En los últimos años, hemos asistido a la plena constatación de la emergencia de China no solo como un poder regional sino progresivamente global. Aunque no se han despejado del todo las incógnitas que rodean su proceso, un triple interés nos advierte de su importancia y trascendencia.
En primer lugar, atendiendo a su capacidad para confirmar una vía propia al desarrollo y la modernización. En efecto, esta larga transición que vive China se ha caracterizado por una asunción adaptada de otras claves y modelos dando vida a uno propio que tiene en cuenta sus singularidades, tanto culturales y políticas como de otro tipo. Desde la particularidad de su mercado a la propiedad privada, las zonas económicas especiales o el control del sistema financiero, los matices que siempre debemos aplicar en relación al estudio de China nos advierten de la fortaleza de la soberanía de su proceso en el que ha contado ciertamente con el apadrinamiento de instituciones globales como el FMI, el BM o la OMC, pero sin haber dejado de tamizar y cuestionar sus recomendaciones. Su escala, pero también su conciencia civilizatoria y nacional, le han brindado sólidos mecanismos y voluntad para no caer en las redes de dependencia de ciertas políticas institucionales que han dejado tras de sí, en otros entornos, secuelas sangrantes.
Con la “nueva normalidad” y el tránsito hacia un “nuevo modelo de desarrollo”, China vive ahora uno de sus momentos más complejos pero en las recetas a aplicar se sigue inspirando en la vieja fórmula de “cruzar el río sintiendo cada piedra bajo los pies” y sin más servidumbre que la de culminar un proyecto de proporciones históricas.
En segundo lugar, atendiendo a su capacidad para erigirse como una potencia transformadora del sistema internacional en base a parámetros diferentes y complementarios del orden occidental de posguerra. Es evidente que las estructuras del sistema internacional contemporáneo no se han adaptado a la nueva realidad de una China convertida en lo que ya es, la segunda potencia económica del mundo. Es más, se diría que las principales potencias usufructuarias del orden global han dispuesto más obstáculos que ofrecimientos para incorporar a China. Cuando esta acepta sumarse pero desplegando su propio enfoque, algunos países esgrimen la amenaza que representa para preservar su condición hegemónica. Este discurso se encuentra en plena efervescencia, en especial del lado estadounidense, multiplicándose las políticas de confrontación.
Hasta ahora, China ha respondido tejiendo su propia red de socios con base en el desarrollo (BRICS) o la seguridad (OCS) pero esta no es más que una fase del proceso de asunción de mayores responsabilidades globales, incluidos la lucha contra el cambio climático, la Agenda 2030 o el mantenimiento de la paz, contraponiendo su milenaria sabiduría diplomática a la cirugía traumática (Irak, Libia, Siria…) exhibida por Occidente. Pero China debe demostrar aun cada día que es el contrapeso eficaz para preservar la estabilidad y que no se comportará en el sistema internacional como un nuevo hegemón, tal como enfatiza en su discurso.
En tercer lugar, atendiendo a su capacidad para identificar en su experiencia pautas trasladables a otras latitudes confirmándola como una alternativa, siquiera parcial, al orden liberal. La UE calificó a China de “rival sistémico” y las políticas de presión de EEUU se orientan con claridad a destruir el corazón de su sistema, es decir, la hegemonía interna del Partido Comunista, por cuanto es ahí donde reside hoy día la clave de bóveda de su fortaleza. Mike Pompeo lo dijo recientemente en Berlín: “tras la caída del Muro, el régimen chino es la mayor amenaza comunista”. Hay en la transición china muchas claves propias, tanto de orden histórica como cultural, que advierten contra cualquier emulación mimética. También reservas de tipo democrático que no gozan de simpatía y que constituyen uno de los mayores hándicaps a futuro para la supervivencia de su propio sistema. Pero no debiéramos pasar por alto sus activos.
Son muchas las críticas que pueden hacerse al proceso chino. Desde la persistencia de importantes desigualdades hasta los inmensos agujeros negros en materia de derechos humanos. Algunos deben ponerse en perspectiva, otros agrandan nuestro escepticismo en tiempos en que su liderazgo codifica un mensaje con altas dosis de arbitrariedad. Flaco favor se puede hacer mirando para otro lado o frivolizando sobre unos altibajos que podrían derivar en graves contratiempos. Como también erramos si no alcanzamos a precisar los matices. Ello exige bajar al tajo y conocer con minuciosidad sus patrones de evolución. Y de involución.