Siempre he pensado que en las redes sociales existía un cierto decoro tácito respecto a la publicación de imágenes violentas. Por lo general, los usuarios solían denunciar la publicación de contenidos violentos, generando así un cierto veto positivo. Desafortunadamente, este sentido común colectivo se ha esfumado tras las protestas de Hong Kong. Así pues, las movilizaciones de Hong Kong no solo han sido un “Afganistán mediático” para China sino también un laboratorio de ideas y tácticas organizativas que ha naturalizado la barbarie en las redes sociales. Durante los últimos meses, las protestas de Hong Kong han sacado a relucir todo lo peor del ser humano. Si la Guerra del Golfo entre 1990 y 1991 fue un punto de inflexión para la cobertura del horror de la guerra mediante nuevas tecnologías que daban la sensación al espectador de estar en un macabro videojuego, la cobertura de la violencia de las protestas de Hong Kong ha simbolizado la naturalización de la barbarie a tiempo real. Éstas han hecho cuasi participe de la violencia a un espectador lejano de una manera aséptica y apolítica.
Esta perversa manera de mostrar la violencia en las redes sociales busca la generación de emociones que dificulten la posibilidad de establecer un debate colectivo sosegado que permita al observador entender el contexto global y local en el que la violencia emerge. En otras palabras, esto ha suscitado la institución de marcos políticos y narrativas aún más encorsetadas y maniqueas que contribuyen a la desinformación generalizada que ya existe en las redes sociales. Además, la promoción de la excitación de las emociones individuales momentáneas ha dinamitado el aparente sentido común que existía en las redes sociales. Todo es publicable, a no ser que algún usuario, en un momento de lucidez individual, decida denunciar la barbarie.
Este modo pernicioso de exponer la violencia se debe entender como el resultado de dos dinámicas. Por un lado, la voluntad política de intereses oscuros que quieren promover una manera de hacer política que desconecta a la demos mediante la sobregeneración de emociones, y por el otro, la producción de un conocimiento social apolítico y relativista, muy característico de nuestra época, que reniega de la existencia de supuestos universales como el de la justicia. Una sociedad atomizada por emociones individuales es mucho más manipulable que una que pueda generar una conciencia colectiva a través del debate racional sobre los grandes temas de nuestro tiempo. La tragedia de la naturalización de la violencia en las redes sociales es que éstas se han convertido en un campo de batalla donde la violencia es utilizada de forma inmoral como arma arrojadiza contra el adversario político. La nefasta consecuencia de esto es que el usuario poco politizado puede sentir que toda forma de violencia es generada por motivos políticos similares.
Mientras que algunos justifican la violencia de las protestas de Hong Kong y la aplauden por simbolizar la enésima cruzada de la democracia liberal contra la tiranía, uno sigue pensando que dichas movilizaciones han sido una vuelta de tuerca hacía la naturalización de la barbarie humana en las redes sociales. Sus efectos políticos tendrán terribles consecuencias para la política colectiva. Las protestas de Hong Kong han abierto la caja de pandora en nuestra sociedad del espectáculo. Sería un grave error pensar que las movilizaciones de Hong Kong han mostrado el camino para hacer política y promover movimientos sociales en el siglo XXI. En realidad, han dejado patente dos de los mayores dramas de nuestro tiempo: el de la política sin política y el de la promoción de la violencia apolítica.