La pandemia de la Covid-19 está derivando en lo geopolítico en un renovado impulso de la influencia china en todo el mundo. Con sinsabores. Hay reservas importantes sobre su gestión inicial pero también admiración por la demostración de sus capacidades posteriores de respuesta tanto a nivel local como global. Con EEUU y la UE fuera de juego, China, para bien o para mal, ha emergido como el país de referencia. Sus suministros llegan a todo el mundo, al igual que sus médicos y expertos. ¿Es esto un reflejo que podemos trasladar a otros ámbitos en un futuro cercano? ¿Demuestra un afán por desplazar y suplantar el liderazgo occidental?
Asistimos en primera persona a una gran inflexión histórica. Pasamos del protagonismo económico global de China a su protagonismo político, trasladándose a marchas forzadas su poder económico a otros ámbitos. Es evidente que China no será un Japón grande sino una superpotencia integral. Y solo parcialmente representa un reencuentro con su pasado. China, durante siglos, fue la potencia principal, el Imperio del Centro. En los últimos doscientos años se vio desplazada por Occidente. Su regreso al epicentro del sistema internacional ofrece, sin embargo, una dependencia suma del exterior, que antes no tenía. Entonces, China exhibía orgullosa que tenía de todo y no necesitaba nada del mundo más allá de la Gran Muralla. Ahora, su interdependencia es absoluta, ya sea para comprar o para vender. Esto plantea dudas sobre cuál será su comportamiento en el futuro: ¿mantendrá su tradicional no injerencia o emulará el comportamiento occidental? Algunos ven en la base de Yibuti un signo proto-imperial. China dice preferir puertos, autopistas o trenes, a bases militares. Eso es la Ruta de la Seda.
Se dice ahora que China es mucho más asertiva. Hay dos formas de ver esto. Para unos, se trata de una posición activa en la que China busca expandirse cada vez más profundamente; para otros, se trata de una posición reactiva a los palos en la rueda dispuestos para torpedear su avance. Durante años, de conformidad con su nuevo estatus, a China se le reclamó la asunción de una mayor responsabilidad internacional. Desde la óptica occidental, esto significa sumar recursos para respaldar nuestros puntos de vista. Pero hete aquí que China, un Estado continente que alberga a casi la quinta parte de la humanidad, tiene otro sueño: desarrollar su propia política. Y esto es un problema, porque hay diferencias sustanciales. Entonces la acusamos de “revisionista”. Pero el mundo ya no es el de 1945 y algo habrá que cambiar, no?
En la última década, desde los Juegos Olímpicos, cuando China se presentó de regreso ante el mundo, experimentó lo difícil que puede resultar un acomodamiento pactado con las grandes potencias del sistema. Un ejemplo, la reforma de cuotas en el FMI, que no cuestionaba el poder de veto de EEUU ni suponía la reducción de su porcentaje siquiera en medio punto, tardó cinco años en ser ratificada. Visto lo visto, no es de extrañar que promoviera sus propios instrumentos financieros multilaterales…
Desde la llegada de Donald Trump, lo que antes era demora intencionada se ha vuelto oposición frontal. En Washington se lleva fatal la ascensión china. La Estrategia Nacional de Seguridad aprobada a finales de 2017 no puede decirlo con mayor claridad: China es el enemigo a batir. A partir de ahí, la guerra comercial, tecnológica, política, estratégica, etc. se comprenden mejor. EEUU puede simultanear su racismo estructural y la represión de la comunidad afroamericana con la aprobación de una ley en apoyo de los derechos humanos de los hongkoneses que reclaman más democracia. Otra para Xinjiang. Otra para Taiwán. Y cautivar a los países de la zona para sumarlos a la estrategia Indo-Pacífico con el objetivo de encapsular a China y endosarle una gran crisis autodestructiva que preserve su poder hegemónico.
¿Dará resultado todo esto? La UE es tan escéptica que no piensa secundar esta estrategia agresiva de EEUU y reivindica la recuperación de su autonomía para ensayar otra alternativa, basada en la cooperación y la competencia. Y, por supuesto, también en la rivalidad pues los valores, ideales y modelos de gobernanza en que se fundamentan los sistemas políticos de ambas realidades son bien diferentes. Que las políticas de presión no están dando resultado lo demuestra que China avanza en su liderazgo en numerosos campos y que EEUU se la tendrá que envainar en muchas ocasiones.
Si la ambición de EEUU es el resurgir de una nueva guerra fría cuyo territorio es conocido y en la que pueda resultar victoriosa por segunda vez, para China esto es una quimera. Resucitar el delirio atómico o la carrera espacial carece de sentido. Si algo han estudiado los chinos es el camino que llevó a la liquidación a la URSS y rehuirán ese juego. El aislacionismo estadounidense, el agrietamiento transatlántico, etc., nos dibujan otro escenario incluso en el campo de los “buenos”. Pero es que además, antes de ocuparse del mundo exterior, si esa fuera su ambición –que no es-, tiene por delante una importantísima agenda interna a la que hacer frente: sus grandes números absolutos disimulan una realidad que aun exigirá varias décadas para ser superada en forma de desequilibrios y desigualdades, de déficits de diverso tipo que pueden aun jugarle muchas malas pasadas. Ese frente interno pesa más en el riesgo de inestabilidad que la presión exterior. En un contexto de exaltación nacionalista, esta no hace sino blindar su sistema y reforzar las posiciones menos conciliadoras.
China ha cambiado mucho en las últimas décadas. Y seguirá cambiando en las siguientes. A su ritmo y según su agenda. La necesitamos no solo para la recuperación pospandemia sino también para apuntalar un sistema multilateral que cojea por donde menos se esperaba. Su evolución política interna preocupa, no ya por su rechazo del liberalismo occidental sino por los signos de involución respecto al avance que supuso el denguismo. Otra poderosa sombra es su actitud en las disputas en el Mar de China meridional, que origina una importante crisis de confianza de sus vecinos hasta el punto de llevar al Vietnam comunista a preferir una alianza con el otrora enemigo estadounidense. Ello demuestra que nadie las tiene todas consigo con China y que por ello importa obrar con inteligencia, matiz y visión de largo plazo. A fin de cuentas, como ellos han hecho para llegar a donde han llegado.