Las tablas han vuelto a las negociaciones entre Beijing y el Dalai Lama. Al término de la novena ronda del diálogo iniciado en 2002, las posiciones de una y otra parte no parecen haberse movido un ápice. Las autoridades chinas han descalificado de nuevo cualquier hipótesis de “amplia autonomía” del “Gran Tíbet”, tal como reclama el Dalai Lama, asegurando que contradice la Constitución vigente.
Al “irrealismo” de las reivindicaciones tibetanas, Beijing ha opuesto su otra realidad: la progresiva erradicación de la pobreza en la zona, reducida en una década del 67 al 10 por ciento, según datos oficiales, y el constante aumento de los ingresos de los tibetanos, la multiplicación de las inversiones del gobierno central o el crecimiento de la región (12% en 2009). A mayores, se ha anunciado un nuevo y ambicioso plan de desarrollo que va más allá del Tibet administrativo, complementado con el nombramiento de nuevas autoridades cuyo perfil sugiere más atención a los problemas de seguridad.
La contundencia oficial china contrasta con la lectura, más positiva, de los representantes tibetanos y abre dudas sobre las verdaderas intenciones que abriga Beijing al participar en las negociaciones: ¿existe voluntad real de negociar o se trata simplemente de aparentar? ¿existe unanimidad en la dirección china respecto a la actitud a adoptar respecto a Tibet?
China no descartará nunca la opción negociadora aun cuando no crea del todo en ella ya que de esta forma puede calmar las críticas occidentales y dar la impresión de cierta moderación. Pero si todo se queda en mera apariencia, dificilmente podrá desactivar los descontentos. La falta de avances mínimos o el mismo hecho de la intensificación de una ofensiva desarrollista que puede folclorizar y acorralar aun más a la cultura local, supone una desautorización expresa de la política del Dalai Lama, lo que puede contribuir a su pérdida de influencia y a la radicalización de los sectores más extremistas.
Por otra parte, la cuestión tibetana exige del PCCh un claro ajuste de su política, reclamado hace tiempo en su interior por funcionarios e intelectuales chinos preocupados por un bloqueo que aboca a nuevos disturbios, urgiendo la búsqueda de nuevos caminos.
Si China reclama “patriotismo” al Dalai Lama pero no evita que la esterilidad sea la nota resultante de todo intento negociador, el compromiso será imposible y la obstinación del poder central conducirá inexorablemente a la repetición de los enfrentamientos y a la exacerbación de los radicalismos que se prodigan en ambas partes. La mejor inversión, más eficaz y duradera, es, sin lugar a dudas, el acuerdo.