El éxito en la gestión del problema nuclear norcoreano, en buena medida consecuencia de la rápida reacción china al hacerse pública la detonación de la bomba, es un buen indicativo de la enorme actividad diplomática de China en los últimos tiempos y de su esencia constructiva. Al final, China ha convencido a todos de que no había otra salida más que el compromiso y la negociación.
La Administración Bush, en otro tiempo partidaria de utilizar la excusa nuclear para forzar el cambio de régimen, ahogada en el cenagal iraquí y con la cuenta atrás en marcha para Irán, no encontraba salida al atolladero. Washington tendrá que descongelar las cuentas de Pyongyang en bancos de Macao y contribuir a proporcionar un millón de toneladas de mazut para las centrales eléctricas norcoreanas. A cambio, Pyongyang renuncia a su programa nuclear de carácter militar, accede a sellar Yongbyon y autoriza las inspecciones de la AIEA. Total, que las aguas han vuelto a su cauce y esperemos que no se desborden de nuevo. La medicación china, bien es verdad que también estaba en juego la credibilidad de su modelo de gestión de crisis, ha resultado determinante.
Otro factor de tensión en la sociedad internacional, el larvado conflicto energético, somete a prueba el modus operandi de la diplomacia china. Beijing ha reunido en diciembre último a Japón, India, Corea del Sur y EEUU, con el objeto de concertar una estrategia que evite que la creciente demanda energética de Asia derive en conflictos solapados o abiertos entre algunas economías. Asia es el mayor consumidor mundial de energía (más del 40% de la demanda de petróleo). China, Japón y Corea del Sur son el segundo, tercero y séptimo consumidores de crudo. Los dos últimas importan todo el petróleo que consumen y son el primer y segundo importador mundial de gas natural. China, desde 1994, también es una potencia importadora. La competencia y la disputa por dichos recursos es una cuestión de seguridad elemental que puede afectar a la estabilidad y desarrollo de Asia en la medida en que sus intereses entran en colisión en diferentes mercados (Rusia, Oriente Medio, África, América Latina, o en el mar de China meridional). China ha puesto sobre la mesa diferentes propuestas para incentivar la cooperación energética.
Otro tanto podría decirse de la reciente gira de Hu Jintao por varios países africanos, enviando una clara señal de su disposición a cumplir con la palabra dada en la cumbre africana de Beijing, celebrada en noviembre último, reclamando paciencia a los críticos bienintencionados y planteando exigencias a la conducta de las empresas chinas que invierten en dicho continente. Otro dato importante es el encuentro con India y Rusia en Nueva Delhi, celebrado después de la visita de noviembre de Hu Jintao. India ha pasado a integrarse como miembro observador de la Organización de Cooperación de Shanghai. O el esperanzado repunte de las siempre delicadas relaciones con Japón que en breve recibirá en visita oficial al primer ministro Wen Jiabao.
Incluso con EEUU, el diálogo sectorial puesto en marcha a raíz de la visita de Hu Jintao en abril del pasado año, ha contribuido de forma significativa a aligerar tensiones, que, por otra parte, podrían recrudecer con la nueva mayoría demócrata en las Cámaras legislativas. Hasta en el ámbito de la defensa, donde el desencuentro es evidente pese a sus intentos de guardar las formas, en 2006 logró poner punto final a la falta de contactos e intercambios, suspendidos desde el incidente de Hainan en 2001.
A medida que aumenta el poder económico de China, se multiplica la necesidad de ejercer una diplomacia especialmente activa que contrarreste la idea de que su crecimiento constituye una amenaza para el mundo y que su estrategia se centra en propiciar un escenario marcado por la lógica del doble beneficio tan anclado, por otra parte, en sus parámetros culturales. Los dos pilares que sustentan el activismo diplomático de China son bien conocidos: la defensa de la soberanía nacional y el multilateralismo. No es probable que Beijing renuncie al primero en su comportamiento diplomático (Hu lo reiteraba en enero en Sudán, a propósito de la crisis de Darfur). Pero también hay signos claros de un mayor compromiso con los problemas y las crisis que afectan a la estabilidad mundial (China es ya el país miembro del Consejo de Seguridad con más soldados participando en misiones de la ONU). Cabe imaginar que esa implicación irá en aumento progresivamente.
China es consciente de que solo un entorno pacífico puede favorecer su estrategia de desarrollo. De ahí una intensa labor diplomática cuya norma esencial parece ser la de evitar los conflictos, en buena medida esencia del pensamiento tradicional chino. ¿Se trata hoy de una convicción profunda o solo una necesidad coyuntural? ¿Es conceptual o instrumental? La red de alianzas e instituciones que está tejiendo a un ritmo verdaderamente asombroso contribuye a definir marcos positivos de diálogo y acotar límites al imperio del uso de la fuerza. Necesitarán su tiempo, pero de cuajar si podría dejar atrás la descabellada idea que ha primado en el mundo de la posguerra fría: la de que la diplomacia es un obstáculo para conseguir objetivos políticos.