El eje Moscú-Pekín Alfredo Toro Hardy es diplomático retirado, académico y autor venezolano

In Análisis, Política exterior by Xulio Ríos

De producirse una invasión rusa a Ucrania, y materializarse las sanciones económicas con las que amenaza Occidente, Moscú podría reorientar sus exportaciones de hidrocarburos hacia su ya importante mercado asiático. Rusia, primer productor mundial de petróleo y gas, estaría así en capacidad de volcar sus ventas hacia el mayor mercado de consumo energético del mundo. Tan sólo la trilogía China-India-Sudeste Asiático representa el 75% del crecimiento mundial de la demanda de petrolera. Esto último resulta particularmente válido en relación a China, cuyas reservas petroleras representan el 1,1% de las mundiales, mientras que su consumo petrolero alcanza al 10% de la producción global y su demanda total de energía equivale al 20% de la del planeta entero.  

         Rusia y China resultan así perfectamente convergentes en sus necesidades. Sin embargo, Rusia ofrece un valor agregado de la mayor importancia a China: La posibilidad de transportar sus hidrocarburos por vía terrestre. El 80% de las importaciones de crudo de China, es decir 8 de cada 10 barriles, pasan por el Estrecho de Malaca y el Mar del Sur de China. El primero de ellos representa un punto de vulnerabilidad geoestratégica extrema para China, tratándose de un delgado corredor marítimo entre Indonesia, Malasia y Singapur susceptible de obstrucción por la Armada estadounidense. En efecto, si algún día Estados Unidos se decidiese a implementar un bloqueo naval a China, este representaría un embudo capaz de poner en riesgo la vida económica de ese país.  

         No en balde China se abocó a la construcción de un importante puerto y terminal petroleros en Ramree, en la costa de Myanmar sobre el Golfo de Bengala. Ello, acompañado de un oleoducto y de un gasoducto que conectan con China. El objetivo de este esfuerzo ha sido evitar el paso por el Estrecho de Malaca, transportando por vía terrestre una parte de los hidrocarburos provenientes del Medio Oriente. Sin embargo, esto acarrea para China la necesidad de colocar una flota de guerra en el Océano Índico con miras a hacer frente a la fuerte presencia en el mismo de la Armada estadounidense. En efecto, para defender sus rutas marítimas por ese Océano, China ha volcado sobre el mismo una parte importante de dicha flota.  

         Rusia representa así la respuesta perfecta a las vulnerabilidades chinas. De hecho, en 2006 se inició la construcción de un oleoducto entre Siberia del Este y el Océano Pacífico. El mismo sirvió como punto de partida para proyectos aún más ambiciosos. No en balde, tras los eventos de Ucrania en 2014, Moscú y Pekín firmaron un contrato de ventas de gas por 400 mil millones de dólares. Aunque también Rusia e India han puesto en marcha importantes acuerdos petroleros, lo fundamental de este vuelco ruso a Asia se sustenta en la llamada “Asociación Estratégica Integral de Coordinación para una Nueva Época” con China. En base a la misma, desde 2020 China constituye el mayor importador de petróleo y gas natural rusos. Pero junto a los hidrocarburos, China es a la vez el mayor destino de exportación para los productos agrícolas rusos y un importante mercado para sus armamentos, productos de pesca y maderas. En 2021 el comercio bilateral entre ambas naciones llegó a los 147 mil millones de dólares. 

         Pero más allá de lo económico, China y Rusia persiguen el objetivo común de crear un nuevo orden geopolítico internacional donde Estados Unidos y Occidente sean excluidos de sus respectivas esferas de influencia. Ello, en adición a fortalecer al modelo autoritario de gobierno que ambos favorecen. A la vez, los dos gobiernos persiguen la conformación de un mundo multipolar, proclaman la no intervención en los asuntos domésticos de otros estados y coordinan sus políticas exteriores en relación a múltiples frentes, incluyendo allí sus posiciones al interior de Consejo de Seguridad de la ONU. Moscú y Pekín han dado forma, al mismo tiempo, a un sistema de seguridad subregional euroasiático. En tal sentido, algunos analistas señalan que el suyo es un bloque geopolítico en proceso de formación, en tanto otros consideran que existe ya un eje entre ambas potencias. De hecho, el Kremlin califica su relación con Pekín como una “alianza”, mientras el régimen chino ha señalado que esta asociación está desprovista de áreas restrictivas o de límites. En tal sentido, Xi Jinping acaba de reiterar que los lazos entre Rusia y China no tienen límites. 

         Desde 2013, Putin y Xi han mantenido 37 reuniones, incluyendo una reciente videoconferencia. Cuando se reúnan esta semana en persona, en ocasión de los juegos olímpicos de invierno de Pekín, dicha cuenta subirá a 38. Por lo demás, ambos países han mantenido innumerables intercambios de alto nivel, reuniones de coordinación estratégica y ejercicios militares conjuntos. Rusia y China han emprendido diversos proyectos tecnológicos conjuntos y se han apoyado recíprocamente en diferentes campos, planeando construir una estación conjunta de desarrollo científico en la luna. Más aún, en su última videoconferencia, Putin y Xi hablaron de la necesidad de construir una infraestructura financiera susceptible de aislarlos tanto como posible de las presiones occidentales.

         De llegar a cobrar forma las sanciones contra Moscú, el eje Rusia-China se consolidaría, acrecentado el mayor reto estratégico que confronta Estados Unidos.