La carta que el Papa Benedicto XVI ha dirigido el pasado sábado día 30 de junio a las autoridades chinas, reclamando libertad de culto para la minoría católica en dicho país, ha reabierto el debate acerca de las dificultades existentes para que el diálogo en curso entre Beijing y el Vaticano culmine con una reconciliación. Y es que la libertad que reclama el Papa no se refiere solo a los practicantes, sino también a la suya propia para nombrar a los obispos chinos sin ningún tipo de ataduras. Y esa es la principal traba que hoy impide la normalización de las relaciones bilaterales.
“La propuesta de una Iglesia que sea independiente de la Santa Sede es incompatible con la doctrina católica”, dice el Papa en su misiva. Pero una Iglesia no controlada por el Estado, a pesar del compromiso enunciado en la carta para hacer de sus fieles “unos ciudadanos honestos, colaboradores respetuosos y activos a favor del bien común de su país”, parece difícilmente admisible en la China actual. Benedicto XVI deja la puerta abierta a la concertación con el poder para la elección de los candidatos, pero reivindica su irrenunciable derecho a nombrar los obispos, de conformidad con lo dispuesto en la doctrina católica. Además, en un claro gesto de aproximación, establece un tímido reconocimiento de la labor eclesial de aquellos obispos que en China ejercen su ministerio a espaldas de Roma.
Beijing, que sabía de la carta previamente, ha reaccionado pidiendo al Vaticano que no ponga más obstáculos a la mejora de las relaciones bilaterales. Por el contrario, la Asociación Católica Patriótica de China ha saludado las buenas intenciones del Papa, destacando que, a diferencia de otros documentos anteriores, en este no existen referencias al castigo de aquellos católicos que colaboran con las autoridades del régimen comunista. La misiva tardó en llegar. Se esperaba desde enero, cuando el Papa reunió en el Vaticano a los principales expertos en el tema para proponer vías de aproximación a la China Popular, evento acompañado de esfuerzos de buena voluntad como el nombramiento de Gan Junqiu como obispo de Cantón (propuesto por la Asociación Católica Patriótica de China), y que se sumaba a Pei Junmin, nombrado coadjutor en Shenyang en mayo de 2006. Entre los reunidos se hallaban los obispos de Macao y Hong Kong y otros responsables de la Curia romana.
China y el Vaticano no mantienen relaciones diplomáticas desde 1951, fecha en la que la Santa Sede reconoció a Taiwán. La primera condición de Beijing para reanudar las relaciones exige la ruptura de los vínculos diplomáticos con Taipei. El número de católicos en China se estima entre 8 y 12 millones, divididos entre una Iglesia “oficial” (la Asociación Católica Patriótica de China) y otra clandestina, que obedece a Roma. El número de obispos puede rondar los 140, de los cuales dos tercios son oficiales. En torno al centenar están a punto de jubilarse, abriendo un foso generacional muy importante, por lo que el debate de las nominaciones es clave para el futuro inmediato. En su misiva, el Papa llama a la unidad de estas dos Iglesias, superando “divisiones, sospechas y acusaciones recíprocas”.¿Hay riesgo de que la carta del Papa se convierta en letra muerta? La disyuntiva parece clara: ¿con el Papa o con el Partido? Está claro que ambas partes desean la normalización de las relaciones bilaterales. Pero la solución solo puede llegar de una tercera posición. Y no debería tardar mucho. Con la crisis de fe existente en muchos países desarrollados, la Santa Sede no puede despreciar la importancia del “mercado” religioso chino.
Continuará el diálogo? Con toda seguridad. No resultará fácil encontrar un compromiso. Las modalidades de aplicación pueden ser objeto de estudio, pero el derecho a la nominación parece innegociable. Cada nombramiento sin consulta y acuerdo previo hará retroceder el proceso, y este ya se ha iniciado. Por eso, la carta parece oportuna. A Beijing le viene de perlas un diálogo fructífero que ayudaría a mejorar su imagen en el exterior en vísperas de los JJOO y cuando la libertad religiosa, al menos desde EEUU, se ha convertido en una de las exigencias más reiteradas. Para China, por otra parte, cuando su proyección internacional va en aumento, la normalización de relaciones con el Vaticano es muy valiosa en sí misma, y no puede prescindir ni ignorar a un actor tan influyente.