Las relaciones sino-estadounidenses se van tensando cada día más. Tras la nueva ronda de negociaciones comerciales celebrada en Shanghái el pasado 31 de agosto, el presidente estadounidense anunció una nueva tanda de aranceles, esta vez, del 10 por ciento y afectando a importaciones chinas por valor de 300.000 millones de dólares. Beijing denunció la medida considerándola una grave violación del consenso alcanzado en Osaka, en la cumbre del G20 entre los presidentes Trump y Xi.
La principal decisión en Shanghái fue no romper el diálogo a la espera de la celebración de un nuevo encuentro en septiembre en EEUU. Ello a pesar de que Trump siguió con sus diatribas, entre ellas la de amenazar a China con despojarla en la OMC de su condición de país en desarrollo.
En vísperas del encuentro de Shanghái, Beijing dijo haber reanudado la compra de productos agrícolas de EEUU mientras Washington anunciaba la exención de aranceles adicionales impuestos a algunos productos industriales chinos. Las exportaciones de soja estadounidense a China bajaron un 48 por ciento en 2018 y en la primera mitad de 2019 un 15 por ciento más. China importa el 90 por ciento de la soja que consume. El desacoplamiento, al menos en este aspecto, se antoja una realidad, por el momento reversible.
Hasta ahora, en sus respuestas, China ha procurado mantener la cautela y la proporcionalidad. Un leve matiz se sugiere sin embargo tras la reunión del Buró Político del PCCh el martes 30 de julio, centrada en analizar los riesgos económicos. El diagnóstico oficial reitera que no solo el desempeño es razonable sino que es constatable “una fuerte resistencia”, desautorizando a quienes interpretan como “bajo” el 6,3 por ciento de crecimiento del primer semestre del año por causa de las tensiones comerciales con EEUU. Lo cierto es que ya no se puede juzgar la situación de la economía china atendiendo solo a la velocidad de su crecimiento.
La devaluación del yuan y la suspensión de las importaciones de productos agrícolas estadounidenses probablemente forman parte de la respuesta a Trump. No está claro que lo sea del todo en el primer caso, aunque sin duda el hecho no es casual e implica un mensaje de advertencia a Washington que puede ir más allá del escenario estrictamente comercial. No es de interés para China abrir el capítulo de una guerra de divisas que también podría suponerle costes importantes pero todo indica que el “perfil bajo” en sus respuestas podría hacer tocado techo.
Las autoridades chinas aseguran que no usarán el yuan para resolver las disputas comerciales. Habrá que esperar y ver, pero algunos antecedentes pueden servir de orientación: en las crisis financieras de 1997 y 2008 mantuvo el yuan estable, pese a los costes. Y con la reforma monetaria de 2005, el yuan se apreció cerca del 40 por ciento.
Y no todo es economía, estúpido
Este nuevo giro en la pugna sino-estadounidense se produce en paralelo al incremento de la inestabilidad en Hong Kong. En dicha crisis, China acusa directamente a Washington de alentar los disturbios con el propósito de dar alas a una ola de violencia indiscriminada, creando inestabilidad «para contener el desarrollo de China». En Hong Kong también se está librando una contienda estratégica entre ambos.
Y otro asunto muy sensible en cartera es una probable nueva venta de armas a Taiwán, un lote de 66 aviones de combate F-16V por valor de 8.000 millones de dólares que podría anunciarse en septiembre. Por no hablar de la reciente visita del secretario de Defensa de EEUU a Sidney y sus prisas por desplegar misiles convencionales de rango medio en la región, apuntando a China claro está.
Trump ha dicho estar «harto de China y sus trampas». Ahora parece que es al contrario. Las “líneas rojas” se van acumulando en las relaciones entre Washington y Beijing, a cada paso más enconadas. Y la paciencia china es mucha, como indica el refrán, pero no infinita. La volatilidad de la política estadounidense representa hoy un riesgo mayúsculo para la estabilidad global.
Y en la UE, ¿hay alguien ahí? ….