Recientemente, el consejero de Estado chino, Tang Jiaxuan, declaraba que las relaciones sino-japonesas se enfrentaban ahora al problema de definir su contenido y de estructurar sus vínculos estratégicos en beneficio mutuo. Después de la visita a China de Shinzo Abe, el sucesor de Koizumi, en Beijing se siguen con gran interés los pasos del nuevo primer ministro en el área interna e internacional, combinando la multiplicación del diálogo con las advertencias críticas.
Así, el primer ministro Wen Jiabao ha aceptado visitar Japón en la próxima primavera y estos días una delegación del Partido Comunista de China se encuentra en Tokio para celebrar una primera reunión de intercambio con el Partido Democrático de Japón. Las propias declaraciones citadas de Tang Jiaxuan se efectuaron durante una entrevista con Akihiro Ota, líder del Nuevo Komeito, partido integrado en la coalición de gobierno.
En cuanto a las advertencias, como cabía esperar, la transformación de la Agencia de Defensa de Japón en Ministerio de Defensa, hecho histórico acontecido el pasado día 9 de enero, no ha sido recibida precisamente con júbilo en la capital china. En un comentario publicado en el Renmin Ribao, se habla de un “enorme paso” hacia esa normalidad proclamada y anhelada por Shinzo Abe, pero que contiene en el fondo “una aspiración por llegar a ser una potencia política y militar mundial”, que puede poner en peligro la trilogía que ha sustentado la defensa japonesa desde la segunda guerra mundial: a la defensiva, bajo mando civil y desnuclearizada. En suma, su pacifismo obligado.
Las visitas diplomáticas cursadas en los últimos meses a Asia Central o África, y la recientemente efectuada a Europa indican, con evidencia, que Japón se sale del guión tradicional que circunscribía su diplomacia a dos escenarios básicos: EEUU y los países asiáticos. Ahora se trata de multiplicar su influencia en el mundo. La estrategia de Taro Aso, ministro de exteriores, se basa en la creación de un “arco de libertad y prosperidad” en la franja territorial señalada por la curva que va desde el Sudeste asiático hasta Asia central y Europa central y oriental. El propio Aso acaba de visitar Rumania, Bulgaria, Hungría y Eslovaquia, mientras Shinzo Abe ha atendido otras cuatro capitales europeas en las que ha dejado un mensaje de poco agrado de Beijing: un posible levantamiento del embargo de armas a China (su presupuesto militar suponía en 2005 el 67% del japonés) afectaría a la seguridad de Asia oriental. Es decir, resumen en Beijing, la nueva diplomacia nipona no solo tiene el objetivo de promover la prosperidad, sino también contener a China.
En suma, es posible que el reencuentro sino-japonés deje a un lado las diferencias en torno a Taiwán, permita suspender las desafortunadas visitas al santuario Yasukuni, e incluso que se avance en el tratamiento de los problemas delicados dejados por la historia reciente, desde las esclavas sexuales a los restos de armas químicas abandonados por su ejército en la Manchuria ocupada; incluso puede que el diálogo en temas de fondo y muy sensibles para ambas partes como el energético aporte racionalidad a su competencia, pero todo ello, al mismo tiempo, parece evidenciar que su rivalidad, dentro y fuera de la región, prescindirá en el futuro de cualquier disimulo.