La celebración de 35 años de relaciones diplomáticas sino-mexicanas, más celebradas en China que en México, y el enorme déficit comercial desfavorable a los mexicanos, son justificaciones excelentes para explicar dónde está China hoy y adónde se dirige, pero también de dónde viene. El diagnóstico debe ser punto de partida para cualquier acercamiento a esa nación asiática.
En aquel lejano año de 1972, cuando se abría la relación, en lo interno, la dirigencia política de la República Popular China, encabezada por Mao Zedong, recién había concluido de manera abrupta la Revolución Cultural (IX Congreso del Partido Comunista, 1969) y su elite política estaba enfrascada en una lucha intensa para determinar quiénes estarían a cargo de los aparatos político-militares a la ya cercana muerte del Gran Timonel (septiembre, 1976), lucha que se extendería con gran crudeza hasta el encarcelamiento de Jiang Qing, esposa de Mao (octubre, 1976) y que paulatinamente fue controlada hasta llevarla a niveles menos irracionales durante los ochenta. En lo externo, Beijing estaba en el proceso de entrar por la puerta grande al sistema internacional, miembro de la Asamblea General y miembro permanente del Consejo de Seguridad, posiblemente sin todos los méritos para ello. No ajenos a la puesta en marcha de diferentes formas de política internacional, la cual los dirigentes chinos realizaron con gran intensidad en los 20 años anteriores, ahora se enfrentaban a un mundo nuevo, cuyas reglas veían con mucha desconfianza, sobre todo por su desconocimiento y por considerar que era un entorno a imagen y semejanza de Estados Unidos. En síntesis, eran espectadores que poco a poco se convirtieron en actores que llegan a empellones al escenario debido a un casting amañado cuando nació la República en 1949.
La relativamente insignificante China de los primeros años de los setenta del siglo XX, se ha abierto paso hasta la cima, no como el dragón amenazante de la iconografía actual, sino lo ha hecho como un Pan Gu, personaje central de la “mitología” china. Ha roto el cascarón del gigantesco huevo negro que la aprisionaba, con lo que ha empezado a poner orden ayudando a contener el caos y a influir de forma decisiva en el funcionamiento del mundo del siglo XXI. En 2007, el gobierno Chino, pese a que la lógica lo podría indicar así, no se encuentra reeditando las políticas anteriores. Además de que el mundo es muy diferente, las ideas que guían las acciones chinas en el planeta son en muchos sentidos diametralmente opuestas a las actuales y, por supuesto, su situación material nada tiene que ver con la de hace 35 años.
China, chivo expiatorio cuando se trata de señalar algunos males reales del mundo, debe explicarse a partir de los siguientes elementos: primero, para empezar con lo más reciente, independientemente de casi cualquier resultado posterior, Beijing muestra que muchos de los problemas aparentemente sin solución pacífica, como el de Corea del Norte, pueden resolverse sobre la base de la negociación y del intercambio de bienes, no mediante bloqueos o embargos que castigan fundamentalmente a la sociedad y no a las elites políticas de los Estados autoritarios. Antes que creadora de conflictos, en vísperas de su año nuevo, Beijing ha aparecido como gobierno que soluciona conflictos, antes que creador de los mismos. Su reciente papel en la crisis coreana le permite situarse en unos niveles de prestigio y de confianza que ha tenido problemas para lograr, sobre todo con sus vecinos del sureste asiático. China aparece como líder capaz de convencer a otro gobierno de que asuma cierto comportamiento.
Segundo, pese a las diferencias económicas y políticas abismales, el 14 de enero del presente año, China y la Asociación de Naciones del Sudeste de Asia (ANSEA) decidieron profundizar su camino hacia una Área de Libre Comercio mediante la firma de un Acuerdo de Comercio en Servicios. Lo relevante no es la cristalización de estos pactos de integración económica entre Beijing y diez naciones de la región, lo verdaderamente interesante es el hecho de que China se comporta de forma constructiva, abierta, dispuesta a abordar prácticamente cualquier diferencia dentro del marco multilateral del organismo nacido en 1967 como un ariete institucional en contra del comunismo. China, contrario a lo que se considera generalmente, tiene un manejo flexible de su soberanía, lo que implica abordar temas militares dentro del multilateralismo. Aquí los chinos se amoldan a una institución surgida en un contexto histórico diferente al existente el día de hoy, buscan crear situaciones óptimas donde todas las partes ganen y se va configurando como un poder regional dispuesto a aceptar las reglas del juego, al tiempo que las va cambiando de forma sutil.
La China del 2007, al tiempo que busca mantener el statu quo internacional institucional más o menos estable, se convierte en un elemento sustancial de sus cambios al convertirse en creadora de instituciones internacionales regionales, como en el caso de Asia Central y el surgimiento de la Organización para la Cooperación de Shanghai (OCS). A diferencia de la situación del sudeste asiático, en ésta parte del globo, los esfuerzos institucionales carecen de experiencias. Por lo mismo, la diplomacia china se ha desplegado de manera más decidida y se puede apreciar de manera más sencilla sus logros. La OCS está lejos de los límites de un mecanismo de seguridad, aunque es un elemento central de la misma. Al igual que en el caso de ANSEA, los chinos tienen una agenda muy amplia y su liderazgo destaca más, tanto en lo económico como en lo político, ya que aparece en ciertos sentidos como la locomotora de la integración en Asia Central, sitio que aún no ocupa en el sudeste.
Que en el futuro cercano China afiance su posición como poder clave, no solamente en la región, dependerá de muchos acontecimientos entrelazados. De los más importantes a destacar tenemos, en el nivel nacional, la capacidad para cambiar sustancialmente la forma en como se distribuye y ejerce el poder político; en el nivel internacional, será determinante la capacidad de relacionarse de forma cooperativa tanto con Estados Unidos como con Japón, sus principales rivales en su afán por convertirse en un jugador esencial de las relaciones internacionales. Por lo pronto, el año del cerdo podría ser uno de los mejores desde 1949 y que seguramente permitirá a los dirigentes chinos brindar con una gran sonrisa: Dajia, xinnian hao! (¡Feliz año para todos!)