Desde su llegada al poder en 2012-2013, Xi Jinping ha asumido una postura muscular en materia militar, en relación con sus vecinos y en relación a Estados Unidos. Ello aceleró una tendencia puesta en marcha por Pekín desde 2008. Tal postura se centra en una visión triunfalista de la historia china y de su posición en el concierto de las naciones. Tal como lo explicaba Xi en un discurso pronunciado ante XIX Congreso del Partido Comunista Chino en octubre de 2017: “Asentada en un territorio de más de 9,6 millones de kilómetros cuadrados, alimentada por una cultura de más de 5.000 años y respaldada por la fuerza invencible de más de 1,3 millardos de personas, China dispone un escenario infinitamente vasto, de una herencia histórica cuya profundidad no tiene paralelos y de una incomparable resolución para seguir adelante…”.
La fuerza expansiva del nacionalismo chino no admite dudas. Sus mapas señalan a casi todo el Mar del Sur de China como propio. En pocos años el país dispondrá de 75 submarinos y para 2021 de tres portaaviones. Desde 2014, China ha producido más submarinos, barcos de guerra y navíos de apoyo, que el total de naves que actualmente conforman a las armadas combinadas de Alemania, India, España, Taiwán y el Reino Unido. A la vez, China pasó de los 50 aviones de combate de cuarta generación que poseía en el 2000, a 500 hoy día. Ello mientras se encuentra inmersa en el más ambicioso programa de desarrollo de misiles balísticos terrestres y de crucero en el mundo. Al mismo tiempo, China se ha abocado a la construcción y militarización de numerosas islas artificiales que no sólo le representan la ocupación de facto de espacios marítimos en disputa, sino que proyectan su capacidad defensiva mar afuera. Mientras todo esto ocurre, Xi Jinping ha insistido repetidamente a las Fuerzas Armadas que deben prepararse para luchar y ganar guerras.
Xi proclama la resurrección de la grandeza china, la cual se expresa a través de un grupo de conceptos y proyectos convergentes. Entre ellos los de “Hacer Grande a China de Nuevo”, “El Gran Rejuvenecimiento de la Nación china” o “Hecho en China 2025”. Los dos primeros persiguen la expansión de la huella geopolítica china y un énfasis en el desarrollo de su poder y tecnología militares. “Hecho en China 2025”, de su lado, busca convertir al país en líder mundial en materia de ciencia y tecnología para mediados de este siglo. Objetivo este que ha sido planteado como un desafío directo a la primacía de la que disfruta Estados Unidos en estos campos.
Detrás de todo este proceso se encuentra la visualización de una fecha clave: el año 2049. En esa oportunidad se celebrarán los cien años de la fundación de la República Popular China por parte del régimen comunista. Se proclama que para ese momento el país deberá haber recuperado su lugar en la cima de la jerarquía de las naciones, retomando el papel rector que desempeñó a lo largo de la mayor parte de la historia de la humanidad. Ello dará nueva materialización a la noción ancestral del Reino del Centro. Es decir, China como epicentro geográfico y político del mundo.
Para Washington, lo anterior equivale al desconocimiento por parte de China del acuerdo que alcanzaron en 1972. A través del mismo, Pekín reconocía la primacía de Estados Unidos en la región a cambio del reconocimiento dado por Estados Unidos al régimen comunista. Para China, en cambio, se trata de una simple constatación del Shi. Es decir, esa noción ancestral según la cual los procesos deben adaptarse a la aparición de las oportunidades. Así como el agua fluye, los procesos también lo hacen. Adaptarse a ese flujo es no sólo expresión de realismo sino el imperativo a seguir por todo estadista sensato.
Un desentendimiento cultural profundo está a la base del forcejeo político. La incomprensión es inevitable, como también lo es la inevitabilidad de una Guerra Fría. Para comprender mejor como se posicionan ambos bandos para esta medición de fuerzas, es necesario adentrarse en la comparación del perfil de poder de ambos países. Un perfil que comprende tanto el poder duro como el poder suave, es decir el que deriva de la capacidad de penetración de ambos sistemas y culturas. A tales efectos, es necesario medir cinco aptitudes básicas: la de convergencia, la de universalidad, la económica, la militar y la tecnológica. La de convergencia radica en la capacidad de aglutinar a otros estados a su alrededor; la de universalidad en proyectar sus culturas y valores; la económica en mantener una mayor tasa sostenida de crecimiento del PIB; la militar en la capacidad para imponer la propia voluntad sobre la ajena sin necesidad de ir a la guerra o de prevalecer en ella en caso de hacerse ésta inevitable; la tecnológica en alcanzar la primacía en un conjunto de tecnologías emergentes claves. Tal perfil de poder puede dar una buena idea de cómo se mueven las tendencias.
De todo ello trata mi nuevo libro, China versus US: Who Will Prevail?(New Jersey, World Scientific, 2020).