La presentación por parte del presidente Donald Trump de la nueva Estrategia de Seguridad Nacional (ESN) provocó no pocas reacciones, especialmente por el señalamiento de Rusia y China como competidores y hasta rivales, confabuladas para perjudicar los intereses estadounidenses en el mundo y para derribar el orden global. La calificación de China y Rusia como potencias “revisionistas” que tratan de alterar el statu quo, deduce una profunda desconfianza que será difícil de salvar.
A pesar de que el enunciado de la estrategia se desdice de anteriores declaraciones que apuntaban al establecimiento de una inédita asociación, en Beijing se intenta quitar hierro al asunto aventurando que la “buena química” existente entre Xi y Trump mantendrá las diferencias en un nivel manejable. Una vez más, el colchón que suponen las relaciones comerciales y los cuatro diálogos instituidos este año (el diplomático y de seguridad, el económico integral, sobre la aplicación de la ley y seguridad cibernética y el diálogo social y entre pueblos) ofrecen una red que podría evitar palabras mayores.
La principal crítica china se centra en el carácter obsoleto del pensamiento que de principio a fin vertebra el documento en una era que “exige un espíritu de cooperación y multilateralismo” así como la exageración de su desarrollo militar, ínfulas erradas que responderían al solo propósito de mantener las ventajas e influencia “inigualables” de EEUU sobre el resto del mundo.
El cambio de percepción en Washington a propósito de China es inseparable del activismo global del gigante asiático, espoleado por Xi Jinping como una señal de su mandato. Lejos queda la modestia de los años 90, influida por la consigna de mantener un “perfil bajo” en los asuntos internacionales (Deng Xiaoping, dixit). La China de hoy apunta al sueño de la revitalización nacional lo cual se expresa en la promoción de importantes proyectos que aumentan su influencia por doquier y en la afirmación sin ambages de sus intereses centrales en asuntos espinosos como las disputas territoriales en los mares de China. Si a este retrato sumamos la angustia estadounidense por el apreciable declive de sus capacidades, su vandalismo diplomático y desenfoque estratégico, no es difícil prever un agravamiento de los ámbitos de fricción.
Aunque el documento de la Casa Blanca deja abierta la posibilidad de la cooperación con Beijing en asuntos bilaterales e internacionales, esta se condiciona al mantenimiento de su status hegemónico global cerrando puertas a aquellas oportunidades que China identifica como complementarias de su poder económico. En suma, EEUU puede soportar que China se convierta en una gran potencia comercial pero dificultará cuanto pueda la transformación de ese poderío en un activo global que pueda plantarle cara, tal como China viene haciendo ya con sus iniciativas en Asia, la ampliación de la Organización de Cooperación de Shanghái, la promoción de sus propios acuerdos de integración económica regional (RCEP), la modernización del Ejército Popular de Liberación, etc.
La carta de Taiwán
Un fiel y delicado reflejo de esas fricciones es el asunto de Taiwán. Previa a la presentación de la ESN, el presidente Trump rubricó el Acta de Autorización de la Defensa Nacional que, entre otros, eleva el nivel de los intercambios militares con Taiwán, un asunto de especial sensibilidad para China. La posibilidad de restablecer los atraques regulares de los navíos de la Armada de EEUU en Kaohsiung o cualquier otro puerto adecuado en Taiwán llevó a un diplomático de la embajada de China en EEUU a asegurar que cuando los buques de EEUU toquen los puertos de Taiwán será el día cuando China aplique la Ley Anti-secesión para unificar Taiwán por medio de la fuerza militar… En la propia ESN se reafirma el compromiso de proveer de armas a Taiwán y de satisfacer las “legitimas necesidades de defensa” de la isla. Es su respuesta al intento de China de desplazar a EEUU en la región del Indo-Pacífico y ordenar la región a su favor. En Taipéi se recuerda que Trump se percata de la importancia estratégica de Taiwán y que el actual gobierno de la isla está en línea con la política de Washington.
En paralelo, los vuelos de aviones de combate de China continental en las inmediaciones de Taiwán se han vuelto cotidianos. Calificados de “misiones de entrenamiento”, en Taipéi se considera que ponen a prueba su fortaleza y disposición militar para el combate. Todo ello en un momento de tensiones al alza en el Estrecho de Taiwán con el in crescendo de la presión continental contra el soberanismo gobernante en la isla.
Considerado por muchos el talón de Aquiles de China, la significación de Taiwán en las disputas sino-estadounidenses puede abrir un tercer y grave frente de inestabilidad en la región (tras la península coreana y las disputas en los mares de China) alimentando las tensiones y, en suma, reforzando la sensación de cerco en Beijing.