¿Se convertirá el controvertido triángulo Vilnius-Beijing-Taipéi en un cuadrilátero que incluya a Bruselas? Sabido es que en los últimos tiempos, Lituania ha promovido acciones diplomáticas fuera de lo común que han afectado sensiblemente a la normalidad de sus relaciones con la República Popular China. Igualmente, sabido es que Taiwán es un asunto sensible que debe ser manejado con especial cuidado y en el marco aceptado del reconocimiento del principio de una sola China, clave de bóveda que precede a cualquier establecimiento de relaciones diplomáticas normalizadas.
Que Vilnius haya promovido un enfoque diferenciado en su relación con Taipéi desoyendo los requerimientos de Beijing no es solo un problema en su vínculo con China. En realidad, el impulso de Lituania la aleja de la posición mayoritaria en la Unión Europea. Y lo ha hecho por su cuenta, sin consultar. Advertidas las consecuencias, sin embargo, Vilnius recaba la solidaridad de los países de la UE y las instituciones comunitarias, ajenas a la toma de decisiones del gobierno lituano.
Hemos podido constatar como Bruselas reclama a las diplomacias estatales bajo su marco institucional que cierren filas en asuntos como la guerra en Ucrania, apelando al consenso y a la necesidad de evitar fisuras que debiliten su acción. No obstante, cabría decir otro tanto en esta otra cuestión mayor (la más roja de las líneas rojas de China) de Taiwán, a fin de desautorizar las salidas de tono con una vigorosa llamada al orden. Se da el caso, además, de que el comisario Josep Borrell, Alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, es bien conocedor, por su ascendencia española, de lo alambicado de los problemas político-territoriales y de la importancia de conducirse con mesura para evitar escenarios más delicados.
Es difícil comprender las motivaciones que inspiran el proceder lituano. Hay quien las remite a la influencia en el actual gobierno de entidades asociadas al magnate George Soros. No todas las instituciones lituanas comparten esta línea de acción. Sea como fuere, es evidente que el enfoque de Lituania la convierte en un ariete de la estrategia estadounidense de hostilidad con China con base en el problema de Taiwán, que busca también dividir a los países de la UE y procurar arrastrarles a su estrategia. Ahí hay dos misiones fundamentales que Lituania puede desempeñar: de una parte, instar la “solidaridad” de la UE presentándose como víctima de la previsible respuesta de Beijing; de otra, alentando la desautorización y debilitamiento de marcos institucionales como el establecido con los PECO (Países de Europa Central y Oriental), el Foro 16+1. Por tanto, las acciones de Lituania en este aspecto, objetivamente, no sirven a los intereses europeos sino a la estrategia estadounidense de meter el dedo en el ojo de China con el argumento de Taiwán.
Hay manifestaciones que abundan en esa interpretación. Por ejemplo, la “solidaridad” expresada por 41 eurodiputados (de un total de 705) o las decisiones en igual sentido del Parlamento danés, por citar algún ejemplo. Igualmente ilustrativa fue la visita del senador estadounidense Rick Scott al representante de Taiwán en Lituania Eric Huang, siendo la primera vez que un legislador estadounidense visitó la Oficina de Representación de Taiwán en el país báltico.
Hay muy poco a ganar en este juego. En los primeros seis meses de 2022, las exportaciones de Taiwán a Lituania alcanzaron los 64,42 millones de dólares estadounidenses. El año pasado, las importaciones de Taiwán desde Lituania llegaron a unos 132 millones. Las cifras lo dicen todo. Veremos en que quedan las promesas de Taipéi de habilitar 200 millones de dólares en fondos de inversión y 1.000 millones de dólares en préstamos de crédito.
Naturalmente, el correlativo es el deterioro de la relación comercial de Vilnius con Beijing, que ha suspendido importaciones del país báltico afectado a numerosos rubros, desde el ron a la carne de vacuno. Lituania –y también Taiwán, EEUU, etc.- califican esto de ejemplo de “coacción”. Sin embargo, es curioso que cuando el dueño de Teslas, Elon Musk, se pronuncia a favor de una solución pacífica para resolver las tensiones en el Estrecho en línea con las propuestas continentales, la primera reacción del gobierno en Taipéi consiste en argumentar razones de “seguridad” para anunciar que suspende cualquier tipo de compra a dicha empresa ante el riesgo de “filtración de información militar confidencial”. El boicot, eso sí, en nombre del respeto a las opiniones diferentes, está en marcha.
El cambio de nombre de la oficina de representación de Taiwán, un primer indicio de la actual deriva lituana, no está en la agenda de otros gobiernos europeos. Todos han desmentido los rumores interesados en tal sentido. Lituania se ha quedado sola, compuesta y sin novio. Y por más delegaciones oficiales que envíe a Taiwán (cuatro en lo que va de año), es difícil que las cosas se muevan en la dirección que pretende.
El renombrado economista Jeffrey Sachs, ganador este año de un premio de la taiwanesa Fundación Tang, ha instado a Taipéi y Beijing a comprometerse a dialogar para encontrar una solución pacífica en medio de las crecientes tensiones entre ambas partes. Sachs cree que el diálogo es la mejor opción, ya que permitirá a todos los implicados entender las respectivas posiciones, intereses y necesidades de seguridad de las otras partes.
La UE debiera aplaudir estas recomendaciones constructivas pues ayudarían a recuperar la confianza y el sosiego. Lo que hace Lituania va en la dirección contraria.