El otro dinero negro

In Análisis, Política exterior by PSTBS12378sxedeOPCH

Mientras todas las miradas estaban pendientes de la continuidad o no de Paul Wolfowitz al frente del Banco Mundial, en Shanghai se reunía el pasado fin de semana la asamblea del Banco Africano de Desarrollo (BAD), la segunda vez que la citada cumbre se celebraba fuera de dicho continente (en 2001 se reunió en Valencia).La elección de la capital económica de China obedece al interés manifestado por los máximos dirigentes de este país, que forma parte del BAD desde 1985, para seguir delineando los fundamentos económicos de su doctrina africana y su nuevo papel en dicho continente, expresión cabal de su imparable emergencia. En los días previos, desde el centro espacial de Xichang, en Sichuan, se lanzaba un satélite de comunicaciones construido con tecnología y asistencia china por encargo del gobierno nigeriano.

En el encuentro del BAD, Beijing ha reiterado, en relación a África pero también dirigiéndose a las potencias occidentales, algunos principios básicos de su política exterior. En primer lugar, que su gestión de préstamos no dependerá de condiciones políticas ni estará ligada a la compra de productos chinos. En segundo lugar, que combinarán ayuda y comercio para facilitar el desarrollo de los países africanos. En tercer lugar, que su máxima seguirá siendo la no ingerencia en los asuntos internos de países soberanos. En cuarto lugar, ofreció garantías de pleno respeto al camino que libremente elijan los países africanos para salir del subdesarrollo. El primer ministro Wen Jiabao, presente en la reunión, destacó que en la última década los intercambios entre China y África se han multiplicado por diez, alcanzando la cifra de 55 mil millones de dólares anuales (con un incremento del 40% en 2006 respecto al ejercicio anterior); que la ayuda china a África se duplicará antes de 2009, habilitando un fondo para el desarrollo dotado con 5 mil millones de dólares, además de la progresiva reducción de las tarifas arancelarias para las importaciones procedentes de los países africanos; y que su gobierno destinará 20 mil millones de dólares en los tres próximos años para financiar las infraestructuras y el impulso de su comercio exterior.

Es evidente que a China le mueve, en primer lugar, el enorme interés por los productos africanos, en especial sus riquezas minerales y, sobre todo, el petróleo (hoy importa 4 millones de barriles diarios, cantidad que podría doblarse en menos de una década). Y también que sus principios en materia de política exterior se traducen en indiferencia lamentable y cómplice con respecto a graves violaciones de los derechos humanos (léase el asunto de Darfour, por ejemplo). Esa circunstancia facilita la crítica de los principales países occidentales, notoria y lamentablemente más tímidos cuando la presencia de China en este continente no era aún un “problema”. Pero a pesar de ello, e incluso de ciertos procesos de descontento social que se han manifestado en los últimos tiempos en algunos países, en general, puede afirmarse que los africanos reciben con agrado una inversión china que podría ayudar a paliar las inmensas necesidades de este continente.

China no solo compra materias primas a buen precio o invierte aquí una pequeña parte de sus ingentes reservas, sino que también facilita el acceso a sus propias mercancías baratas –a veces con riesgos para las producciones locales- y, poco a poco, se está convirtiendo de facto en un país donante de cierta relevancia. Es evidente que su comportamiento no es de recibo en muchos aspectos, pero también lo es que las quejas occidentales obedecen, en demasiados casos, al mal encaje de su presencia en ámbitos geopolíticos de los que hasta hace poco estaba prácticamente ausente. Como ha señalado alguien tan poco sospechoso como Jeffrey Sachs, los países occidentales han hecho hasta hora bien poco por África, a no ser prometer una cosa y hacer otra.

Es verdad que a China se le pueden reprochar muchos comportamientos (en materia de derechos humanos, medio ambiente, corrupción), pero dichas actitudes no son ni mucho menos exclusivas de su régimen. Por el contrario, de confirmarse la elevación de la capacidad de autodesarrollo de los países africanos a partir de la definición de un modelo singular y adaptado a sus necesidades y características, algo se habrá avanzado. De visita en El Cairo, Wu Bangguo, presidente del Parlamento chino, destacaba recientemente que África es una prioridad de la política exterior de su país y que no se apartará de la senda iniciada con la cumbre de Beijing de noviembre de 2006.

China seduce cada vez más al continente africano y en Shanghai ha quedado claro que apoya la estrategia de fortalecimiento del propio BAD que, en poco tiempo, junto al manejo de otras palancas, puede convertirle en el primer socio estratégico de la región. El apoyo chino es inseparable de la apuesta por la búsqueda de modelos económicos diferentes a los promovidos por ese Banco Mundial que el señor Wolfowitz dirigía antes de verse afortunadamente forzado a tirar la toalla.