarían?
Sería una internacional de nuevo tipo que lideraría el PCCh a modo de encuentro partidario global, y se suscitó a raíz del foro mundial de partidos políticos celebrado en Beijing en 2017. En él participaron formaciones políticas de todo el mundo y de diverso signo ideológico. Xi anunció la intención de institucionalizar el evento. Con él, el PCCh busca un mayor reconocimiento internacional de su papel en la modernización del país y de sus contribuciones a la agenda global. No se trata de repetir los enfoques de anteriores u otras internacionales que se fundamentan en la afinidad ideológica sino de la creación de un marco de nuevo signo que permita establecer un foro democrático y plural en el que los diversos partidos representativos de cualquier país puedan avanzar hacia la definición de una visión mundial con respuestas a los principales problemas del orbe contemporáneo. De tal modo, también China podría elevar naturalmente su influencia internacional, un objetivo complementario de esta iniciativa que rompe con los procedimientos al uso en este tipo de foros.
Sobre el IV, “Economía y sociedad” ¿no es inconsistente que un país que dice ser una República Popular sea uno de los países más desiguales del mundo?
Sin duda, el Índice de Desarrollo Humano se sitúa en la posición 86 y el coeficiente de Gini alerta de los riesgos. Ahora bien, también debemos poner esto en perspectiva. Más de 700 millones de personas han salido de la pobreza extrema en los últimos 40 años y para 2020 el principal objetivo es eliminarla por completo. Dicho esto, es más que cierto que el aspecto social se ha descuidado mucho en los años ochenta y noventa. También lo es que desde Hu Jintao, la situación ha empezado a cambiar. Hoy es una exigencia imperiosa si China quiere convertir el consumo en un pilar del nuevo modelo de desarrollo y universalizar un determinado nivel de bienestar. Hay mucho por hacer en educación, salud, mejora de las pensiones, etc. La idea de Deng de dejar que unos se enriquecieran primero porque no todos podrían hacerlo al mismo tiempo derivó en unos niveles de concentración de riqueza y desigualdad inasumibles. Y corregirlo eficazmente llevará tiempo.
Sobre el V, “Seguridad y defensa”: ¿China se siente agredida por Estados Unidos? ¿Teme acaso una alianza aparentemente imposible entre Occidente y Rusia contra ella?
China reconoce la actual condición hegemónica de EEUU en el plano global aunque su alternativa aboga por un orden multipolar. Su relación con Rusia se encuentra en un momento histórico inmejorable. Las viejas pugnas con la antigua URSS se resolvieron, incluidos los litigios fronterizos. Aquel debate sobre la imposible coexistencia de “dos soles en el Cielo” (la URSS y China rivalizando por liderar el movimiento comunista internacional) pasó a mejor vida. La energía y la defensa así como una visión internacional similar nutren una relación muy sólida que se fortalece con la miopía europea. Ahora bien, China es consciente de la rivalidad estratégica con EEUU, certificada en su más reciente política de seguridad nacional y alardeada en el importante discurso del vicepresidente Mike Pence en el Instituto Houdson el pasado octubre. EEUU puede tolerar que China se convierta en una especie de Japón grande económicamente pero no que insista en su soberanía nacional para implementar un proyecto autónomo en los planos político o ideológico. El “America first” no puede ser más claro. Si China se resiste a incorporarse a las redes de dependencia de EEUU, la confrontación está servida.
¿La guerra comercial desatada por Estados Unidos contra China puede paralizar o limitar en gran medida el desarrollo chino?
Sin duda puede crearle dificultades pero no necesariamente en gran medida. Los mayores problemas de China son internos. Téngase en cuenta que su renta per cápita no llega a los 9.000 dólares cuando la de EEUU supera los 59.000. Tiene mucha tarea por delante. La moderación del crecimiento, la llamada “nueva normalidad”, es una estrategia para facilitar el cambio en el modelo de desarrollo y obedece a la necesidad de resolver esos retos y desequilibrios internos. Necesita no necesita volver a los dos dígitos de crecimiento, sino todo lo contrario. Para hacer el cambio de carril necesita moderar la velocidad. No obstante, en la guerra tecnológica si puede tener mayores impactos. Lo hemos comprobado en el caso de ZTE, que quedó al borde de la quiebra en mayo de 2018 por las sanciones de EEUU. La vulnerabilidad es evidente, tanto como la voluntad de China de dejar de ser la fábrica del mundo para convertirse en el mayor centro tecnológico mundial. A EEUU le costará conservar sus ventajas. China no va a ceder en este aspecto porque sabe que es la clave última de su modernización. Como tampoco es previsible que lo haga en la caracterización de su modelo económico o político, asuntos de mucho mayor calado que la corrección del déficit comercial bilateral, en el cual la Casa Blanca parece disponer el mayor énfasis.
¿China apuesta realmente por los BRICS? ¿Por qué se siente poderosa en ese grupo?
Para China, los BRICS son expresión de ese mundo alternativo en el que las economías emergentes deben gozar de un mayor reconocimiento y en el que sus intereses deben ser tenidos más en cuenta a la hora de definir las reglas globales, unas reglas que hoy responden sobre todo a las necesidades de las economías más desarrolladas de Occidente y, muy especialmente, de EEUU. Indudablemente, China es la principal economía del grupo y sustento clave de sus estructuras y propuestas. China se esforzará por mantenerlo, aceptando la evolución y el ritmo que impongan sus socios, muy expuestos a las tensiones estratégicas globales. Pero los BRICS son parte irrenunciable de esos acrónimos que como la Organización de Cooperación de Shanghai o el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras, el Nuevo Banco de Desarrollo, etc., dan forma a esa otra realidad con la que Occidente debe negociar. China representa el 16 por ciento del PIB global y su peso en las decisiones mundiales es marginal. Hemos constatado claras resistencias en la reforma del derecho de voto en instancias multilaterales, por ejemplo. En última instancia, si la negociación no funciona, apostará por el cerco y superación de las instituciones lideradas por Occidente.
En cuanto al medio ambiente, ¿las autoridades china son conscientes del peligro que representan el muy real cambio climático? ¿Obran en consecuencia? ¿No es China actualmente una de las sociedades que más contamina?
Creo que China es consciente de que su deterioro ambiental, consecuencia en gran medida de las últimas décadas de acelerado desarrollo, debe ser revertido, contribuyendo globalmente a la lucha contra el cambio climático. Y está haciendo esfuerzos importantes en tal sentido. Pero le llevará tiempo, seguramente más del deseado. La significación de las renovables no alcanza al 15 por ciento en su factura energética y los daños ambientales son muy cuantiosos en todos los órdenes, derivando en problemas de salud pública muy graves. El peso del carbón sigue siendo muy alto. Pero no habrá una China moderna sin otro ambiente. Y lo saben.
¿Qué aspiraciones tiene la reforma militar auspiciada por Xi? ¿Blindar la soberanía nacional y asegurar la defensa de sus “intereses centrales”? ¿Qué intereses centrales serían esos intereses?
Xi habló con claridad de que su objetivo es preparar al Ejército Popular de Liberación para “librar guerras y ganarlas”. La defensa es una de las cuatro modernizaciones (junto a la industria, la agricultura y la ciencia y tecnología) de las que hablaba ya Zhu Enlai ya en los años sesenta. Su reforma es la mayor desde 1949 y atiende tanto a los factores internos (especialmente la lucha contra la corrupción entre los militares) como externos. En los problemas de seguridad de China destacan los litigios territoriales en los mares de China, tanto meridional como oriental, como también el problema de Taiwán. Xi ha insistido en que este último no puede ser dejado pendiente de generación en generación. Taiwán es un asunto mayor en la política China. No se habrá culminado la modernización sin resolverlo, ya sea en el marco de la política de “un país dos sistemas” o en otro. Desde 1895, cuando se vio obligada a ceder la isla a Japón, Taiwán ha evolucionado al margen de China salvo el corto periodo de 1945-49. Pero hoy día hay un sentimiento identitario muy fuerte en Taiwán que igualmente valora su vida democrática. Por otra parte, se habla mucho de la “trampa de Tucidídes”, de cómo resolver la alternancia en la hegemonía global eludiendo el conflicto armado. Graham Allison nos cuenta en los últimos 500 años, de los 16 casos estudiados, en 12 no fue posible. Es inevitable pensar que en la decisión china pesa lo suyo esta consideración.
¿Ve usted indicios de imperialismo-hegemonismo en la política exterior china?
China se enfrenta a una coyuntura histórica inédita, definida por la elevadísima importancia de sus intereses exteriores. No hay una tradición imperialista acreditable y sólida en la historia china, pero sus intereses en todo el mundo, a día de hoy, han crecido exponencialmente a la par que su presencia e influencia, un hecho al que no estábamos acostumbrados, lo cual levanta muchas suspicacias. ¿Cómo se comportará China en el futuro? Su agenda interna es aún considerable y le demandará una importante atención por décadas. Objetivamente, China no está en condiciones de actuar como una potencia hegemónica aunque tenga intereses globales. Pero habrá que seguir de cerca su proceder. En Yibuti han instalado una base militar. Puede ser la excepción, o quizá el inicio de una nueva actitud.
Los ambiciosos proyectos (la Franja y la Ruta) de la dirigencia china. ¿no pueden ser demasiado ambiciosos? ¿No pueden acabar en fracasos o en éxitos menores?
Son proyectos ciertamente ambiciosos pero también de largo plazo. Y para China, internamente, son importantes para contextualizar los esfuerzos para dar salida a sus excesos de capacidad en sectores económicos destacados o para diversificar riesgos en su cartera exterior abriendo posibilidades de creación de nuevos mercados (desde América Latina a África o Asia central), etc. Indudablemente tiene contraindicaciones pero desde la perspectiva china, aunque precise ajustes en los próximos lustros, va a generar una dinámica que le va a permitir catapultar su dimensión global y reducir vulnerabilidades. Por otra parte, la Iniciativa de la Franja y la Ruta está asociada al patrocinio de un nuevo modelo de globalización que no solo atiende al comercio sino también al impulso de las infraestructuras, de la inclusión social, del respeto ambiental, etc., claves que forman parte también del vocabulario interno de la reforma en China. Todo ello se interpreta como una amenaza en Occidente (sonroja escuchar al secretario de Estado Mike Pompeo preocupándose por la llamada trampa de la deuda asociada a los préstamos concedidos por China) que realmente puede reducir su campo de influencia; sin embargo, en los países en desarrollo se interpreta como una gran oportunidad que incrementa sus opciones y posibilidades.
De las relaciones entre España y China, ¿qué destacaría? ¿Vivimos buenos o malos momentos? ¿Contamos algo más que el ser un país donde hacer inversiones y adquirir clubs de fútbol?
El momento no es malo pero la visita de Xi Jinping en diciembre fue reflejo de las ambigüedades estructurales de esa relación. En el ámbito económico se ha dado un salto, aunque la balanza comercial sigue siendo muy deficitaria para España, rondando el 70 por ciento. Entre 2014 y 2018 la inversión china creció más de un 800% respecto al periodo 2009-2013. Hay buena sintonía aunque España no ratificara el memorando de apoyo a la Iniciativa de la Franja y la Ruta, a la espera de disponer de una estrategia al respecto, ahora en preparación, o quizá siguiendo decisiones acordadas con Bruselas y Washington, muy hostil al proyecto. China es un socio importante para España, no un aliado, pero da la impresión de que no se ha dado aun con la fórmula para transformar el potencial que todos reconocen en la relación en una realidad beneficiosa para ambas partes.
Me alejo un poco de su libro para finalizar. ¿Qué es la Red Iberoamericana de Sinología que usted coordina? ¿Quiénes forman parte de ella? ¿Cuáles son sus objetivos?
Básicamente es un esfuerzo para establecer un marco de coordinación y reflexión en el ámbito iberoamericano de todas aquellas personas que trabajan en temas chinos de forma que seamos capaces de visibilizar más y mejor la actividad académica en esta area geopolítica, quizá dando pie a una visión complementaria de la predominante en Occidente (anglosajona, francófona en menor medida) que tenga en cuenta nuestra matriz cultural y una agenda compartida. En ella participan actualmente casi una treintena de especialistas de más de una decena de países, todos ellos de acreditada trayectoria.
¿Hay en España buenos estudiosos de la cultura china? ¿Cómo puntuaría la sinología hispánica?
España tiene cierto atraso en los estudios sinológicos, especialmente al compararnos con algunos países de nuestro entorno o con otros más distantes como México, por ejemplo, pero hay grandes estudiosos y especialistas a título individual en muy diferentes áreas. Lo que se echa en falta son políticas públicas y privadas audaces y consistentes que consoliden estructuras y propuestas más ambiciosas a nivel colectivo que nos permitirían establecer sinergias de gran valor. Se dieron pasos interesantes en los primeros años del nuevo siglo, en paralelo a la definición de estrategias oficiales para la región, pero la crisis operó como un auténtico vendaval.
Por cierto, ¿de dónde su interés por China? ¿Motivos políticos, viajeros, culturales?
Cuando creamos IGADI, que resultó en buena medida del seguimiento de la perestroika y la glasnost de Gorbachov, tenía en mente el acompañamiento de los procesos de transición de las economías planificadas a economías de mercado. Ahí aparece China, claro está, junto a Cuba o Vietnam, cada cual con sus matices. China siempre me interesó, ya desde el franquismo cuando leíamos en la clandestinidad las obras de Mao. Y desde siempre también desarrollé un gran interés por su historia y cultura, verdaderamente fascinantes y ambas claves para comprender un planeta tan distinto como es China.
¿Quiere añadir algo más?
Que el resultado final del experimento chino es de gran importancia. Puede que nos conduzca a una especie de versión B del mundo occidental, con una expresión alternativa nacionalista y autoritaria, muy cercana en otros planos. O puede que de origen a una especie de segunda ola de impulso progresista si no da la espalda a sus fundamentos primeros. Cabe recordar que cuando Deng Xiaoping planteó la construcción del socialismo en China dando un rodeo por el capitalismo planteó también los que llamó cuatro principios irrenunciables que hacían referencia precisamente a la perseverancia en dicho rumbo estratégico. La reforma habría de generar capitalistas pero el PCCh debía evitar que surgiera una clase burguesa que le disputara el poder, asegurándose la dirección de todo el proceso, un largo proceso que estaba aun en su fase inicial y que podía durar más de un siglo. A nosotros todo esto nos puede sonar a una especie de coartada china para justificar más de un desmán poco claro en virtud de tantos contrastes manifiestamente apreciables; por el contrario, si uno se instala en su mentalidad y lo intenta comprender a la luz de su historia y su cultura, no solo desde el prisma ideológico, la percepción puede resultar bien distinta.