La cumbre que China y la Unión Europea (UE) celebraron la pasada semana en Beijing ha servido para situar a ambos actores ante los asuntos más delicados de la agenda bilateral. El interés de China por la UE, su primer socio comercial, no ha mermado, a sabiendas de que en Bruselas tiene un interlocutor matizadamente “diferente” a EEUU y que comparte la vía del diálogo como mecanismo prioritario para resolver las desavenencias, pero, al mismo tiempo, siendo plenamente consciente de sus limitaciones estructurales, que le imponen una diplomacia cada vez más diferenciada entre el marco institucional global y la relación con los estados más prominentes del bloque.
Poco tiempo ha habido para hacer balance de los diez años transcurridos desde el inicio de las cumbres con este formato, y pese al mal disimulado esfuerzo de las autoridades chinas por exaltar los puntos de coincidencia, ha pesado más el listado de desencuentros que el consenso, empezando, claro está, por las tensiones económicas y comerciales. La UE ha reclamado de China una actitud más receptiva a sus exigencias en relación al yuan, a la corrección del déficit comercial o la protección de la propiedad intelectual. El déficit comercial con China ha ascendido en 2006 a 130 mil millones de euros y este año podría crecer en torno a un 25 por ciento. Beijing se ha mostrado dispuesto a estudiar las reclamaciones europeas, pero, como es habitual, sin asumir compromiso efectivo alguno. El yuan, más pendiente de la apreciación con respecto al dólar (11,5% en dos años) se ha depreciado un 9% en relación al euro. Pese a ello, no cabe esperar grandes o bruscos cambios que puedan afectar a la capacidad exportadora de la economía china, por cuanto podrían hacer peligrar su estabilidad general.
A las discrepancias en torno al yuan, se han sumado otras divergencias en materia comercial que afectan a productos como el calzado o la siderurgia, directamente relacionados con el mantenimiento del empleo en la UE y que motivan el reiterado reclamo de medidas proteccionistas por parte de las respectivas patronales sectoriales. El descontento con el avance chino en materia de protección de la propiedad intelectual, se completa con el rechazo de abruptas acciones de espionaje y piratería atribuidas a Beijing, junto a la incertidumbre generada por la entrada en vigor de nuevas normativas en materia de contratación laboral o de inversiones extranjeras que, en resumidas cuentas, vienen a fortalecer la capacidad china para decidir, orientar y controlar el acceso a sus mercados en servicios y sectores de especial sensibilidad, incluidos los financieros, a resultas de su objetivo de establecer un nuevo modelo de desarrollo en el que cabe advertir una clave nacionalista cada vez más visible y acentuada.
En materia ambiental, Bruselas reiteró sus llamamientos y Beijing sus habituales respuestas: estamos en ello, pero necesitamos tiempo, dinero y tecnología. Es previsible que en el futuro aumente el entendimiento en este terreno, ya que las autoridades chinas, por propio interés y no sin dejar de hacer notar la responsabilidad de los países industrializados en el cambio climático, parecen dispuestas a tomar cartas en el asunto.
En el orden político, derechos humanos, las relaciones con Taiwán, las respectivas políticas africanas, la responsabilidad internacional, etc., las diferencias respectivas han quedado patentes. China se ha esforzado por situar las relaciones bilaterales en un marco que trascienda la irrupción de nuevos dirigentes en países clave como Reino Unido, Alemania o Francia, resaltando el carácter estratégico y no coyuntural del intercambio, pero no está claro que pueda ser así. La visita previa de Nicolás Sarkozy, quien ha firmado importantes contratos, utilizada para confrontar su estilo con el de Ángela Merkel, a quien se ha hecho llegar, por activa y por pasiva, el descontento por la recepción al Dalai Lama, abre un horizonte de diversificación que dispensará o no recompensas en el trato comercial en función del nivel de sintonía mostrado con el discurso de Beijing. El descontento chino se completa con la indefinición europea respecto al levantamiento del embargo de armas impuesto a raíz de los sucesos en Tiananmen en 1989.
El tono cordial y diplomáticamente correcto usado por Hu Jintao en la recepción a José Sócrates y José Manuel Barroso ha sabido a poco en esta cumbre y en ambas capitales se espera de las dos partes un mayor empeño para restablecer la confianza mutua. Pero no será fácil superar ese discurso hueco que ha evidenciado el desencuentro: la UE ha querido poner el acento en lo económico, ante el temor de verse perjudicada por una mayor inclinación de Beijing a satisfacer las exigencias estadounidenses, pero desoyendo el interés chino en seguir profundizando en algunos aspectos de la agenda política, demanda difícil de satisfacer para la UE en momentos de pérdida de cohesión a este nivel y de debilidad de su liderazgo.