Hace algunos meses se extendió el rumor de que China había firmado un acuerdo secreto con Camboya que le permitiría instalar una base naval (la segunda tras la existente en Yibuti) en las proximidades de Sihanoukville, acuerdo desmentido con insistencia por ambos países. Más recientemente, el presidente filipino Duterte reclamó mayor rapidez en la culminación de un código de conducta entre los países del sudeste asiático y Beijing para el Mar de China meridional tras un repunte de las protestas por la “presencia no anunciada” de buques chinos en lo que considera su zona económica exclusiva. Vietnam, por su parte, no disimula su disgusto por la reiteración de prospecciones chinas en aguas disputadas. Y muchos países vecinos (y no tan vecinos) siguen con preocupación la construcción de instalaciones susceptibles de uso militar en varios islotes para reforzar su control en esta estratégica zona.
En este contexto, ya conocido, en el que tanto pesan las circunstancias e intereses globales como regionales, tras la publicación del Libro Blanco sobre la defensa de 2015 y la reforma militar de 2016, la mayor desde 1950, China dio a conocer a finales de julio último su nuevo Libro Blanco sobre la defensa. En su contenido prima, de principio a fin, una rotunda respuesta a las estrategias de defensa y seguridad publicadas por EEUU en 2017 y 2018, respectivamente. Y su tono no ofrece duda: frente al belicismo estratégico de Washington, Beijing sugiere la moderación.
A la crítica general y abierta a las políticas de la Casa Blanca y del Pentágono (aunque sin dejar de inventariar la excelencia de algunos intercambios bilaterales presentados a modo de alternativa pragmática a otro rumbo indeseado), se suman las advertencias a sus rivales regionales (especialmente Japón, Corea del Sur y Australia), emergiendo Beijing como principal factor de estabilidad para alejar a los países asiáticos de las tácticas estadounidenses que solo estarían orientadas a provocar la dosis necesaria de caos y tensión idóneos para contener el desarrollo de China.
Pero si algo inquieta a China es la actual deriva taiwanesa, alentada por el respaldo activo de la Administración Trump en diversos frentes. El auge del independentismo, a las puertas de unas elecciones decisivas en enero del año próximo, y el activismo de las patrullas aéreas y navales de EEUU y otros países occidentales tanto en el Estrecho como en las disputadas aguas del Mar de China meridional, sugieren una preocupación que no se disimula en modo alguno. Una vez más, Beijing asegura que no le importará el precio a pagar por recuperar la integridad territorial plena del país.
En cuanto al gasto militar, China no renunciará a la modernización de su defensa y los compromisos presupuestarios en este orden se mantendrán sin variaciones sustanciales. Según los datos reflejados en este documento, representan el 1,3 por ciento del PNB frente al 3,5 por ciento estadounidense, un 5,3 por ciento del presupuesto anual frente al 9,8 por ciento de Washington. Pero igualmente cabe resaltar esa coherencia con una relativa moderación: a pesar de seguir siendo el segundo país con mayores gastos militares tras Estados Unidos, el incrementó de su presupuesto armamentista en 2019 fue del 7,5 por ciento, inferior al 8,1 por ciento de 2018. Más allá del cuestionamiento de unas u otras cifras, la tendencia hacia un mayor esfuerzo inversor persiste pero a China le queda un trecho muy largo para alcanzar a EEUU en este aspecto.
Un frente añadido de preocupación es la intención de EEUU de desplegar misiles de alcance intermedio en Asia, tras el reciente abandono del tratado INF. Beijing advierte contra el despliegue de misiles estadounidenses alrededor del país, invitando a la prudencia a los países vecinos e instándoles a no permitir el uso de su territorio, tal como ha insinuado el flamante secretario de Defensa de EEUU, Mark Esper. En sus escalas en Australia, Japón o Corea del Sur, acusó a China de desestabilizar la región Indo-Pacífico y de practicar una “estrategia de agresión militar y economía depredadora”.
Beijing se negó a participar de una hipotética multilaterización del INF argumentando la gran brecha existente en el tamaño del arsenal de China en comparación con EEUU o Rusia, los firmantes de dicho acuerdo. Las ojivas nucleares desplegadas por China no alcanzan a las 300 frente a las 1.600 de Rusia o 1.750 de EEUU.
Las autoridades chinas están convencidas de que EEUU, con larga tradición de intervención en los asuntos de esta región como en otras partes del mundo, es promover un despliegue militar y fortalecer a sus aliados militares en la zona. Será una dura prueba para la aparente moderación que nos sugiere este su último libro blanco de la defensa y para su propio liderazgo e influencia regionales. Por lo pronto, Fu Cong, director del Departamento de Control de Armas del Ministerio de Relaciones Exteriores, ya advirtió que “no se quedarán de brazos cruzados” si dicho temor se convierte en realidad en los próximos meses.