El resultado de las elecciones distritales celebradas el domingo en Hong Kong ha pulverizado las dos últimas esperanzas de las autoridades chinas: la de que el recurso a la violencia extrema afectaría al nivel de apoyo a las protestas cambiando el punto de vista cívico, y la de que las elecciones harían emerger la “mayoría silenciosa” que rechazaba el movimiento y no se atrevía a manifestarlo públicamente.
Entendidas como un test del apoyo popular a las protestas anti-gubernamentales, la fuerte afluencia a las urnas (superior al 71 por ciento de los más de 4 millones de electores inscritos) y el clamoroso triunfo de la oposición, en condiciones normales propiciaría la dimisión ipso facto de la Jefa Ejecutiva, Carrie Lam. Su posición es insostenible, por más que intente acotar el efecto de este tsunami al ámbito distrital.
A falta de confirmación oficial, las fuerzas pro-Beijing (292 escaños en los consejos elegidos en 2015), encabezadas por la Alianza Democrática para la Mejora y el Progreso de Hong Kong que obtuvo solo 21 representantes (tenía 119), a duras penas han logrado superar la barrera de los cincuenta puestos. La Federación de Sindicatos y la Alianza de Empresas y Profesionales obtuvieron cinco y tres escaños, respectivamente. Figuras tradicionales de la política hongkonesa de los últimos años fueron barridas sin contemplaciones. Su único consuelo es que el resultado no deriva stricto sensu de la valoración de su labor sino que deviene fundamentalmente de la posición política adoptada ante los disturbios, en línea con los postulados oficiales. En 2015, el campo pro-Beijing obtuvo casi dos tercios de los puestos en los consejos distritales.
Mientras, el Partido Cívico y el Partido Democrático –con 91 y 32 representantes, respectivamente- se han convertido en las dos principales fuerzas en los consejos. Los candidatos demócratas rozan, en la suma total, los 400 escaños de los 452 disponibles. Sus resultados, en gran medida, fueron propiciados por una fuerte irrupción del voto juvenil, evidenciando un dato cualitativo que puede tener importantes consecuencias a futuro: la reconciliación entre las fuerzas demócratas y la juventud.
El significativo aumento de la participación (en 2015 fue del 47 por ciento de los 1,47 millones de inscritos) refuerza la convicción de que en los comicios no solo se trataba de elegir los consejos distritales, con competencias efectivas reducidas a la gestión local, sino que también, en el contexto de las protestas, se trataba de enviar un mensaje rotundo a Beijing: absoluto rechazo de la línea dura oficial y exigencia de un diálogo en profundidad.
Estas elecciones son las únicas totalmente democráticas en Hong Kong. Es el nivel más bajo de gobierno en la región autónoma y si bien es cierto que los concejales tienen pocos poderes reales, a partir de ahora serán una fuente más de presión para el ejecutivo de Carrie Lam. La oposición controla 17 de los 18 consejos. Téngase en cuenta que, además, se le reservan 11 de los 70 escaños del Consejo Legislativo y que los concejales de distrito nombran a 117 de los 1.200 miembros del colegio electoral cerrado que elige al jefe ejecutivo. Esto brinda más poder a las fuerzas prodemocráticas, aunque los candidatos finales a la máxima representación deban contar con el visto bueno del gobierno central.
Beijing reaccionó con cautela a los resultados poniendo el acento en que estos, sean del signo que fueren, no cambian el hecho de que Hong Kong sigue siendo parte de China y que su prioridad sigue siendo la misma: detener la violencia y restaurar el orden. Pero un correctivo de esta magnitud habrá hecho sonar todas las alarmas, obligando a repensar su enfoque que, inevitablemente, debería ir mucho más allá del mero objetivo de conjurar la violencia a través de la acción policial (en los días previos a la votación, el gobierno central nombró un nuevo jefe de policía).
Los datos resultantes de estos comicios revelan la determinación de los hongkoneses para defender su autonomía e igualmente el interés de buena parte de la sociedad de participar en el sistema para que sus puntos de vista tengan reflejo adecuado en él.
En vísperas de la votación, el Senado de EEUU, volcado en el abierto apoyo a las protestas, aprobaba la ley sobre derechos humanos y democracia de Hong Kong, enviando un fuerte espaldarazo a la oposición. Su entrada en vigor depende ahora de la rúbrica del presidente Trump. Y cabe imaginar que también de las medidas, apaciguadoras o no, que adopte Xi Jinping.