Lo ha dicho el propio presidente Chávez, con la locuacidad habitual en él. La visita que realiza a China entre el 22 y el 27 de agosto, la cuarta desde que dirige los destinos de Venezuela (1999), “es de una importancia estratégica como ninguna otra antes jamás”. ¿Qué hay de cierto en ello?
Probablemente, al pronunciarse así, con esa trascendencia un tanto enigmática, no estaba solo pensando en el apoyo chino a la candidatura venezolana para acceder al Consejo de Seguridad y que sigue motivando un largo periplo viajero del actual inquilino del Palacio de Miraflores, sino en otros asuntos de mayor enjundia. Lleve o no a China algún recado de Raúl Castro, que también pudiera ser, cabe imaginar que el diálogo bilateral tiene hoy el suficiente contenido como para propiciar un salto cualitativo en las relaciones de los dos países, con base en el entendimiento energético y una similar visión del mundo.
Es evidente que el nivel de colaboración entre los dos países ha aumentado espectacularmente en los últimos años, en especial a partir de 2001, cuando sellaron su asociación estratégica. China y Venezuela cooperan en muy amplios dominios, ya hablemos del sector de comunicaciones (en 2008, China pondrá en órbita el satélite Simón Bolívar), agrícola, o de las nuevas tecnologías. De todos ellos, dos evidentes sobresalen. Uno es el energético. El otro, las grandes infraestructuras. En el primero, Venezuela, quinto exportador mundial de crudo, tiene mucho que ofrecer a China, que es ya su segundo importador después de EEUU. La colaboración en ese ámbito va viento en popa y no solo en el petróleo o el gas. Incluye también el hierro y el acero y proyectos ambiciosos como la construcción de una planta siderúrgica en la región suroriental de Guayana. A partir de 2004, después de la visita de Hu Jintao, los acuerdos para la explotación futura de petróleo y gas, ignorando las muecas de descontento de EEUU, han abierto una nueva era. China opera ya en los campos petrolíferos venezolanos y busca desarrollar industrias auxiliares (perforadoras) o la industria petroquímica, mientras amplía sus importaciones de orimulsión (combustible fósil no convencional y altamente energético) y prevé la construcción de una nueva planta destinada a su producción.
En el ámbito de las infraestructuras, Chávez anhela la implicación de China en la construcción de una vía multimodal para comunicar el Atlántico con el Pacífico, dos mil kilómetros de autopista, vía férrea, oleoductos para el transporte de líquidos y gases y red de energía eléctrica, que cambiarán la faz de Venezuela. Además, Chávez busca capital chino para promover el desarrollo de la pequeña y mediana industria del país.
¿Cuál es el fondo del asunto? Chávez quiere sustituir a EEUU por China, convirtiendo a este país en el nuevo gran mercado de colocación de su petróleo. Pekín puede haber invertido ya unos 1.500 millones de dólares en la industria petrolera de Caracas, haciendo de Venezuela, que rivaliza con el Brasil de Lula por atraerse a China, el socio privilegiado del gigante oriental en esta región. Chávez se dice dispuesto a satisfacer en torno al 15 o 20% del total de importaciones energéticas de China, una cantidad muy importante que podría añadir mayor complejidad a su cartera de proveedores problemáticos (Angola, Arabia Saudita, Irán, Sudán…).
La complementariedad en lo económico se ve reforzada con el entendimiento político. La China “comunista” a la que Chávez aludió en su alocución en la Universidad Bolivariana, comparte con él numerosas coincidencias conceptuales en temas estratégicos, incluyendo la política exterior. Ambos apuestan, por ejemplo, por el multilateralismo, condenan el hegemonismo de Washington, apuestan por la negociación como vía para solucionar los conflictos y reivindican el respeto a la soberanía nacional y la no intervención en los asuntos internos.
La visita de Chávez servirá, pues, para dar un impulso a ese proceso de acercamiento y reafirmar la alianza estratégica entre ambos país. Y aunque ello no sea del agrado de Washington, la seguridad energética que ofrece Chávez a China puede repercutir en una intensificación significativa de la influencia oriental en una región donde hasta hace poco solo contaba la doctrina Monroe.
Guste o no, Chávez, con su dinamismo diplomático y el uso estratégico del recurso petrolero, está modificando poco a poco algunos ejes clave del sistema internacional que a China, cada vez más sensible hacia la estrategia de cerco dispuesta desde EEUU, podrían convenir por estrictos intereses nacionales, aunque siempre guardando distancias respecto al verbo incendiario del “camarada” Chávez, cuyo entusiasmo pudiera generar situaciones incómodas para la diplomacia china, tradicionalmente obsesionada, a pesar de los pesares, con templar gaitas con Washington. Las sanciones impuestas por el Departamento de Estado norteamericano a dos compañías rusas en venganza por los contratos de cooperación técnica militar firmados con Caracas constituyen solo una pequeña muestra de la posible reacción de la Casa Blanca. Es probable que China no diga que no a Chávez, pero su sí será comedido.