China y Eurasia: visitas de Estado Raquel León de la Rosa, directora del Observatorio de la Política China.

In Análisis, Política exterior by Director OPCh

Mayo inició con una intensa agenda para la República Popular China, ya que esta primera quincena implicó varias visitas de Estado sumamente significativas.  Los primeros días del mes el presidente Xi Jinping tuvo una gira por Europa; en donde se reunió con sus homólogos de Francia, Serbia y Hungría.

Si bien estas visitas resultaron controversiales respecto a lo tensa que ha sido la relación entre la UE y China últimamente, esto permitió crear una antesala hacia lo que vendría después. Dentro de la agenda europea, uno de los temas más importantes es la guerra en Ucrania. Ante esto, uno de los puntos cuestionados desde la UE y Francia fue la postura que tomaría China respecto a este conflicto.

Después de la gira europea, el conflicto ruso-ucraniano se intensificó con los ataques rusos del 10 de mayo y el avance para Rusia que esto significó.

Por lo tanto, la primera visita de Vladimir Putin a Beijing, en su nuevo mandato, llegó con altas expectativas para los medios de comunicación. El presente análisis busca rescatar los principales puntos de esta reunión entre Xi y Putin desde las implicaciones para la política exterior china.

¿Una visita con ojos eurocentristas?

La historia de las relaciones internacionales está plagada de conflictos europeos y cómo estos han repercutido en la construcción del sistema internacional. Esto haciendo hincapié en que la misma construcción del sistema internacional ha sido desde una idea de modernidad europea, en donde el resto del mundo tuvo que adoptar esta visión ante la idea de pueblos bárbaros o no modernizados más allá de la concepción europea. Situación que olvidó en la construcción de la historia los procesos políticos, sociales, culturales y económicos de otras partes del mundo; visibilizando como potencias sólo a aquellas que eran europeas o que se habían construido como democracias bajo instituciones desde esta visión; por lo tanto, otros ejercicios de poder que tuvieron alto impacto en otras regiones del mundo o en gran parte de la geografía mundial han sido desplazados de su lugar histórico.  Señalo esto ya que en la narrativa del siglo pasado los conflictos de alcance internacional se han gestado en este espacio. Pero ¿qué pasa en un mundo hiperglobalizado a principios de este siglo y regionalizado después de una pandemia?

Si bien el conflicto ha sido una de las principales razones para estudiar los fenómenos internacionales, pareciera que no hay una evolución hacia la construcción de un mundo más justo y sin la búsqueda de supremacías a través del uso de la fuerza. La violencia dentro de los conflictos, en donde el Estado es parte, ha escalado y pareciera que los mecanismos humanitarios no funcionan, ya que los choques de intereses por la búsqueda de poder de los actores estatales en pleno 2024 han dejado muchas víctimas civiles. A tal grado que guerras, como la que ocurre hoy contra el pueblo palestino, deja en ridículo a las instituciones que deberían proteger la integridad de la humanidad.

Todo este preámbulo es para colocar las lentes de la corriente realista para entender qué pasa y por qué algunos actores, como China, asumen o no ciertas responsabilidades dentro del sistema internacional. El conflicto es algo altamente latente en este año; sin embargo, será visible en función de los intereses estatales que estén en juego.

Una diferencia a lo que acontecía hace un siglo o medio siglo a lo que hoy se presenta, radica en la idea de multipolaridad. Si bien se especula mucho y se romantiza la idea de una nueva Guerra Fría entre China y Estados Unidos, en el mundo que hoy vivimos no se puede demeritar a otros actores como Rusia, la Unión Europea, etc., ya que la interdependencia que ha dejado la globalización nos lleva a no pensar en absolutos. Aunado a esto, sin caer en excepcionalismo, China es un actor que rompe la regla de la idea de potencia occidental; y esto es lo que hoy le permite posicionarse bajo una justificación de “liderazgo” del Sur-Global. Esto con muchos elementos que se pueden cuestionar, ya que históricamente, China fue una potencia regional que durante siglos impuso un sistema que daba “orden” a toda una región sobre cómo se construían instituciones, cómo se reconocían gobiernos, cómo se ejecutaba el comercio regional y cómo se permitía o no el conflicto.  Aspecto que no todos los actores dentro del Sur tienen como capacidad en parte de su historia.

En la narrativa europea, la idea de Occidente y Oriente se utilizó para hacer la distinción entre la modernidad y el desarrollo por encima de la otredad, que desde esta concepción era bárbara y no desarrollada. Hoy pareciera que se reformula en donde Occidente y Oriente es algo que se debe confrontar para reafirmar o deslegitimar el actual sistema internacional y sus instituciones. ¡De nuevo la idea de absolutos! Esto erradica cualquier matiz entre estos dos puntos radicales, que es la diversidad de realidades producto de este proceso histórico.

Por lo tanto, se asume que la reunión entre estos dos actores pareciera el preámbulo hacia una mayor catástrofe.

Una “relación sin límites” bajo un contexto histórico-geopolítico

Un aspecto importante, es identificar el punto temático de encuentro entre estos dos mandatarios, que es el 75° aniversario del establecimiento de relaciones diplomáticas entre China y Rusia (en ese momento la URSS). Para esto, es importante rescatar algunos aspectos clave en la construcción de esta relación. Primero, que, en el origen de la República Popular China y el Partido Comunista Chino, la influencia soviética fue importante. Esto aunado a la romantización de la URSS como un aliado incondicional en uno de los procesos más violentos e inestables de la historia china, que fue la primera mitad del siglo XX. En donde dentro del caos social y de la “ayuda del exterior” fue la URSS quien no dejó sola a China, esto en comparativa con el resto de las potencias occidentales y Japón, que fueron vistas como amenazas ante uno de los principales riesgos que merman la idea de una “gran China”, que es el desmembramiento territorial. Esto se reflejó en lo que fue el Tratado de Amistad, Alianza y Asistencia Mutua Sino-Soviético de 1950, y en la vinculación que tuvieron Stalin y Mao.  Más allá de la concordancia ideológica, la infraestructura con la que surgió la República Popular China fue gracias a la cooperación con la URSS. Sin importar que, una década después se fragmentara esta relación.

Un segundo punto recae en la vecindad que ambos tienen, los dos países comparten un elemento que es crítico para cualquier Estado, que es tener una frontera con muchos países. Aspecto que vuelve elemental tener buenos lazos de vecindad. Rusia comparte frontera con 14 países y China igual.  Sin embargo, dentro de sus vecinos, ambos representan la mayor amenaza que podría tener cada uno. Esto debido a la capacidad militar que poseen. No obstante, la historia de ambos, los factores espaciales y la manera en cómo ha evolucionado la política internacional hacen que la mejor opción haya sido relanzar esta relación desde los noventa. Entre una URSS fracturada con el nacimiento de muchas repúblicas y una federación, y una China en la antesala de ser una potencia económica, lo mejor fue volver a cooperar a través de “Los cinco de Shanghai” en 1996. Desde entonces, la relación se ha convertido en estratégica para ambos actores. Al mismo tiempo, esto junto con el multilateralismo promovido desde Beijing vía el BRI, ha desencadenado en un mayor posicionamiento de China en miras de la consolidación de un corredor eurasiático, que le permita tener mayor presencia en Europa. Esto es un aspecto que se reafirma con la gira de Xi en Europa oriental, ya que las características y valores de los países de esta región europea, permiten que, bajo la idea de cooperación y desarrollo, China se haga presente ante la ausencia de otras potencias regionales.

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Dos posicionamientos distintos

El inicio del siglo XXI permitió que China y Rusia convergieran bajo el concepto de economía emergente. Aspecto que los llevó a ser parte de los BRICS y la construcción de una agenda de cooperación.  Sin embargo, desde 2014 con la anexión de Crimea a Rusia, ambos países dejaron ver dos rutas de acción muy distintas en el sistema internacional. Mientras que Rusia retomó este papel reactivo y de confrontación bajo el ideal de un nuevo nacionalismo con el liderazgo de Putin, China se centró en avanzar en el tipo de protagonismo que debería tener dentro del sistema internacional. Primero, se reinsertó como un país alineado a la gobernanza global. Después, se convirtió en un país que tomó responsabilidad para que otros cumplieran. Hoy, se asume como un actor que propone. Resultado de esto son las iniciativas globales insertadas en la Comunidad de Destino Compartido.

Estos pequeños grandes aspectos hacen que ambos países construyan una imagen de aliados, pero con distintas imágenes y perspectiva dentro del sistema internacional. En el caso de Rusia, su discurso se inserta en la manera tradicional de las relaciones internacionales y en la dinámica del siglo pasado. Mientras que el caso chino, ha optado por este posicionamiento no hostil y cauteloso que le ha llevado crear zonas de influencia, vía poder blando, en gran parte del Sur Global, incluyendo Eurasia. Este último aspecto es clave para entender el futuro de la relación entre estos dos países. En la construcción de este corredor eurasiático, China ha abierto vías alternas a la tradicional zona de influencia rusa. La búsqueda de la sinización a través de la narrativa histórica china en Asia Central es algo que poco a poco ha ido avanzando. Al mismo tiempo, la dependencia económica y los préstamos chinos no es algo exclusivo de las exrepúblicas, sino también algo que vive Rusia.  Esto se ha acentuado con la guerra en Ucrania y los embargos impuestos a Moscú.

Bajo todo este contexto, se encuentra la razón de ser del tipo de posicionamiento que China tiene sobre temas y conflictos dentro de la arena internacional. En donde trata de ser cauto, principalmente por la lucha de materializar la idea de una sola China en el sistema internacional. Como resultado, es ambiguo, pues no desafía de manera agresiva y/o violenta a la gobernanza global y construye la imagen de un actor responsable que promueve la paz. Al mismo tiempo, se autonombra como una vía más justa ante la desigualdad global. No obstante, la arraigada idea de la reunificación de la nación china se convierte en su punto débil.

Una “relación sin límites”: ¿realidad o discurso?

La visita de Putin a Beijing y su alcance en la opinión pública es algo que se capitaliza de manera distinta entre cada uno de estos actores. De manera general, se expone como una reunión entre iguales, dejando de lado la alta dependencia económica y tecnológica que tiene hoy Rusia de China. Esto emula un poco el escenario en el que se inician la relación entre China y la URSS, pero con papeles invertidos. Por un lado, para Putin representa mostrar al mundo un aliado dentro de los temas más criticados en Occidente y Europa, que es la guerra en Ucrania.

En el caso de Xi, representa reafirmar la importancia histórica y geopolítica de Rusia, pero sin generar otro tipo de compromisos. Es por esto por lo que, dentro de los discursos se acepta la idea de “solución política” y lograr la paz. Una guerra es lo que menos interesa a China en este momento, en donde ha logrado una interconexión con casi todo el mundo. Aunado a esto una guerra implica deslegitimar la propuesta de gobernanza china, la Comunidad de Destino Compartido. A nivel geoeconómico, rompe el modelo de desarrollo chino.

En pocas palabras, la llamada “relación sin límites” a nivel discursivo es una alianza fuerte y desafiante a occidente. Sin embargo, en la praxis, esta relación durará lo que tenga que durar, y en este momento, transitará por donde China quiera y le convenga que transite