Xulio Ríos es un ensayista especializado, dirige el Observatorio de la Política China y ha escrito numerosos volúmenes sobre la política y la historia del gran país asiático. En su libro, “La China de Xi Jinping”, Ríos analiza de manera muy clara la relevancia de la figura del Xi en la transformación del estado en un futuro próximo. Xulio Ríos es también Asesor de Casa Asia y coordinador de la Red Iberoamericana de Sinología, colaborador asiduo de medios de comunicación y uno de los mayores expertos sobre la República Popular de China
En su último libro, La China de Xi Jinping, usted hace referencia al momento que está viviendo la República Popular China bajo la presidencia de Xi, ¿Cómo podría definir a China en los tiempos de Xi Jinping, y como está desarrollando el actual presidente la “modernización soñada” para su país?
Sin duda, es una etapa clave para culminar el proceso de modernización que ponga término al ciclo de decadencia iniciado en el siglo XIX. Xi quiere cerrar ese periodo, aupando a China en todos los ámbitos, confirmando el regreso histórico de la China de siempre. Esto implica, claro está, enormes dificultades, tanto en el orden interno como exterior. El cambio en el modelo de desarrollo avanza a marchas forzadas pero igualmente se están registrando transformaciones en otras muchas áreas, desde lo social a la diplomacia. Es un tercer tiempo del proceso iniciado en 1949, tras los periodos de Mao y Deng Xiaoping y sienta las bases de un impulso definitivo para lograr ese sueño chino.
Durante el XIX Congreso del Partido Comunista Chino, celebrado en el año 2017, se incorporó el pensamiento estratégico de Xi ¿Cuál es la transcendencia de este hecho y que podríamos entender por el “Xiísmo”?
El xiísmo es la guía teórica para este periodo. Parte de la idea de que la contradicción principal en la China actual ya no se establece entre la demanda social y la insuficiencia de los recursos sino entre la demanda social y un desarrollo desequilibrado. Su propuesta enfatiza la corrección de esos desequilibrios mediante dos grandes zancadas: la primera va hasta 2035, la segunda hasta 2050, cuando se cumplirá el primer centenario de la China Popular. El xiísmo apela al trazado de una nueva legitimidad basada en la ley (no en el hecho revolucionario ni en la mejora económica) en medio de un constante llamamiento a no perder de vista la “misión fundacional” del Partido. De ahí también la insistencia en reivindicar el marxismo y un rearme ideológico frente al liberalismo occidental.
Durante el pasado mes de abril, se celebró el II Foro de la Ruta de la Seda, el éxito de la reunión teniendo en cuenta el número de asistentes y los acuerdos alcanzados ¿es una muestra más de la capacidad de Beijing para cumplir “el sueño de la modernización” que colocaría a China en un posición hegemónica mundial para 2050, como pretende Xi Jinping?
La Iniciativa de la Franja y la Ruta (IFR) es el principal proyecto exterior chino y sintetiza esa idea de Xi de la construcción de “una comunidad de destino compartido”, hoy la marca diplomática china por excelencia. En esencia, le brinda un poderoso argumento desarrollista para incrementar su presencia e influencia en todo el mundo. Pero aun se encuentra en sus inicios. Es un proyecto de largo plazo y puede experimentar giros y altibajos en función de las circunstancias internas e internacionales. La IFR enhebra múltiples plataformas que China ha construido en los últimos años (con África, con América Latina, con los países del Golfo, con Asia Central, con los PECO, etc…) y actúa como fuerza de arrastre para situar a China como referente principal de su desarrollo futuro.
Una de las principales críticas a la Iniciativa Una Franja Una Ruta (IFR), es la denominada “trampa de la deuda” según la cual China otorga créditos a bajo coste para financiar infraestructuras que las propias empresas chinas llevan a cabo. ¿Qué riesgos podría tener para los países receptores aceptar este tipo de créditos?, ¿es este un mecanismo para a anclar territorios geoestratégicos bajo la influencia china?
Es importante tener presente que la IFR también tiene una dimensión interna y consiste, entre otros, en dar salida a los excesos de capacidad en determinados sectores productivos. La IFR concreta proyectos que China financia y hasta ejecuta en numerosos países. Y no siempre en las debidas condiciones, ya hablemos de la calidad o del impacto ambiental o de la responsabilidad social. Creo que China está asimilando estas críticas y los propios países receptores hoy acuden a agencias internacionales para contrastar la idoneidad de sus proyectos y su ejecución. ¿Hay trampa de deuda? Se ha hablado del caso de Malasia o de Sri Lanka, por ejemplo, también de algunos países africanos. No creo, sin embargo, que esto determine una pauta específica. El propio Global Development Center de la Universidad de Boston descalificaba recientemente esta acusación. China está implicada al igual que otros muchos países y entidades (el Credit Suisse en Mozambique, Glencore en Chad, etc) pero es casi un recién llegado. Las instituciones financieras al uso, desde el FMI al BM, saben mucho más que China de eso.
La capacidad crediticia de la banca pública china, que ha quedado demostrada a través de las acciones financieras llevadas a cabo por el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras, ¿podría convertir a China en el “banco del Mundo”? ¿Cuáles serían las consecuencias para instituciones occidentales como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional?
Durante años, China ha intentado que el FMI o el BM “actualizaran” la relevancia de sus miembros en función de los cambios operados en la realidad económica global. Las resistencias fueron considerables y persisten. No es de extrañar entonces que China opte por crear otras palancas que complementen las tradicionales y suplan sus carencias, especialmente en realidades como África o América Latina, en general, en el mundo en desarrollo. Brindan una opción alternativa y necesaria; ahora se requiere que consoliden un enfoque diferente al promovido por aquellas entidades que han alentado políticas en numerosos países con altos costes para las poblaciones locales. El nivel de internacionalización financiera de China es aún bajo y estas instituciones pueden contribuir significativamente a mejorar sus posiciones y a internacionalizar el yuan, abriendo paso también en este aspecto a una realidad global más plural.
La buena sintonía entre Xi Jinping y Putin ha quedado patente en los últimos años. La cooperación entre ambos países parece atravesar una de las mejores etapas ¿estas buenas relaciones son un síntoma de una visión compartida sobre cual debiera ser el desarrollo de las relaciones internacionales mundiales?
Sin duda, atraviesan un momento excelente. Hay una gran coincidencia en esa visión de lo global y comparten posiciones en relación a conflictos relevantes, ya hablemos de la península coreana, de Irán, Siria o Venezuela, por ejemplo. En los últimos seis años se han reunido casi 30 veces. Xi acaba de visitar Rusia y han llegado a acuerdos importantes sobre el despliegue de la red 5G de Huawei o el programa sobre la Ruta del Mar del Norte, entre otros. Hay una coincidencia plena en que la hegemonía unipolar que sustenta el mesianismo occidental debe ser superada.
Las relaciones entre Rusia y China no siempre han pasado por buenos momentos ¿existen puntos de fricción entre ambos estados que podrían entorpecer su cooperación en el futuro?
Las reticencias del pasado se han mitigado pero aun no han desaparecido del todo. Las relaciones comerciales son un fiel reflejo de ello: han avanzado mucho en los últimos años pero están muy por debajo de su potencial. Moscú, por ejemplo, objetó en su día la propuesta china de crear un banco en el marco de la Organización de Cooperación de Shanghái y sigue de cerca la implicación china en el desarrollo del Lejano Oriente. Pero la tónica general apunta a una intensificación del acercamiento basado en los intereses de cada parte, no como antaño en una proclama ideológica que enarbole la amistad eterna. Sin duda, esto seguirá siendo así en tanto las grandes potencias occidentales perseveren en su actual política. Y a corto plazo no parece haber indicios de cambios sustanciales.
¿La escalada de tensiones comerciales entre Washington y Beijing podría llegar a desembocar, con el tiempo, en un conflicto militar, pudiendo ser el desencadenante las relaciones con Taiwán o la libertad marítima en el mar de China?
La estrategia china pasa por liderar el salto tecnológico. Su principal frente de guerra es la economía. En estos últimos 40 años ha demostrado que la economía es la punta de lanza de su estrategia internacional. Aun así, no es descartable un golpe de mano en el Estrecho de Taiwán. La reunificación es la cara B de la modernización y Xi quiere dar un impulso a ese proceso, probablemente con el objetivo de hallar una solución antes de 2049. Aunque ambos constituyen “intereses fundamentales”, es más peligroso el asunto de Taiwán que el de los mares de China. EEUU también lo sabe. Veremos qué rumbo toma Taiwán en las elecciones de 2020.
La Unión Europea no tiene una estrategia común con respecto a China. Italia o Grecia, ya han firmado acuerdos con Beijing, pero Alemania y Francia mantienen sus recelos. Teniendo en cuenta que a China no le interesa tener otro frente abierto con la UE ¿de qué manera podría la Unión Europea sacar ventaja de esta situación en el ámbito económico y político?
Recientemente, la UE ha aprobado un documento al respecto. Habrá que ver cuánto y cómo se respeta. La UE tiene dos problemas en este sentido. Uno, definir una posición propia, coincida o no, total o parcialmente, con la de EEUU en relación a China, y obrar en consecuencia. Dos, debe hacer más por conciliar mejor los intereses de las diversas Europas que coexisten en su seno. A China, por ejemplo, le interesa la colaboración con los puertos del Mediterráneo y eso puede dañar los intereses de los puertos de la Europa del Norte, pero ¿qué deben hacer entonces los países del Sur? ¿inmolarse en aras de la Europa más rica que le impuso los duros programas de ajuste durante la crisis? ¿por qué tanta alarma cuando Portugal, Grecia o Italia firman el memorándum de entendimiento sobre la IFR pero no cuando quien lo firma es Luxemburgo? Si China ha primado en los últimos años la relación bilateral o subregional con Europa es porque tomó conciencia de que la UE, como tal, es un interlocutor flojo. Esa debilidad facilita la estrategia china y debilita la posición de la UE.