Estados Unidos: Prioridad y lenguaje Alfredo Toro Hardy es diplomático retirado, académico y autor venezolano

In Análisis, Política exterior by Xulio Ríos

Desde su creación en 1949 hasta la muerte de Stalin en 1953, la República Popular China mantuvo una estrecha alianza con la Unión Soviética. A partir de este momento Mao Zedong comenzó a apartarse de los sucesores de Stalin, acusándolos de traicionar la memoria de aquel. Durante casi dos décadas, Pekín antagonizó por igual a Washington y a Moscú. Aunque pelearse con las dos superpotencias de la época parecía desafiar la sensatez, Mao seguía una lógica impecable. De acuerdo a su razonamiento, en la medida en que la principal preocupación de ambas superpotencias fuese la otra, ninguna podía sacar del medio a la República Popular China sin desestabilizar los términos de su rivalidad. Ello garantizaba a Pekín su impunidad.  

         Con el tiempo, no obstante, las tensiones con la Unión Soviética condujeron al punto de ebullición. En el verano de 1969 las escaramuzas armadas entre ambos países, alrededor del río Ussuri, se multiplicaron. Las señales de guerra eran evidentes. Cuarenta y dos divisiones armadas soviéticas con más de dos millones de soldados fueron posicionadas en la frontera con China. En octubre de ese año, convencido que una invasión era inminente, Mao ordenó que el liderazgo del partido se dispersara para mantener en pie la resistencia, mientras puso en estado de alerta a las pequeñas fuerzas nucleares chinas. 

         Aunque la guerra no estalló, Mao derivó de allí una lección vital. No era posible antagonizar a dos rivales a la vez. Las tensiones con Moscú requerían de un acercamiento con Washington. El primer paso de este acercamiento fue dado por vía de una entrevista con el periodista Edgar Snow en octubre de 1970. En ella manifestaba su interés en invitar a políticos estadounidenses y  al propio Presidente Nixon a visitar a Pekín, al tiempo que abogaba por un diálogo entre ambos países. En Febrero de 1972 Nixon, quien también había venido propiciando un acercamiento, viajó a Pekín. Ello se tradujo en una apertura de compuertas que no tardaría en convertirse en una cuasi alianza entre ambos países. 

         A pesar de su dureza ideológica y de su pugnacidad, Mao no dudo en recurrir a la fórmula ancestral china de aliarse con el menos amenazante de los bárbaros para hacer frente al más amenazante. Esta lección de sentido común, tan frecuente a lo largo de la historia, no parece haber sido aprendida por Estados Unidos. Confrontado hoy a una rivalidad mayor con China, Estados Unidos mantiene abierto un peligroso segundo frente con Rusia. En el mejor de los casos, este último le representa una poderosa distracción. En el peor de los casos, ello podría conducir a que China y Rusia coordinasen sus acciones para desbordar la capacidad de respuesta estadounidense.  

         En una importante entrevista en 1998, luego de la primera ronda de expansión de la OTAN hacia el Este de Europa, el padre de la política de la contención y el más brillante de los artífices de la política exterior estadounidense de la postguerra, George Kennan, advirtió acerca de los riesgos que esa expansión comportaba. Según él, ésta constituía no sólo un error trágico sino un acto gratuito de hostilidad hacia Rusia. Un acto tanto más innecesario cuanto que en ese momento nadie en Europa amenazaba a nadie. Según sus palabras, ello terminaría provocando a Moscú y cuando Rusia reaccionara, muchos saldrían a decir que ello ponía en evidencia la agresividad propia de los rusos. 

         El año 2008 representó el punto de inflexión en el que Estados Unidos pudo haberse dado cuenta de que no podía asar dos conejos al mismo tiempo. De un lado, fue el momento en que China hizo patente su desafío estratégico a Estados Unidos. Del otro, fue la ocasión en que Rusia invadió a Georgia, dejando clara su determinación en no permitir que Georgia y Ucrania se incorporasen a la OTAN. A partir de allí, Estados Unidos ha debido percatarse de cuales eran las tuercas que debía apretar y cuales desapretar. Es decir, priorizar y si posible, como lo hizo Mao, acercarse a un rival para enfrentar al otro.  

         Según un esclarecedor artículo de John Mearsheimer, publicado en Foreign Affairs en septiembre/octubre de 2014, el problema planteado entre Rusia y Estados Unidos es que ambos hablan lenguajes distintos. Mientras Rusia se expresa en términos de realismo político tradicional, Estados Unidos lo hace bajo la lógica liberal. Mientras para Rusia una Ucrania que haya sido absorbida por una esfera de influencia hostil resulta inaceptable, para Estados Unidos lo inaceptable es que Ucrania no pueda escoger libremente su camino. Sin embargo, si esta dualidad de lenguajes entre ellos es significativo, más significativo aún lo es el que ante Rusia y China, Estados Unidos no esté hablando el mismo lenguaje. Mientras frente a la primera se expresa bajo las claves liberales, frente a la segunda recurre al realismo político utilizando nociones tales como balance de poder, contención y rechazo al apaciguamiento.  

         Así las cosas Estados Unidos debería escoger que rivalidad priorizar y en que lenguaje hablar. El sentido común aconsejaría que priorizase China y escogiese el lenguaje del realismo político con Rusia.