China y la UE encaran una nueva cumbre bilateral (Beijing, 12 y 13 de julio). El encuentro viene precedido del anuncio de una nueva política de la UE hacia China que parece inclinarse por el endurecimiento de las exigencias comunitarias, en especial en lo relativo a la reciprocidad y la demanda de mayor protección para los intereses económicos europeos. La firmeza de Bruselas apunta directamente a cuestiones controvertidas de larga data como el acceso al mercado chino, cuyas restricciones no son compartidas. Además, la UE quiere acelerar las conversaciones sobre un Tratado Bilateral de Inversiones, señalándola como una prioridad inmediata (China tiene ya tratados bilaterales suscritos con 27 de los 28 miembros de la UE, solo le falta Irlanda).
La última política de este tipo fue adoptada hace una década. Desde entonces, las cosas han cambiado para ambas partes y no poco. Pese a ello, las cuestiones comerciales siguen condicionando la agenda bilateral, en detrimento de otros aspectos de la relación. El comercio entre China y la UE ascendió a 521 millones de euros en 2015 y la participación total de China en el comercio de bienes de la UE se duplicó desde 2002, pasando de representar un 7 a un 15 por ciento. Es su primer socio comercial (segundo para la UE).
Tres datos nos ilustran el momento bilateral. Primero, la negativa a reconocer la condición de China como una economía de mercado. Según los acuerdos suscritos con la OMC, se le debe reconocer automáticamente el 11 de diciembre próximo. El Parlamento Europeo decidió oponerse el pasado mayo. ¿Lo puede impedir Bruselas? ¿Puede China ofrecer un calendario de contrapartidas? Segundo, el desenlace de las preocupaciones expresadas por Berlín a propósito de la compra por la china Midea de alrededor del 40 por ciento –ahora dispone del 13,5- de la alemana Kuka. China quiere ser la primera del mundo también en robótica industrial el año próximo y eso pasa por el futuro de la compañía con sede en Augsburgo. Por último, la controversia originada por algunas alarmas europeas a propósito de la consolidación de la posición china en el puerto de El Pireo. Se ha llegado a calificar de “protectorado chino”. Tsipras visitó China a primeros de julio y además de expresar su extrañeza por la actitud de algunos socios a la vista del ensañamiento con la situación económica de su país dio el plácet a la transformación del puerto griego en un gran centro de transferencia de contenedores, con conexión de transporte marítimo y ferroviario y de distribución logística internacional en el Mediterráneo, bajo control chino.
La nueva política de la UE hacia China pretende reequilibrar una relación calificada de asimétrica en aspectos sustanciales, por ejemplo, reclamando igualdad de condiciones en el acceso a los contratos de infraestructura ahora que la Franja y la Ruta de la Seda envuelven a Europa –lo quiera o no Bruselas- en la estrategia de revitalización que impulsa China. La principal duda es si la UE será capaz de preservar la unidad de acción europea, protegiendo sus capacidades tecnológicas y defendiendo los intereses continentales, en un momento de debilidad como el actual, tras el Brexit y sin salida a la vista para la crisis económica.
Los objetivos de China, que hace tiempo diferencia entre el discurso y la realidad en Europa, apuntan tanto a mejorar el comercio o la inversión –con especial énfasis en las oportunidades tecnológicas- como a aumentar la influencia política. El tono de la apuesta decidida que supuso su primera estrategia exterior (hacia la UE, 2003) transmutó hacia una política más sofisticada. Hoy determinan estas relaciones el entendimiento de Beijing con ciertas capitales importantes (Berlín, por ejemplo), a pesar de que no todo es una balsa de aceite. Veremos también como China gestiona el Brexit –con el que no contaba-, pero seguirá manteniendo la ofensiva en entornos como el Mediterráneo o los países de Europa central y oriental.
Europa hará bien en calcular sus fuerzas y capacidades para sostener la estrategia que adopta. Lo contrario puede redundar en una mayor pérdida de credibilidad. La nueva política hacia China debe acelerar la cooperación sobre fundamentos claros, con una hoja de ruta que, primeramente, afiance la unidad continental. ¿Puede una Europa débil poner a China en aprietos?