Los días 22 y 23 de mayo se celebró en Washington el segundo diálogo económico entre EEUU y China. La agenda de desencuentros no ha disminuido en los últimos tiempos: desequilibrio de la balanza comercial (233.000 millones de dólares en 2006), la revalorización del yuan, los efectos de la invasión made in China sobre la producción local, etc., y el relativo inmovilismo de las respectivas posiciones anima la impaciencia de ambas administraciones.
Por parte china, se intenta resaltar la “normalidad” de las fricciones, toda vez que ellas discurren en un tono, en general, satisfactorio y marcado por la veloz expansión de sus relaciones comerciales. En 1990, el volumen de negocios bilateral ascendía a 11.700 millones de dólares, mientras que actualmente ronda los 300.000 millones. La media de crecimiento anual en la última década ha sido del 17-18%, según el profesor Jin Canrong, subdirector del Instituto de Relaciones Internacionales de la Renmin Daxue. EEUU es el primer socio comercial de China y esta es el tercero de EEUU, por detrás de Canadá y México. La amenaza constante de sanciones comerciales, las restricciones a la importación, las quejas ante la OMC (la última por las incesantes violaciones de la propiedad intelectual) y el debate constante de medidas de carácter proteccionista, alimentan una tensión bilateral a la que China debe dedicar numerosos esfuerzos para intentar desactivar las posiciones más duras y beligerantes. Por otra parte, la incidencia de la presencia comercial china en el mantenimiento de los puestos de trabajo en algunos sectores industriales estadounidenses, facilita la politización del problema, inevitable, por otra parte, ante las restricciones a la exportación de tecnologías punta o el acceso de los “comunistas” chinos a sectores económicos de valor estratégico.
El primer diálogo de esta naturaleza se inició en diciembre pasado en Beijing, a resultas del encuentro celebrado por George Bush y Hu Jintao en septiembre de 2006. Los interlocutores de entonces son los mismos que ahora: la vicepremier Wu Yi y el secretario del Tesoro Henry Paulson. Decenas de ministros y altos cargos les acompañan en lo que constituye toda una exhibición de intenciones.
China, que ha invertido buena parte de sus cuantiosas reservas en la deuda estadounidense, se plantea como objetivo esencial evitar la politización y la judialización de las cuestiones económicas y comerciales e instalar un clima de confianza y entendimiento mutuo entre ambas partes para normalizar al completo las relaciones bilaterales. En resumidas cuentas, reducir riesgos de guerras comerciales estableciendo un marco de diálogo estable y franco para resolver las diferencias. Pero la capacidad de maniobra de ambos no es ilimitada.
En los próximos años, con un nuevo Congreso del PCCh a la vuelta de la esquina, Juegos Olímpicos el año próximo, y una situación social muy delicada, China no puede permitirse el lujo de impulsar cambios drásticos en su política económica (ya sea respecto al yuan o la reducción de exportaciones) en aras de satisfacer las demandas de Washington. Hoy como ayer, la estabilidad es lo primero. Esta circunstancia, junto a la proximidad de las elecciones presidenciales estadounidenses (2008) y la intensificación de los planteamientos proteccionistas en Washington hacen temer un rebrote y enroscamiento de las posiciones más beligerantes frente a China.
Cabe imaginar, pues, que del actual diálogo no saldrán, a corto plazo, tendencias de cambio profundo y significativo. Y pese a la retórica, ambos países están objetivamente interesados en manejar sus discrepancias con paciencia y sumo cuidado para evitar desperfectos mayores.