Pedro Sánchez en China: Ni fu ni fa Xulio Ríos es asesor emérito del Observatorio de la Política China

In Análisis, Política exterior by Xulio Ríos

Las expectativas generadas por la visita del presidente Pedro Sánchez a China no se han visto corroboradas en el balance final. En lo político, antes de su reunión con Xi, el presidente español se deshacía en curiosidad por conocer en detalle los 12 puntos para Ucrania propuestos por la cancillería china; sin embargo, como por arte de birlibirloque, llegado el día, el tono cambió y pasó a centrarse en la defensa del que llamó plan de paz de Zelenski (o sea, de Estados Unidos y la OTAN) que podría resumirse en el compromiso a ultranza con persistir en la contienda hasta conseguir la victoria final por más que cueste.

En lo económico, tampoco ha habido grandes acuerdos. España tiene expedito el camino para exportar almendras y caqui a China, lo cual es motivo de alegría en un sector, el agroalimentario, muy importante en la relación comercial bilateral. Algo es algo. Nuestra estructura productiva tiene sus características y limitaciones. El turismo vuelve por sus fueros a la agenda, etc. Pero sigue pendiente un ejercicio profundo de exploración de las oportunidades estratégicas para sectores industriales de mayor potencial o la implicación en la cooperación con países terceros en la que otros países europeos avanzan a mejor ritmo.

El comercio de Madrid con Beijing aumenta año tras año en números absolutos pero también el déficit y se reduce nuestra cuota de participación en el mercado chino. Los retos son inconmensurables y se agrandarán en los próximos años si como parece y ambiciona, China completa una nueva fase de su ciclo modernizador. De no actuar con prontitud y con una hoja de ruta de gran alcance, España perderá impulso y relevancia y se quedará atrás. Urge una política a 15 años vista, que acompañe ese horizonte del primer salto del xiísmo, la Visión 2035.

Sánchez, E. Macron y la UE

El contraste de la visita de Sánchez con la del presidente galo E. Macron no puede ser mayor. La práctica indiferencia en el primer caso se convirtió en beligerancia en el segundo, según los anteojos de las lecturas. Bien es verdad que la identidad de partida nos condiciona, aunque Madrid y París puedan compartir el mismo deseo de ampliar la cooperación económica y comercial. Pero Macron, a todas luces, se mojó mucho más.

De entrada, el líder galo fue capaz de compartimentar su relación bilateral con China tanto en lo político como en lo económico, y proyectar al mismo tiempo el compromiso con la unidad europea asociándola a la expresión de una voluntad más autónoma en relación a la espiral de conflictividad alentada desde Washington.

Por el contrario, Sánchez, con la presidencia rotaria de la UE en el horizonte, dio cierta impresión de alinearse más con los atlantistas que con los europeístas. El Berlín de Scholz puede suscribir también el enfoque más inclusivo de China expresado por Macron, partidario de profundizar el diálogo estratégico con China y reacio al desacoplamiento en todos los órdenes que otros predican. Quizá lo confirme la más reticente ministra alemana de Relaciones Exteriores, Annalena Baerbock, que realizará una visita oficial a China entre el 13 y 15 de abril. España quedaría así en una especie de terreno de nadie, o lo que sería peor, asociada al formato de la “protección de los intereses europeos” que abanderan aquellos PECO más alineados con EEUU.

En la relación con China, la UE debe proteger sus intereses. España, por supuesto, también. Ese proceso exige tanto firmeza como diálogo y negociación, sin temor a actuar libremente, cuidando de que una “excesiva” disposición hacia Beijing irrite a EEUU. ¿Apuntarse a revalidar la política de bloques que hoy parece ser la estrategia privilegiada por EEUU proporcionará mayor ventaja en la relación bilateral?

Los resultados políticos de estas visitas y las que le seguirán en las próximas semanas incidirán en el debate abierto en la UE sobre su transformación o no como el tercer polo internacional de un orden multipolar. Es la misma disyuntiva que a otra escala tienen muchos otros países, que deben soportar las presiones constantes de EEUU para limitar sus contactos y negocios con China simplemente por el hecho de que reduce su influencia en contornos donde hasta ahora campaba a sus anchas. América Latina, donde también España tiene sus propios intereses, es testigo de amenazas nada veladas por parte de quienes, paradójicamente, acusan a China de practicar la “coerción” sistemática.

En Ucrania cabe auspiciar reanudación de negociaciones políticas para lograr una paz sólida. La posición de China consiste en apoyar las conversaciones de paz y abogar por medidas para desescalar la crisis. En cuanto a Taiwán, suscribir a ciegas la actual estrategia estadounidense de subir el listón constituye una temeridad. La UE no solo tiene que influenciar en China para que arrime el hombro en la defensa efectiva de la integridad territorial de Ucrania, también en EEUU y pensarse las cosas dos veces para evitar trágicos desaguisados, desde Iraq a Guaidó.

La visita de Sánchez ha servido de poco para recuperar la interacción China-UE y salir del modo “pausa” en que nos hallamos. La dinámica en las relaciones entre las grandes potencias es muy cambiante y la UE debe decidir si opera en ese proceso a la sombra de EEUU o recalca su autonomía estratégica. Francia –o Macron- parece haber hecho su elección. Sánchez navega en la ambigüedad, a juzgar por el balance de su visita, pero no podrá permanecer de perfil mucho tiempo. No podemos advertir en sus declaraciones el voto de confianza que si ha expresado Macron.

Hay quien interpreta los matices expresados por Macron como un socavamiento de la unidad de la UE. Pero circunscribir la unidad en Bruselas a la disposición a suscribir los postulados de EEUU equivale a anular de plano su propia influencia y a emular la inestabilidad diplomática con China. ¿Es ese realmente el interés de la UE?

El bajo tono de la visita de Sánchez abunda en el riesgo de acentuar el proceso de descapitalización política de la relación de España con China. Por el contrario, Macron ha navegado a contracorriente a sabiendas de que subsisten diferencias notables entre ambos países, que ni mucho menos cabe obviar. Francia ha designado al ex primer ministro Jean-Pierre Raffarin como representante especial para asuntos de China. Quizá Rodríguez Zapatero podría serlo en el caso español para liderar la definición de una nueva perspectiva que sume convencimiento teórico y práctico para no quedar rezagados.