Hace una semana, Ángela Merkel llegó a Sanlúcar de Barrameda junto a su marido para disfrutar de unas breves vacaciones. La pareja alemana fue recibida en esta tranquila ciudad andaluza por el calor del sol y una suave brisa y, como era de esperar, por el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez.
El diálogo entre la canciller alemana y Sánchez en Sanlúcar de Barrameda se calificó de “encuentro informal”, por lo que ninguna de las partes ofreció demasiados detalles sobre sus planes futuros en la conferencia de prensa posterior. Sin embargo, sería razonable suponer que la reunión significó mucho más de lo aparentado a primera vista.
El verdadero significado de este encuentro se podría interpretar en función del papel que ambos países desempeñan en la Unión Europea. España es el quinto país más grande de la UE en cuanto a población (pronto pasará a ser el cuarto después del Brexit) y siempre ha sido un firme defensor de la integración europea. Por su parte, Alemania es el auténtico líder y promotor de la UE, por lo que ostenta la correspondiente influencia regional, responsabilidad política y, en especial, liderazgo internacional en diversas cuestiones.
Recientemente, la presión externa procede principalmente de Estados Unidos. A medida que la Administración Trump defiende su política “América primero”, el marco internacional existente ha sufrido una serie de preocupantes impactos. El fuego de la guerra comercial trasciende océanos. La ruptura del acuerdo nuclear con Irán ha sembrado de nubarrones el golfo Pérsico. El debate sobre la asignación de fondos de defensa entre los miembros de la OTAN se ha convertido en una tediosa contienda. El traslado de la embajada de Estados Unidos de Tel Aviv a Jerusalén ha roto el frágil equilibrio de la región. Todo el mundo sabe que la diplomacia se basa en las negociaciones; no obstante, pocos han sido testigos de una escena similar: una administración cuyas negociaciones empiezan con reproches y amenazas, tanto si los interlocutores son rivales como aliados tradicionales.
Existe la creencia de que el presidente Trump prefiere ejercer una presión extrema sobre sus oponentes durante las negociaciones con el objetivo de maximizar los posibles beneficios. Una gran cantidad de análisis se centra en su personalidad y en los trucos de negociación. Sin embargo, es preciso tener en cuenta un simple hecho: independientemente de los trucos o tácticas que un negociador emplee, lo que importa realmente es el poder.
Si volvemos la vista hacia Alemania, la encontraremos atrapada en una delicada situación en la guerra comercial entre Europa y Estados Unidos. Como dijo en una ocasión Henry Kissinger, “Alemania, a lo largo de su historia, ha sido o demasiado débil o demasiado poderosa para garantizar la paz de Europa”. En la actualidad, es probable que haya alcanzado la tercera situación: es débil y poderosa al mismo tiempo. Dentro de la Unión Europea, su destreza la convierte en el líder indiscutible de la UE, responsable de unir a todos y de expresar la voz común, pero a un nivel superior, esta destreza no puede competir con Estados Unidos, lo que implica que las negociaciones con Trump supondrán todo un reto.
Cuando alguien se enfrenta a tales circunstancias, sin duda espera encontrar una mano amiga, cualquiera que sea. Si Alemania mira hacia el este, descubrirá a otro gigante estancado en la misma situación: China, el objetivo asiático de la guerra comercial de Estados Unidos, que no dudaría en dar la bienvenida a un nuevo camarada para luchar en esta campaña.
Soy consciente de que lo que algunos podrían argumentar, desde la ideología comunista, la economía planificada y las empresas estatales hasta los problemas relacionados con la propiedad intelectual, la competencia desleal e incluso los derechos humanos y las amenazas futuras. Pero comprobemos la misma lista con el presidente Trump. Estados Unidos y la Unión Europea de hecho comparten la misma ideología, la misma metodología económica y el mismo sistema de valores, pero esto no ha impedido el estallido de la guerra comercial. Solo sabemos que el presidente Trump no ha reducido en absoluto los aranceles al acero y aluminio por el excelente historial de derechos humanos de Bélgica o Suiza.
Europa y Estados Unidos son aliados y lo seguirán siendo en el futuro previsible. Es de sentido común. Pero, por otra parte, si nos remontamos a la historia europea, no sería la primera vez que surgen conflictos de intereses entre aliados y, como resultado, se forman nuevas alianzas. Por cierto, ¿se ha olvidado alguien de todas las guerras comerciales entre Europa y Estados Unidos que han tenido lugar en las últimas cinco décadas, incluso bajo amenazas directas de la Unión Soviética? Se trata de negocios.
Solo unos días antes, el ministro de Economía alemán Peter Altmaier afirmó ante los medios de comunicación que “en una guerra comercial mundial no habría vencedores, solo vencidos”. Como cabe esperar, Alemania decidió contraatacar. No se trata solo de las pérdidas económicas, sino también de cómo demostrar el liderazgo de Alemania en la Unión Europea.
A simple vista, las represalias conjuntas de dos socios pueden causar más estragos a Estados Unidos, lo que forzaría a la Administración Trump a dar un paso atrás y reconsiderar sus acciones. Así pues, la pregunta es muy sencilla: ¿cooperar con China o luchar en soledad? Es Alemania quien debe dar la respuesta y España quien debe apoyar a Alemania para que la decisión se convierta en realidad. Si Alemania y España se ponen de acuerdo, convencer a Francia resultará mucho más sencillo y, a partir de ahí, todos los miembros de la Unión prestarán su apoyo.
China es pragmática
La política internacional de China es cada vez más pragmática. China no espera sustituir a Estados Unidos y convertirse en la nueva prioridad diplomática de la Unión Europea; sin embargo, en este momento, tanto Europa como China tienen más posibilidades de volver a ganar terreno en la guerra comercial si se unen en un solo frente. Los demás litigios entre la Unión Europea y China pueden esperar a la próxima negociación tras el final de la guerra comercial.
La guerra comercial con Estados Unidos no solo supone un reto, sino también una oportunidad de acercamiento entre Europa y China que les permite volver a analizar los intereses comunes que comparten. De hecho, la Unión Europea y China comparten puntos de vista sobre una serie de asuntos internacionales, por ejemplo, ambas partes desean mantener el acuerdo nuclear con Irán, están en contra de romper la estabilidad entre Israel y Palestina, y defienden el libre comercio y la globalización.
Y lo que es aún más importante, que el euro y el renminbi son las dos únicas divisas que podrían amenazar la hegemonía del dólar estadounidense en el sistema financiero mundial. Ninguna de las dos tendría la más remota oportunidad en un enfrentamiento uno a uno contra el dólar, lo que aporta otra razón más para que ambas partes permanezcan unidas.
Desde el punto de vista de la seguridad, China y la Unión Europea no suponen una amenaza entre sí. En primer lugar, una gran distancia geográfica las separa; en segundo lugar, ninguna de las partes está vinculada a acuerdos de defensa conjuntos con ningún aliado sensible ubicado en la región del otro.
Y aún más: China también quiere cooperar con Europa, ya que tiene bastantes problemas de los que preocuparse. La iniciativa de la Franja y la Ruta tiene como objetivo conectar el continente euroasiático mediante infraestructura. Transbordadores ferroviarios de China Railway Express inician el recorrido hacia Madrid y Hamburgo todas las semanas. España puede considerar a China como un enorme mercado que contribuye en gran medida a su crecimiento económico, mientras que, gracias a la cooperación con China, Alemania podría aumentar su influencia internacional de una forma más sutil.
Es probable que Estados Unidos siga liderando el mundo de muchas maneras durante la próxima década, mientras que otros países seguirán el orden mundial establecido por Estados Unidos. Obviamente, este es el plan A de las relaciones internacionales. Sin embargo, si los políticos de la Unión Europea y China aspiran a estar totalmente preparados para el futuro, contar con un plan B no sería mala idea. China y Europa siempre pueden ser una alternativa mutua, lo que permitiría a diplomáticos y responsables políticos beneficiarse de mayor flexibilidad estratégica a la hora de tomar decisiones.
Alrededor del año 230 a. C., siete reinos ocupaban el territorio chino, siendo Qin el más poderoso. En una década, el estado Qin aniquiló uno a uno a los otros seis reinos respaldado por un poderoso ejército y un clásico principio diplomático: asociarse con los países lejanos y atacar a los cercanos. Muchos consideran que, si los otros seis reinos hubieran aunado sus fuerzas y establecido una fuerte alianza, habrían sido capaces de derrotar al estado Qin. Pero no lo hicieron, porque ninguno creía que sería el siguiente en caer. Esto pasó hace unos 2.200 años, espero que esta vez la humanidad actúe de forma más inteligente.