Estados Unidos y China se encuentran envueltos en una nueva Guerra Fría. Una que posiblemente resulte menos cruenta que la que confrontó a Washington y Moscú, pero que probablemente le planteé a la primera de dichas capitales el mayor reto geoestratégico que jamás haya enfrentado. Ello, porque lo hará ante una China con mayor control de su espacio geográfico circundante y que va camino a la preeminencia económica y a la paridad tecnológica. Se tratará de una larga contienda de desgaste recíproco, en la cual aquella de las dos potencias que cometa menos errores tendrá mayores posibilidades de prevalecer.
El mayor error cometido por Estados Unidos le correspondió a Trump. La retirada de su país de la Alianza Tras Pacífica, el primer día de su mandato, fue sin duda la mayor herida que se ha auto infringido Washington. Obama había diseñado la llamada política del Pivote en Asia, sustentada en dos vertientes. Una militar y otra económica. Mientras la primera buscaba ampliar la presencia armada de su país en el Este de Asia, la segunda perseguía integrar en una asociación comercial a países que, de otra manera, podían caer bajo la esfera de influencia económica de Pekín. Al sacar a su país de la Asociación Tras Pacífica eliminó la segunda de dichas opciones, dejando a varios países del Este de Asia ante una difícil disyuntiva: arrimarse a la protección militar de Washington o al paraguas de prosperidad económica de Pekín. A no dudarlo, lo segundo puede resultar más atractivo para algunos, aún cuando ello implique aceptar una creciente hegemonía política por parte de China. Al final, la Asociación Tras Pacífica cobró forma, sólo que sin Estados Unidos. Más aún, en lugar de transformarse en una coalición económica para enfrentar a China, la misma puede sentirse empujada a hacer causa común con China en su rechazo al proteccionismo de Trump.
Ahora bien, si el error representado por la salida de dicha asociación fue grande, el mismo palidece ante los errores cometidos por China. El desatado impulso nacionalista chino, en efecto, le está generando barreras innecesarias a ese país en todos los frentes. Su geopolítica expansiva y su creciente cerrazón doméstica, afectan sus objetivos económicos en el marco de la globalización. Afectan a la vez, sus objetivos de integración económica regional y la materialización de su iniciativa del Cinturón y el Camino. Al mismo tiempo, no sólo buena parte de los países del Sudeste Asiático se han acercado a Estados Unidos buscando una fuerza de contra balance a China, sino que Estados Unidos, Japón, India y Australia están forjando una coalición de hecho, para contener a China. Al interior de Estados Unidos una poderosa coalición anti-China ha tomado también cuerpo. La misma trasciende a la polarización que contagia al mundo político de Washington, a la vez que ha arrimado hacia sus filas a los más diversos sectores de la sociedad estadounidense, incluyendo allí a sectores muy importantes de la comunidad empresarial. Por otro lado, el internamiento masivo en campos de concentración y el duro trato dado por Pekín a la población musulmana de etnia Uigur, en la Provincia china de Xinjiang, corre el riesgo de alienarle a países los musulmanes que le son necesarios para hacer realidad la iniciativa del Cinturón y el Camino. Como resultado de todo lo anterior, China no sólo ha complicado grandemente la realización de sus objetivos económicos, sino que está propiciando su cerco por parte de potencias que buscan contenerla. Más allá de antagonizar frontal y poco astutamente a Estados Unidos, está facilitando la causa de Washington en su contra.
Sin embargo, nada impide que Estados Unidos cometa una torpeza mayúscula que le gane la partida a China en esta competencia de errores. Adentrarse en aquello que Obama llamaba una guerra tonta, podría ser la mejor manera de lograrlo. Su innecesario hostigamiento a Irán puede desembocar precisamente en eso. Ello no sólo desviaría la atención de Washington de su objetivo central de política exterior, China, sino que podría empantanarlo una vez más y por tiempo indefinido en una guerra en el Medio Oriente. A no dudarlo, esto abriría una gigantesca ventana de oportunidad a Pekín, brindándole un período de ventaja estratégica para avanzar sus objetivos y consolidar su hegemonía en el Este de Asia. Ello le daría mano libre a Pekín para expandirse geoestratégicamente en los mares de Sur y del Este de China, consolidar su proyección naval hacia el Océano Índico, absorber bajo su égida a los países del Sudeste Asiático y resolver en su beneficio los diferendos marítimos con algunos de estos. Más aún, no sólo le garantizaría el liderazgo del proceso globalizador, sino le permitiría jugar un papel predominante en la evolución del sistema global.
En medio del forcejeo geopolítico, económico y tecnológico que actualmente mantienen China y Estados Unidos, no sólo hacen falta habilidad y sagacidad, sino también constancia y concentración. Quien desvié la atención hacia otro lado, pierde. El riesgo de que China lo haga es mínimo, pues la partida se disputa en su campo. Estados Unidos, en cambio, se encuentra sometido a la tentación permanente de la dispersión.