El “sí quiero” de Argentina a China Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China

In Análisis, Política exterior by Xulio Ríos

La cita olímpica de invierno, recién clausurada en Beijing, fue mucho más allá de lo estrictamente deportivo. Y por más que propios y extraños apelaron a la “no politización”, lo cierto es que sustraerse a la política resulta harto complicado cuando la medición del eco del llamamiento al “boicot diplomático” concitaba todas las miradas.

El presidente chino Xi Jinping zafó la situación enumerando una larga lista de altos mandatarios de varias decenas de países presentes en el evento y exhibiendo la calculada tibieza de otros, pero también alardeando de golpes de mano de gran significación. Mucha atención se ha prestado a la cumbre con Vladimir Putin en plena escalada en Ucrania que sirvió igualmente para anudar aun más unas relaciones sustentadas en una visión muy convergente de la situación internacional. Sin embargo, otros datos, no menos destacados, han permanecido en segundo plano.

Latinoamérica ansía las inversiones chinas

La visita del presidente argentino Alberto Fernández a Beijing ofrece lecturas de alcance. Primero, por el momento elegido, desoyendo los llamamientos al boicot liderados por EEUU, pero también cuando ultima una tensa negociación con el FMI para la refinanciación de la deuda externa del país (44.000 millones de dólares). Cabe señalar que en un contexto de alta tensión entre EEUU y Rusia, Fernández no dudó en hacer una escala en Moscú para proponer a Putin que Argentina se convierta “en la puerta de acceso de Rusia en América Latina”.

Segundo, por las decisiones adoptadas. Entre ellas, la más destacada, la incorporación de Buenos Aires a la Iniciativa de la Franja y la Ruta (IFR), el proyecto estrella de Xi y, en buena medida, el corazón de su política exterior.

Argentina se convierte así en la primera economía de gran dimensión de América Latina que adhiere al plan de inversiones en infraestructura emblema del gobierno de Xi Jinping. El líder chino acariciaba este objetivo desde 2017, cuando Mauricio Macri recelaba de una posibilidad que interpretaba como un desaire a los lazos con EEUU, una rotunda prioridad frente a la opción de China. Argentina sí decidió entonces unirse al Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras que China lidera, una entidad estrechamente ligada a la IFR. Cuando el G20 se reunió en Buenos Aires al año siguiente, las dudas argentinas se vieron colmadas con nuevos contenidos al vínculo bilateral en el marco de la “asociación estratégica integral” establecida en 2014.

En la medida en que la integración en este club implica abrir el grifo de importantes inversiones chinas en el país socio, Buenos Aires espera ahora que se concreten desembolsos que diversas fuentes cifran en 24.000 millones de dólares, a ejecutar en dos tramos.  Se trata de 16 proyectos para la construcción de autopistas, ferrocarriles, puertos, represas hidroeléctricas, centrales eléctricas, viviendas y obras sanitarias. Entre estos destaca la construcción de una central nuclear, que absorbería una gran parte del dinero chino (más de 8.000 millones de dólares).

La principal crítica que desde el exterior se hace a la política china en este campo es la generación de dependencias financieras, pero pocos países más expertos que Argentina en gestionar estas lides con su compleja experiencia con los bancos estadounidenses o instituciones como el FMI o el BM. Al parecer, Buenos Aires introdujo en el acuerdo de adhesión modificaciones relativas a la necesidad de contratar mano de obra local, adquisición de insumos nacionales, respeto al medio ambiente o transferencia de tecnología. Para Fernández, se trata de equilibrar “la dependencia tan grande que tiene Argentina con el FMI y con EEUU”.

La adhesión a la IFR tiene una considerable importancia bilateral, pero no solo. Sin duda, puede contribuir a promocionar el flujo de comercio e inversiones, la integración de los mercados y la cooperación económica en general. La expectativa está ahí.

En el ámbito regional, Argentina se convierte en país número 21 en sumarse al proyecto. Recientemente fue el caso de Nicaragua, tras romper sus vínculos diplomáticos con Taiwán. Todos esperan beneficiarse del maná chino, y si bien los cientos de acuerdos firmados y las decenas de proyectos en curso se implementan de forma desigual, en general, pese a los contratiempos, persiste la confianza en el modus operandi de China, que consideran alternativo a la globalización neoliberal impulsada por las principales economías desarrolladas y que tanto diezmó a las sociedades de América Latina. El comercio de la región con Beijing alcanzó en 2021 un máximo histórico de 450.000 millones de dólares.

En lo global, cada decisión de este tipo supone un serio desaire a EEUU que libra una intensa batalla en todo el mundo para contrarrestar la creciente influencia geopolítica de China. Hoy, 145 países forman parte ya de la IFR, reflejando el enorme impulso de la expansión económica del país con base en una disponibilidad de liquidez financiera muy alta y un superávit comercial neto respecto de las economías más grandes del mundo.

Llenando un vacío

Lanzada en 2013, la IFR drena los excesos de capacidad china orientándolos a cubrir el vacío de infraestructura existente en todo el mundo, especialmente en África, Asia-Pacífico o América Latina. Como ha destacado W. Gyude Moore, investigador principal de políticas del Centro para el Desarrollo Global, en los años 70, EEUU pasó a priorizar la salud y la educación en sus políticas de desarrollo dejando a un lado la construcción de infraestructura sólida. Ese cambio de política impregnó también a las instituciones multilaterales transformando su política de préstamos. Al entrar China en escena, se encontró con una gran brecha en materia de infraestructuras, que Moore estima en cerca de 200.000 millones de dólares anuales.

En los últimos años, los bancos de desarrollo de China, por ejemplo, prestaron más del doble para proyectos de infraestructura público-privada en el África subsahariana que las instituciones financieras de desarrollo de Estados Unidos, Alemania, Japón y Francia combinadas.

Los investigadores de este grupo de expertos examinaron 535 acuerdos de infraestructura y descubrieron que las inversiones de China eclipsaban a las de otros gobiernos y bancos multilaterales de desarrollo. Entre 2007 y 2020, China Exim Bank y China Development Bank proporcionaron 23.000 millones de dólares en financiamiento, mientras que todas las demás principales instituciones financieras de desarrollo juntas proporcionaron 9.100 millones de dólares.

La principal institución financiera de desarrollo del gobierno de EE.UU, la Corporación de Inversiones Privadas en el Extranjero de EE.UU, ahora Corporación Financiera de Desarrollo Internacional, prestó 1.900 millones de dólares para infraestructura entre 2007 y 2020, menos de una décima parte de lo que proporcionó China.

Los bancos multilaterales de desarrollo como el Banco Mundial tampoco han intensificado significativamente sus esfuerzos, y estas instituciones proporcionaron un promedio de solo 1.400 millones de dólares por año para acuerdos de infraestructura público-privada en África subsahariana de 2016 a 2020.

A la vista de esta evolución y temiendo sus consecuencias, en junio de 2021, la Administración Biden ha propuesto alternativamente con el G7 la Build Back Better Word (B3W) que por el momento inspira poca confianza a la vista de tantas promesas incumplidas.

¿Fin abrupto de la Doctrina Monroe?

La decisión de Argentina es de alcance estratégico. Como tal, ha levantado una notoria polvareda diplomática. Habrá que ver si sortea las alternancias de la política interna pero es claro que China, ya su segundo socio comercial, incrementa de forma sustancial su protagonismo en la economía del país austral. ¿Se podrá labrar un sólido consenso en torno a esto?…

En el orden regional y global, señala un punto de inflexión de singular proyección en un momento en que los críticos de la IFR advierten de un estancamiento chino, que sería producto no solo de las exigencias derivadas de la pandemia sino de un cierto agotamiento del impulso económico exterior de Beijing.

La Argentina que firma la adhesión a la IFR ocupa la presidencia rotaria de la CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños) en 2022, el principal instrumento de anclaje de China en la región. Esto aporta un mayor peso simbólico a la decisión de Alberto Fernández.

El guiño se completó con el apoyo chino al reclamo de soberanía sobre las Islas Malvinas, ocupadas por el Reino Unido desde 1833. Londres reaccionó al vuelo al tiempo que aplazaba el envío de una misión parlamentaria a Taiwán.

En agosto del año pasado, Jake Sullivan, asesor de Seguridad Nacional de la Administración Biden, visitaba las tres principales potencias de América Latina (Brasil, México y Argentina) para alertar de la importancia de cerrar filas y de no indisponer a Washington saltándose los vetos estratégicos y tecnológicos. Es difícil, pues, que la decisión argentina no incomode en EEUU. El embajador en Buenos Aires, Marc Stanley, tiene por delante una dura tarea.

En los últimos años, Washington ha multiplicado los gestos hegemónicos dirigidos a la región: desde la suspensión ad limine de la Asamblea General del BID (2019), violando reglas de larga data, a la retirada de embajadores de capitales cuando adoptan decisiones que disgustan hasta la presión abierta y sin tapujos a países como Honduras para limitar el ejercicio de su soberanía. Muy lejos de tirar la toalla, se aventura un horizonte de tensiones en ascenso.

Si Lula ganara las próximas elecciones en Brasil, previstas para octubre, este otro gigante podría sumarse a la IFR, restando así únicamente Colombia y México como economías importantes fuera de la propuesta. Y de ahí, Argentina al BRICS. Celso Amorim, ex canciller del gobierno de Lula y ministro de Defensa en el gobierno de Dilma, celebró la adhesión de Argentina a la IFR apuntando que Brasil tiene el deber de apoyar el ingreso de Argentina al bloque en que están Brasil y China (BRICSA).