Estados Unidos y China han mantenido los días 13 y 14 de este mes conversaciones a puerta cerrada sobre derechos humanos. La reunión no se producía desde hace dos años y, sin embargo, no se albergaban grandes esperanza sobre sus resultados.
La administración Obama tiene ante si la oportunidad no solo de “hablar” sino también de establecer un debate profundo sobre la necesidad de mejorar la situación de los derechos humanos en China, si bien es cierto que EE.UU. no quiere “enfadar” a las autoridades de un país con el que tiene claros intereses económicos y sobre seguridad. El Estado de derecho, la libertad religiosa y de expresión aunque también casos individuales de activistas pro derechos humanos chinos detenidos o acosados en su país y otros temas de derechos humanos fueron los principales asuntos de la agenda, según un portavoz de la Casa Blanca.
La reunión se produjo en un momento en el que las relaciones entre ambos países se mantienen estables a pesar de las divergencias que puedan existir (déficit comercial, tipo de cambio del yuan, régimen de sanciones a Irán, etc). Recientemente, han destacado ciertas tensiones entre ambos originadas principalmente por dos hechos. En primer lugar, la venta de armas a Taiwán por un valor de 6.400 millones de dólares el pasado mes de enero. China continental criticó duramente dicha venta afirmando que dificultaría la comunicación bilateral y la cooperación con Estados Unidos. Pese a la “indignación” de Beijing, la venta va camino de materializarse.
El segundo hecho fue la reunión en febrero de Obama con el Dalai Lama. El presidente estadounidense no había recibido al líder tibetano el pasado mes de octubre para no enturbiar las relaciones con las autoridades chinas antes de su visita, en noviembre, a Beijing. Así, en febrero, fue cuidadoso en el recibimiento al líder tibetano en Washington. El encuentro se produjo en la sala de mapas y no en el despacho oval y a puerta cerrada y sin fotos conjuntas. Cautelas que no evitaron el enojo de Beijing. Una tímida nota en la web de la Casa Blanca confirmaba el apoyo y protección hacia el mantenimiento de la cultura, religión y lengua tibetanas así como a la mejora de los derechos humanos en esa región y el apoyo para la prosecución del diálogo con el gobierno chino.
Ambos temas, Taiwán y Tíbet, son de extrema sensibilidad para el Partido Comunista de China que evalúa como una intromisión inaceptable en los asuntos internos cualquier acción por parte de terceros hacia dos territorios que reclaman su independencia de Beijing.
Por otro lado, las críticas de los grupos y asociaciones de derechos humanos no se han hecho esperar. Partidarios del diálogo pero críticos con los baldíos resultados que se derivan de las conversaciones, manifiestan su preocupación por la continua violación de los derechos humanos. Organizaciones como Chinese Human Rights Defenders (CHRD) y Human Rights Watch pidieron a EE.UU. que exigiera a Beijing compromisos concretos en la protección de los derechos humanos, después de que en los últimos años detectaran un retroceso en ese sentido en la República Popular China. Lo acontecido en Lhasa en la antesala de los Juegos Olímpicos de Beijing o los altercados producidos en Xinjiang con un balance de casi 200 muertos el año pasado son dos situaciones in extremis pero no hechos aislados que dan cuenta de la persistencia de un continuo malestar que no encuentra cauces institucionales para evitar su radicalización. Además, la inexistencia de garantías para los procesados, el encarcelamiento de disidentes políticos, la persecución de críticos con las políticas estatales (la salida del país de Wan Yanhai, principal activista en defensa de los enfermos de sida y fundador de uno de los mejores institutos sobre VIH en Beijing, Aizhixing, es el caso más reciente), la censura en Internet (con el reciente caso de Google, por ejemplo), entre otros, ponen en tela de juicio la preocupación de las autoridades chinas por los derechos humanos de sus ciudadanos.
Es verdad que no todo son sombras y que también se registran algunos avances. La reciente decisión de eliminar la prohibición de entrada de extranjeros con VIH/SIDA, enfermedades de transmisión sexual y lepra ha sido elogiada por muchos.
China posee en deuda estadounidense más de 800 mil millones de dólares lo que le confiere un cierto grado de confianza en su relación con Estados Unidos. Además, su crecimiento económico, a pesar de las últimas cautelas sobre la existencia de una burbuja inmobiliaria, del 11,9 por ciento en el primer trimestre de este año y su posición como tercera economía mundial, por detrás de Estados Unidos y Japón, le otorgan al PCCh la credibilidad suficiente para sustentar su discurso de promoción de los derechos económicos y sociales, descartando cualquier grado de apertura en el terreno de las libertades políticas.
A finales de mayo se producirá el segundo Diálogo Estratégico y Económico China-EEUU en Beijing. ¿Dependerá el tono de las conversaciones sobre derechos humanos de cómo lleguen las relaciones entre ambos países al Diálogo Estratégico y Económico para no dañar los asuntos de interés común de carácter estratégico? El orden de preferencias y la capacidad diplomática de ambos países se dejará ver a final de mes.