El diálogo de dos días entre el ex director de la CIA y secretario de Estado Mike Pompeo y el ex ministro de Asuntos Exteriores y director de la Oficina de la Comisión de Asuntos Exteriores del PCCh, Yang Jiechi, en Hawái, ofrecía un marco inédito para explorar un cambio de tendencia en las tensas relaciones bilaterales entre EEUU y China. Pero, ¿sirvió para algo? Reunirse a este nivel para tan solo constatar las respectivas posturas o declarar “constructivo” el encuentro se antoja poca cosa; sin embargo, ese fue el tono adoptado por ambas partes a la hora de hacer balance público.
Según la parte china, fue el Departamento del Estado quien sugirió el formato, quizá con un doble objeto. Primero, asegurarse el cumplimiento de los frágiles acuerdos adoptados, en especial, la implementación de la fase uno de la tregua comercial acordada en enero, en peligro por la compleja situación económica que se abre en la fase post-Covid y de importancia para el candidato republicano al afectar las compras a algunos de sus viveros electorales. Según las cuentas de Washington, de los 200.000 millones de dólares comprometidos para 2020 y 2021, China solo ha desembolsado 10.000 millones.
Segundo, evitar sobresaltos que puedan afectar negativamente a la campaña de Donald Trump a meses vista de los comicios en los que se juega la reelección. Es previsible que el tono de las acusaciones contra China siga in crescendo pues se ha convertido ya en todo un clásico electoral en EEUU. En este sentido, quizá Pompeo haya transmitido garantías de que solo se trata de eso, de pura retórica, conminando a China a moderar posibles respuestas, incluidas hipotéticas campañas de desinformación. De hecho, nada más terminar el encuentro, Trump reiteró su amenaza de cortar los lazos con Beijing, algo que desde su entorno se matiza holgadamente ante la imposibilidad material de llevarlo a cabo. Al menos, durante bastante tiempo.
Los motivos de fricción crecen sin cesar en la agenda sino-estadounidense. De lo tecnológico-comercial estamos evolucionando hacia una escalada en lo político-territorial donde China ha señalado varias “líneas rojas”. Washington sabe que este es un asunto hipersensible para el PCCh, pues afecta a cuestiones de integridad y soberanía. Pero tras la ley para la protección de los derechos humanos en Hong Kong, ahora fue el turno de Xinjiang y más iniciativas se preparan en torno a Taiwán, incluida una ley para garantizarle su defensa. En paralelo, EEUU podría evitar Hong Kong en la nueva red de Internet submarina que le conectaría con Asia Oriental.
Que ambas partes se hayan reafirmado en sus principales intereses no es de extrañar. Para el imprevisible Trump, un giro de 180 grados en su política hacia China al final de su mandato desorientaría a propios y extraños y sería un suicidio; para Xi, lidiando con los daños de la pandemia y con su sueño chino bajo asedio, no es momento tampoco de dar muestras de debilidad. Si nadie se ablanda, que al menos la comunicación fluida no se suspenda, y esto se habrá garantizado. La inminencia de la aprobación de la ley de seguridad para Hong Kong también tendría bajo control el escenario de posibles respuestas para que la sangre no llegue al río.
Con los ánimos encrespados, esperar progresos se antoja ciertamente ilusorio. La “neutralización recíproca” bien pudiera resumir el consenso temporal entre ambas partes labrado en Hawái a la espera de que se clarifique el panorama. Que para llegar a eso hayan necesitado dos días de reuniones indica la extrema fragilidad bilateral. Y habrá que ver si esa congelación alcanza a los grandes contenciosos de fondo en los que Pompeo siempre ha liderado el redoble de la presión.
China, en cualquier caso, parece enviar el mensaje de que no hará concesiones para ayudarle a ganar la reelección, como ha sugerido John Bolton en sus escandalosas memorias.