El declive estadounidense Alfredo Toro Hardy es diplomático retirado, académico y autor venezolano

In Análisis, Política exterior by Xulio Ríos

En la década de 1640 España se adentró en una profunda crisis que puso fin a su hegemonía en Europa, estuvo a punto de acabar con la dinastía reinante de los Austria y desencadenó un proceso sostenido de decadencia. Esta decadencia, apenas contenida en tiempos de Carlos III, sólo habría de comenzar a revertirse con la llegada de la democracia y el ingreso del país a la Comunidad Económica Europea ya acercándose a su final el siglo XX. La sobre expansión de los compromisos militares españoles, y las guerras simultáneas que debió enfrentar, pusieron en marcha una dinámica tantas veces repetida a lo largo de la historia: El declive de una gran potencia. 

         En su monumental obra de 1987 Auge y Caída de las Grandes Potencias, Paul Kennedy se refiere a este sobredimensionamiento de compromisos militares como una constante histórica en el declive de los grandes poderes. Un sobredimensionamiento que Estados Unidos claramente confronta en la actualidad. En enero de 2012 su Departamento de Defensa hizo público el llamado “Concepto de Operaciones Conjuntas de Fuerzas”. De acuerdo a este, como potencia global con intereses globales, Estados Unidos debía mantener la capacidad para proyectar un poder militar creíble en cualquier región del mundo en defensa de esos intereses. Como expresión de esta misma óptica estratégica, dicho país mantiene seis comandos regionales de combate a lo largo y ancho del planeta, así como 750 bases militares en más de 80 países. De hecho, países democráticos y sin amenaza de ninguna especie como Alemania, España, Italia y Reino Unido, albergan fuerzas militares estadounidenses. 

         Sin embargo, lo más representativo de este sobredimensionamiento es el hecho de que Estados Unidos confronta la rivalidad estratégica simultánea de China y Rusia. En el primer caso se trata de la mayor potencia económica y militar en ascenso, en el segundo de una potencia que aunque más modesta en términos económicos dispone de más de 3900 ojivas nucleares, de una potente industria armamentista y de un ejército bien entrenado. Contraviniendo al sentido común, y en sintonía con el ejemplo de tantas grandes potencias que se adentraron en una espiral de declive, Estados Unidos abarca más de lo que puede apretar. Ello, mientras el país confronta innumerables necesidades domésticas insatisfechas que han contribuido a acrecentar una polarización societaria extrema. 

         La rivalidad estratégica con Rusia resulta tanto más inexplicable cuanto que al momento de la implosión del sistema soviético, Moscú hubiera podido ser atraído a la esfera de influencia occidental mediante incentivos económicos y sensibilidad geopolítica. El sistema de seguridad europeo subsiguiente al colapso soviético bien hubiese podido integrar o, en cualquier caso, no antagonizar a Rusia. Sin embargo, Estados Unidos prefirió preservar la vigencia y propulsar la expansión continua de  la OTAN, una organización nacida para contener a Moscú. Más aún, le negó a Rusia la posibilidad de integrarse a esta organización como fórmula para desactivar el antagonismo que le representaba.  De no haber mantenido con vida este antagonismo, Estados Unidos no hubiese tenido como justificar ante su población y ante las poblaciones europeas su fuerte presencia militar en Europa. Una presencia que requería para seguir permaneciendo como potencia militar europea. 

         El antagonismo estratégico con China deriva también del deseo de Estados Unidos de mantenerse como potencia militar asiática. En este caso, sin embargo, fue China quien decidió alterar las reglas de juego pautadas entre ambos. En 1972 Washington y Pekín convinieron que el segundo respetaría el liderazgo asiático de Estados Unidos a cambio de que Washington reconociera a la República Popular China como cabeza de una sola China. A partir de 2008, y acelerándose desde 2013, Pekín comenzó a ver a Estados Unidos, y a lidiar con este, como si se tratase de un cuerpo extraño en Asia. Cómo resultado, Estados Unidos ha afirmado su disposición a permanecer como poder asiático, enfrentándose crecientemente a China. 

         Estados Unidos confronta, sin embargo, tres conjuntos de problemas difíciles de remontar. En primer lugar, mientras Rusia y China buscan afirmar su poder en lo que consideran como sus espacios naturales de influencia, Estados Unidos busca reducirlos a un papel secundario en sus propios vecindarios. Se trata de una proposición difícil de implementar aún en las mejores de las circunstancias y virtualmente imposible de materializar militarmente en espacios donde éstas concentran el grueso de sus fuerzas.  En segundo lugar, Rusia y China están conscientes del sobredimensionamiento estadounidense y disponen de la capacidad para coordinar sus acciones para explotarlo al máximo. En tercer lugar, Rusia y China conocen las vulnerabilidades resultantes de la extrema polarización societaria estadounidense y el como ésta afecta profundamente la  credibilidad de Washington ante sus aliados. 

         Estados Unidos bien podría estar próximo a enfrentar su propio 1640. A no dudarlo, la auto percibida nación excepcional no constituye una excepción en la historia del auge y caída de las grandes potencias.