Una nueva alarma ha saltado en relación a la posibilidad de que gran parte de los préstamos otorgados por China a países en desarrollo pudieran no serle reembolsados. Hablamos de una cantidad significativa que algunos elevan a más de 900 mil millones de dólares y otros doblan esta cifra. Según la OCDE, en atención a lo invertido por China entre 2005 y 2017, más del 60 por ciento afectaría a países vinculados a la Iniciativa de la Franja y la Ruta. Cuánto hay en todo esto de realidad y de exageración es difícil de saber, en parte porque la transparencia no es un valor que abunde en las estadísticas oficiales disponibles.
Las dificultades en la gestión de la deuda obedecen a varias razones. De entrada, pudiéramos conformarnos con la aseveración de que China se ha prodigado en malas prácticas, otorgando dinero por encima de las posibilidades propias y ajenas y atendiendo más a factores políticos que económicos. Sin embargo, no es suficiente. Sin duda, la pandemia o los efectos de la guerra de Ucrania tienen que ver con este agravamiento de las dificultades de los países deudores. También la elevación de los tipos de interés en EEUU que dispara automáticamente el coste de la deuda en virtud de la depreciación de las monedas locales. Lo que en verdad hay es una crisis global de deuda, no una crisis de la deuda china. Pero esta crisis global afecta a China de manera particular porque es el principal acreedor de los países pobres.
Como a cualquier acreedor, es normal que a China le preocupe asegurarse la devolución de los préstamos. Y debe hacerlo, además, evitando los caminos conocidos de las instituciones de preeminencia occidental (FMI, BM…), es decir, recurriendo a la imposición de planes de ajuste de dolorosas consecuencias sociales. Lo previsible es que, caso a caso, China oscile entre la reducción, la condonación, la renegociación… En el esfuerzo global de suspensión del pago de los intereses de los países pobres a instancias del G20, China ha asumido el 44 por ciento frente al 35 por ciento del Club de París, del que no forma parte ni desea formar. He ahí otra variante del problema: que los países ricos arrimen el hombro en vez de recrearse en la denuncia de la “trampa de la deuda” china o estirando hasta la saciedad el asunto del puerto de Hambantota, en Sri Lanka, como evidencia de la adquisición de activos compensatorios. En verdad, este ha sido el único caso conocido y se produjo a instancias de Sri Lanka y no por especial presión de China, que prefiere, allá donde es posible, la compensación en materias primas o suministros energéticos.
En lo político, Beijing quiere dar la vuelta al argumento: el agravamiento del problema de la deuda de los países pobres se debe en gran medida a la supremacía del dólar y al control por parte de Occidente de las instituciones multilaterales de posguerra. Recuérdese que EEUU sigue impidiendo la renegociación de las cuotas del FMI que le privarían de su capacidad de bloqueo.
Pero los países ricos siguen eludiendo su responsabilidad de otra forma no menos vergonzante. Semanas atrás, un informe de Oxfam señalaba que los países del G7 deben a los de ingresos bajos y medios la friolera de 13,3 billones de dólares para la acción climática. Proyectos anunciados a bombo y platillo como el BBB (Build Back Better), ideado para competir con las nuevas Rutas de la Seda, se quedan en pura cosmética y, al tiempo, se siguen desentendiendo del compromiso asumido de aportar 100.000 millones de dólares entre 2020 y 2025 a los países más pobres para hacer frente al cambio climático. Ciertamente, de la deuda de los ricos con los pobres se habla mucho menos.
A pesar de lo complejo de la abultada deuda que China tiene por cobrar, lo cierto es que esta descansa en lo fundamental en la banca pública (Banco de Desarrollo, EximBank…). Y en un contexto de cierto repunte de la economía, con altas reservas de divisas y buen comportamiento del comercio exterior a pesar de las incertidumbres, no es previsible que ello desemboque en una crisis de solvencia de los bancos chinos.
El problema de la deuda debiera ser abordado de forma coordinada y pactando métodos entre las partes, acreedores y deudores. En un contexto de reequilibrio de la gobernanza global y de las tensiones entre China y EEUU y los países ricos de Occidente no parece que la situación pueda mejorar a corto plazo. Ese clima no ayudará a resolver el problema de la deuda de los países pobres.
Los países altamente endeudados con China pueden darle algún que otro quebradero de cabeza a Beijing. También para ellos puede implicar una delicada afectación de su soberanía. No obstante, el hecho de que hoy China se reivindique como talismán del Sur Global y promotor de una praxis alternativa condicionará sustancialmente un comportamiento en el que la dimensión política y estratégica ganará relevancia en paralelo al factor propiamente financiero.
(Para Diario El Correo)