“Soy un señor que quiere comprenderlo todo en general, es el espíritu de la ilustración el que al final está en juego” – Rafael Poch-
El profesor Sean Golden, en su recién artículo publicado en el Anuario Internacional CIDOB, señalaba con mucha astucia el gran problema que destapa el asunto de Hong Kong: la viabilidad del actual sistema de gobierno chino que tiene que hacer malabares para gobernar a su periferia – Xinjiang, Tibet y Hong Kong-. Golden comenta que “la habilidad china para aplicar políticas de “preservación de estabilidad” en Xinjiang evidencia el abismo entre gobernar un territorio continental con métodos desarrollados para una revolución leninista, y gobernar una sociedad compleja y modernizada en Hong Kong mediante “características socialistas”.
Más allá de la intervención de fuerzas extranjeras en Hong Kong a través de organizaciones de la sociedad civil hongkonesa, considero que China se encuentra ante una gran contradicción difícil de resolver. Por un lado, el estado fuerte chino, fruto de la revolución, tiene serias dificultades para responder a la histórica diversidad cultural y política que existe en su periferia -el lector debería recordar que China solía ser un imperio multi-étnico-. Por otro lado, una posible profunda descentralización del estado para lidiar con demandas que implicarían un nivel más amplio de pluralidad política podría suponer la fragmentación del estado, contribuyendo así a su desintegración y quizás a la victoria del “fin de la historia” de Fukuyama. Esta contradicción que revelan las protestas de Hong Kong pone en peligro la supervivencia del Partido Comunista chino (PCCh) y su proyecto político que se inició a principios del siglo XX. Este es el auténtico drama que el estado chino está sufriendo en Hong Kong.
Por supuesto, a esta contradicción que existe en el seno del estado chino, hay que añadir la continua guerra de clases que existe a nivel internacional entre el mundo liberal y China. Como sostiene el profesor Van der Pijl, “todos los estados contendientes del pasado – Prusia, la Francia napoleónica, la Unión Soviética y Japón-, en algún momento, se han encontrado ante una coyuntura en la que la presión externa que emana del mundo liberal combina demandas promovidas por las fuerzas capitalistas liberales para desposeer a la clase dirigente estatal. Estas demandas se articulan a través del capital internacional que busca acceso a nuevos mercados y a un impulso de derechos de la propiedad que se construye a través de la narrativa liberal de los derechos humanos”. En lo domestico, también existe otra lucha de clases entre el PCCh y sus enemigos políticos de la élite china y una clase obrera que ha sufrido las graves consecuencias del neoliberalismo hongkonés. Por añadidura, el actual capitalismo en decadencia desestabiliza aún más todos estos procesos sociales, creando así una gran incertidumbre política y económica.
Por esta razón, las grandes potencias occidentales a través de sus aparatos mediáticos azotan a China utilizando el filón de esa gran contradicción que afecta la línea de flotación del sistema de gobernanza chino. A pesar de su exitoso auge geopolítico, en lo doméstico, China se encuentra entre la espada y la pared. En otras palabras, lo que sucede en Hong Kong pone en evidencia uno de los rompecabezas históricos que el PCCh aún no ha resuelto con total éxito desde 1949. La revolución china y la subsecuente creación de un estado revolucionario en un contexto de competición geopolítica antiimperialista forzó a al PCCh a limitar la diversidad interna que existía en el país. En contra de lo que sostiene la historiografía liberal, esto no fue resultado de la tiranía de Mao Zedong, sino más bien de las fuerzas estructurales del mismo desarrollo que constriñeron las posibilidades del nuevo estado revolucionario chino. Es importante destacar que este proceso es muy característico de los estados en desarrollo tardío que se encuentran ante la necesidad de desarrollar sus fuerzas productivas para no verse engullidos por el mundo imperial liberal. Ante esa tesitura, la pluralidad cultural y política se vio afectada por las necesidades del desarrollo económico bajo una doctrina leninista.
Las protestas de Hong Kong confrontan al PCCh con una gran contradicción que parecía haberse diluido con la formula de “un país, dos sistemas”. Los fantasmas del pasado regresan. Así pues, en este contexto tan complejo, la “Ley de Seguridad Nacional” no solo hay que entenderla como una respuesta para evitar que potencias extranjeras financien dudosas ONGs “democráticas” que ponen en peligro la soberanía nacional, sino también como un intento de suturar una contradicción que puede acabar sobrepasando el poder del PCCh. Como sostiene el profesor Sulmaan Wasif Khan, la gran estrategia política china ha estado influenciada por los fantasmas del caos interno que sufrió la República de China entre 1911 y 1949. El PCCh quiere evitar a toda costa que esos fantasmas destruyan todo lo conseguido. El dilema reside en que tanto el repliegue hacia adentro para fortalecer el estado chino en un contexto de lucha geopolítica, como una posible distensión que permita un nivel más amplio de pluralidad política, pueden llevar al PCCh al mismo punto de no retorno. Así pues, lo que algunos describen como una simple batalla entre “democracia y tiranía”, es en realidad una batalla más profunda entre un estado contendiente que busca su supervivencia y un mundo liberal que ha abandonado toda idea de integrar a China en la economía capitalista desde una posición de subalternidad.
Hoy más que nunca necesitamos análisis que nos ayuden a entender a China. Esto no significa legitimar las políticas de nuestro objeto de estudio. Esto significa mantener el “espíritu de la ilustración”, porque como dice Rafael Poch, “al final es lo que está en juego”.
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