Bali 2022, un momento que parecía marcar el inicio de una estabilidad necesaria en el diálogo entre dos potencias clave de los recientes años del siglo XXI, fue todo, menos eso. Este encuentro entre Biden y Xi, durante la reunión del G20, fue el momento más cumbre y esperado ante lo caótico que el 2022 fue para esta relación bilateral. Sin embargo, no se vislumbraba la caída inminente y la oleada de desencuentros multifactoriales entre estos dos países. En donde el triángulo Beijing-Washington- Taiwán y la diversidad de actores en el ejercicio de la diplomacia han colocado la relación en un “espiral descendente”.
Muchas manos (bocas) y acciones en una relación
Este breve análisis parte de la premisa de que la praxis de las actuales relaciones internacionales ya no corresponde única y exclusivamente a los actores tradicionales, e incluso van más allá de propuestas sistémicas de finales del siglo pasado y de principios de este. En donde la incorporación de la tecnología y la diversidad de canales de comunicación han descentralizado la construcción de las relaciones bilaterales, incorporando y visibilizando cada vez más a actores/grupos de interés, resultando esto en un mayor protagonismo mediático de estos últimos, ya sea como estabilizadores en la relación entre dos Estados o como desestabilizadores.
Desde esta perspectiva, lo que hoy sucede entre China y Estados Unidos es un ejemplo perfecto de lo mencionado. Uno de los legados de la administración Trump fue la diplomacia digital, acción que masificó el diálogo entre un país y el resto del sistema internacional, e incluso volvió más terrenal la diplomacia, desmitificándola como un arte político elitista que ocurre muy lejos de la base del pueblo. Por otro lado, encontramos conceptos como la diplomacia de la gente (P2P) y la paradiplomacia, que permite una mayor visibilidad y acción otros actores, y que cuyas áreas más recurrentes recaen en la educación, la cultura, el deporte y la innovación tecnológica.
Durante el siglo XXI, la aparición de estos actores y acciones han estado cada vez más presentes en las estrategias de posicionamiento de Estados Unidos y China. En el caso del primero, la acción paradiplomática, principalmente en el poder legislativo ha sido clave en la vinculación con China. Mientras que en el segundo, se han insertado varios grupos de interés en el contexto de la pandemia, siendo protagonistas en la diplomacia de la máscara y la vacuna. El resultado de esto es que en el primer ejemplo, estos actores se han convertido en desestabilizadores de la relación con China; y por otro lado, Beijing ha utilizado a estos actores para generar una buena imagen al exterior.
En este sentido, durante las últimas dos administraciones americanas estos actores no derivados del ejecutivo han tomado control de la relación en la praxis. Situación en dónde no se identifica claramente la diferencia entre el discurso interno y el externo, ya que el contexto de los altibajos de la relación no se construye solamente a través de fenómenos del propio sistema internacional, sino que han sido momentos coyunturales en el proceso de legitimidad en transiciones políticas internas en ambos casos. Esto refiere a la manera en cómo, en cualquier nivel gubernamental, el discurso sobre la política exterior legitima campañas políticas, choques ideológicos, continuidad en el gobierno, etc.
Si se lleva esto al tema Taiwán, se identifica cómo las principales acciones desestabilizadoras de la relación vienen a través del legislativo, dando acciones como la visita de las y los congresistas Nancy Pelosi, Aumua Amata Coleman Radewagen, John Garamendi, Alan Lowenthal y Don Beyer a Taiwán, el reciente viaje de Tsai a Estados Unidos y el Taipei Act.
Además, no se puede dejar de lado otro de los temas que ha sido ríspido en la relación recientemente, que es el espionaje y su impacto mediático. Esto desde el escándalo con el caso Huawei y, a principios de año, el globo espía.
Medicina para una “espiral descendente”
El pasado 8 de mayo llegó, de manera impostergable, la reunión entre el embajador estadounidense Nicholas Burns, y el ministro de Relaciones Exteriores de China, Qin Gang.
Es importante reconocer las cualidades y los antecedentes de cada uno de los líderes de esta reunión. Por un lado, Burns, quien es diplomático de carrera que se había retirado para convertirse en profesor de la Escuela Kennedy de Harvard. No obstante, desde diciembre de 2021 se reincorporó al servicio exterior para ser adscrito como embajador en Beijing. Nicholas Burns ha desempeñado una carrera diplomática en misiones más vinculadas con los temas clave de la post Guerra Fría, como la seguridad y la democracia, siendo Europa y Medio Oriente las regiones que más conoce. Es decir, Burns está construido bajo la escuela de la geopolítica del Paul H. Nitze School of Advanced International Studies (SAIS) de la Universidad Johns Hopkins. Por otro lado, Qin también es un diplomático de carrera cuyas asignaciones han sido principalmente Estados Unidos y Reino Unido. Llegó a ser ministro en diciembre del año pasado, como parte de los cambios esperados hacia el tercer mandato de Xi. Durante su participación en las dos sesiones de marzo, presentó el proyecto de “Diplomacia de nación”, en donde puntualizó su postura respecto a Taiwán: «… es parte del territorio sagrado de la República Popular China. Es el deber sagrado de todo el pueblo chino, incluidos nuestros compatriotas chinos en Taiwán, para lograr la gran reunificación de la patria». En el caso de Qin Gang, él dejó Washington para volverse ministro y hombre clave de Xi.
Como se señala, esta reunión era ya una necesidad ante el exceso de factores desestabilizadores en una de las relaciones de mayor impacto dentro del sistema internacional. La escalada en tensión y las constantes declaraciones de cada extremo han generado uno de los escenarios más complejos en esta relación. Por lo que podría cuestionarse la parsimonia para atender al diálogo.
Sin embargo, se dio la reunión entre dos hombres clave dentro de la política exterior de cada uno de estos países. Como eco de este acontecimiento, se rescatan las declaraciones de Qin, quien señaló:
«La máxima prioridad es estabilizar las relaciones China-EE.UU., evitar una espiral descendente y prevenir que se produzcan accidentes entre los dos países. Esto debe ser el consenso básico entre ambos y es también la línea de fondo que es preciso sostener cuando se trata de relaciones de Estado a Estado, especialmente en los lazos entre dos grandes países»
Bajo estas palabras es importante destacar la perspectiva china, en donde se ha manejado la “espiral descendente” como un conjunto de momentos desafortunados. No obstante, el énfasis en que es una relación de Estado a Estado deja ver el límite que requiere Beijing frente a la paradiplomacia americana y el tema Taiwán.
Mientras que Burns publicó en su cuenta de Twitter los siguiente:
“se discutieron los desafíos en la relación entre Estados Unidos y China y la necesidad de estabilizar los lazos y expandir la comunicación de alto nivel”
En ambas declaraciones se hace el reconocimiento de lo prioritaria que esta relación es para el entorno internacional y se reconoce lo caótica que ha sido últimamente.
Una espiral viciosa
Si bien el sabor que deja esta reunión es de la apertura a un diálogo, que ambos actores determinan como necesario, nada asegura que sea una voluntad general y a largo plazo por ambos lados. Un aspecto clave es la manera en cómo cada uno de estos países legitima sus valores a través de su política exterior y cómo actores no derivados del ejecutivo se insertan en la escena internacional. En este sentido por la naturaleza de cada sistema político, mientras en China existe una directriz que es seguida por todos los actores involucrados en la proyección internacional; en el caso de Estados Unidos cada actor da una interpretación, por lo que, si bien puede existir una directriz desde el ejecutivo, esto no quiere decir que exista un límite sobre la manera en cómo otros actores de la política puedan insertarse en esta proyección.
Ante esto, la reciente evolución de esta relación deja dos lecciones. Primero, que por más que existan nuevos actores que se inserten en el ejercicio de la política exterior y la diplomacia, es la estructura creada desde el ejecutivo la que en la praxis está legitimada y realiza el trabajo de ejercer el arte que es la diplomacia. Segundo, si bien hay una institucionalización de las relaciones internacionales, esto no excluye la inserción de otros actores que influyan en la vinculación entre Estados. En el caso de la naturaleza política de Estados Unidos, no existe una certeza para que la estabilidad en una relación de coopetencia dentro del sistema internacional pueda estipularse a largo plazo, por lo que será interesante ver hasta cuántos “accidentes” resiste esta espiral.